Los juguetes no son solo para jugar

Martes, 21 Febrero 2012 04:27
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Para ellos los juguetes viejos tienen un gran valor. Carritos, muñecos de plástico tiesos o articulados e incluso loncheras de lata, son algunos de los objetos que vendedores y coleccionistas recolectan por las calles de la ciudad, debido a un interés monetario, sentimental o a una mezcla de ambos.

En los mercados de las pulgas, los vendedores y coleccionistas de todo tipo de juguetes se contactan y hacen “triqui trueques”.||| En los mercados de las pulgas, los vendedores y coleccionistas de todo tipo de juguetes se contactan y hacen “triqui trueques”.||| Foto: Nathalia García Lesmes/plazacapital.co|||
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No es extraño que por la página virtual de subastas e-bay, Armando Romero, un entusiasta vendedor y coleccionista de juguetes, haya vendido una figura del antagonista de Star Wars, Darth Vader, en ocho mil dólares.

“La joya”, denominada así por el creador de la empresa Toma Tu Juguete, fue recogida en la calle del Bronx, en el centro de Bogotá en la localidad Los Martires, junto con otros juguetes en una bolsa plástica. Su valor estaba en la caja que lo contenía: una caja AFA, exclusiva de los primeros juguetes de una producción, la cual, además, estaba autografiada por el creador de la exitosa saga cinematográfica, George Lucas.

Los adultos de hoy, quienes vivieron su infancia y adolescencia entre los setentas y los noventas, pertenecieron a una generación marcada por películas y series distintas a las que ven los niños y adolescentes del siglo XXI. De ahí que para muchos de ellos conseguir y conservar juguetes y objetos que hagan referencia a los valores de esas etapas de sus vidas se haya convertido en una afición y, para otros, en la oportunidad de montar un negocio.

El llanero solitario, los felinos de Thundercats y el joven conductor de carros de carreras Meteoro fueron los muñecos animados que se presentaban por la televisión nacional en aquellas épocas. Por otro lado, en la pantalla grande, las primeras películas de los episodios de La guerra de las galaxias deleitaban los ojos de los espectadores, quienes incrédulos veían efectos especiales que recreaban mundos que solo creían posibles en sus cabezas.

Los coleccionistas de los juguetes de estas series y películas antiguas son tan diversos como los objetos mismos. Por ejemplo, el odontólogo Luis tiene como hobbie coleccionar todos los juguetes de La guerra de las galaxias sin importar su tipo, escala o empresa fabricante, así como también le encantan los aviones para armar, los trenes alemanes y estadounidenses y los carros matchbox; cosas que reposan en sus cajas originales, en estanterías hechas a medida o, incluso, colgadas en el techo de su casa paterna.

“La gente critica a los coleccionistas porque dicen que somos obsesivos, pero un coleccionista no es un acumulador, la gente no entiende que uno le invierte dinero a esto porque es un gusto como puede ser cualquier otro”, señala Luis con amabilidad. No obstante, reconoce que a veces los vendedores se aprovechan de la ansiedad que algún comprador pueda sentir por un juguete en particular.

Cada domingo, en el mercado de las pulgas de la 24 con séptima, el joven de 23 años Víctor Ayala atiende su puesto de venta de juguetes aunque también tiene un negocio en Galerías donde vende objetos raros y antiguos. Uno de sus productos más “exclusivos” es una nave espacial rusa de cuerda de la Unión Soviética que en el mercado estadounidense puede valer trescientos cincuenta dólares, pero que él puede vender a cuatrocientos mil pesos, gracias a que la consiguió en un remate de un anticuario.

La rentabilidad en el negocio es subjetiva, según Armando Romero. En un día, él dice que puede ganar hasta un millón de pesos de la venta de juguetes, pero también puede no ganar nada o, incluso, quedar debiendo la misma cantidad, ya que se puede antojar de algo. Y aunque los juguetes pueden ser una adicción, en algún momento, Armando y Luis vendieron una parte de sus colecciones. Armando ha vendido dos veces el conjunto de figuras de la serie Street Sharks, mientras que Luis vendió naves de Star Wars que medían casi un metro cuando se abrían por completo.

“Me encanta que seas libre, pero ese Megamente está muy feo”, le dice Sofía Ávila a su hijo Mateo mientras le alcanza un Indiana Jones vestido con un “ajuar” de aventura y una tarántula subiéndole por la espalda. Desde hace 7 años, esta mujer que colecciona sacos de lana, decidió enseñarles a su hijo y a sus tres sobrinos el valor del dinero, llevándolos a comprar con sus ahorros juguetes usados y, de paso, les transmite las historias de los personajes de su infancia.

A Mauricio Chávez, profesor de humanidades de la Javeriana y la Universidad Piloto, le gustan los superhéroes clásicos como Batman, Superman y el Hombre Araña. Pero empezó a coleccionarlos gracias a un lazo sentimental fuerte que tenía con su abuelo, quien le heredó un lote cuyo protagonista principal es un muñeco del Llanero Solitario que fue el favorito de su familiar en la infancia.

Desde una perspectiva académica, el profesor Chávez, quien hizo su tesis de maestría sobre los juguetes, piensa que este mundo es muy interesante porque representa de una forma particular el imaginario de la sociedad. Por ejemplo, dice, su amigo investigador Jaime Borja, colecciona Barbies y en ellas, apunta él, se puede establecer el prototipo de belleza que se pensaba en distintas épocas, aunque a simple vista todas esas muñecas parezcan iguales.

Los juguetes no siempre son valorados por sus dueños. Muchos de los carros pequeños Matchbox, fabricados entre los cincuenta y el setenta y seis en Inglaterra, llegan a las manos de Víctor Ayala y Armando Romero con la pintura mala o sin llantas.

Al primero le da miedo “meterle mano” al juguete porque considera que puede dañarle la originalidad, pero si es un arreglo superficial como colocar un alambre, entonces sí se le mide. Por el contrario, el segundo se atreve a pintarlos y restaurarlos siempre y cuando los procesos que utilice para este propósito no impliquen el uso de químicos.

Al final un carrito que este bien cuidado o restaurado y que tenga en la parte de abajo la firma Lesney –empresa que los diseñó- puede costar entre veinte mil y cien mil pesos.

Detrás de San Victorino, a la altura de la 13, los recicladores les venden a los involucrados en el negocio de los juguetes algunos productos. “Muchos de ellos no saben el costo real del juguete que encontraron y uno les da así sea simbólicamente doscientos pesos, pero si uno empieza a ir mucho, se dan cuenta que esos muñecos tienen valor para ti y empiezan a colocar precios a veces hasta altos y entonces toca dejar de ir un tiempo”, comentó Víctor sobre algunos de sus proveedores.

Pero, los recicladores no son los únicos. En barrios como Teusaquillo y Usaquén hay personas que se van de viaje y venden por cualquier cosa los juguetes en buen estado, ya sean de ellos o de sus hijos, entonces hay que hacerse propaganda, cuenta Víctor Ayala, quien se considera una especie de coleccionista temporal. Ahora, confiesa, esta “engomado” con conservar view masters (aparato para ver imágenes) de distintos tipos, pero sabe que cuando salga otra cosa rara, lo dejará.