Alirio Guerrero, el doctor, y Guerrero Guio, el escritor, son al final del día la misma persona. Alirio, aquel que receta fórmulas médicas en la mañana, pasa sus noches entre mundos extraños siendo Guerrero Guio. El hombre que ha pasado por todos los géneros literarios y que no se desprende de las estadísticas pone toda su ambición a donde va.
Quizás nacer en Toca, Boyacá, fue eso que marcó su destino, o tal vez fue ser el segundo hijo, el que no estrenaba y usaba la ropa de su hermano mayor. Pero en definitiva, para Alirio Humberto Guerreo Guio solo hay un hecho que vale la pena mencionar.
En ese mismo pueblo, rodeado por montañas tupidas, con pisos adoquinados y casas de dos plantas, transcurrió su infancia. Iba jugando a los diablos. Corría entre las calles escapando de un niño disfrazado de monstruo que cargaba una vejiga de res en la mano para pegarles. Y como todos los niños con los que se entretenía, Alirio quería los juguetes de esos días: álbumes, radios, transistores o balones. Pero, para la desgracia, o fortuna, de un niño de 10 años, le llegó una caja llena de libros.
Había sido su primera comunión, y su padrino, un político de la región, le dejó en sus manos un paquete con cinco libros. Inconsciente de lo que esto podría significar en su futuro, Alirio arrumó esos escritos, no sin antes reprochar por el gusto a la hora de dar regalos de su padrino, mejor dicho, le dijo hasta de que se iba a morir.
Para sorpresa de él mismo, cuatro años más tarde volvió al montón de regalos que habían sobrevivido a sus juegos intensos, y ahí estaban. Aun con el empaque intacto, permanecían los libros de aquella celebración. Solo leyó tres. Uno de ellos todavía retumba en su cabeza: Rosa de agua de Jorge Rojas.
En palabras de Alirio,«la primera vez que me enamoré no fue de una mujer, sino de un soneto». Con cada estrofa, descubrió un universo nuevo y emocionante. Se sintió anonadado por la belleza de aquellos versos, los hizo propios. No dejaba de recitar aquellas líneas, se las repetía a su madre, a su padre, a sus tíos y a cualquiera que le diera el chance de declamar a su primer amor
Cuando las palabras sanan:
Guerrero Guio es su nombre artístico, un seudónimo que le otorgó Carlos del Castillo, amigo y colega.
— Yo creo, firmemente, que, por un lado, el doctor es un «Guerrero», incansable, y como científico y hombre de la medicina es un «Guía», un maestro de vida, un cuidador del bienestar humano. Por eso pensé que con llamarlo por sus dos apellidos, sin incluir su nombre de Pila, sería más que suficiente — explicó del Castillo.
Este «guerrero» le ha escrito a todos los sentimientos. Vistió sus textos de amor, perdida, muerte, tristeza y alegría. Y lo ha hecho de todas las formas que ha podido: en poemas, fábulas, minificción y novelas. Aunque las ideas no llegan solas. Su inspiración puede llamarse de varias maneras: sobrepensar, creatividad o Dios, la favorita del escritor.
—Él me dio una imaginación, y me la dio de manera sobreabundante. Por ejemplo, si mi hijo no me contesta y son las dos de la mañana, yo me pongo a pensar, será que alguien le dio drogas y probó, será que lo atracaron, y empiezo con esa imaginación que a veces me atormentan. Pero eso es bueno para la literatura.
Y como él lo dice, «hay más de la medicina en la literatura, que de la literatura en la medicina». Guerrero Guio escribe novelas en las que sus protagonistas son doctores, enfermos y sanadores. Aun así, nunca lo hace desde su faceta científica, prefiere hablar de medicina desde el ser que siente, que sufre, que escucha y que sana.
Esto es precisamente aquello que sale a flote cuando su rol de médico se posa delante del escritor, o eso es lo que supone Marcela Romero, quien conoció a Alirio antes que a Guerrero Guio, cuando su madre enfermó. «Es una persona que sobresale de los del equipo médico, normalmente los médicos muy parcos, pero él llegó a mi mamá muy cálido, como con una narrativa diferente». Es por esto que separar al médico del escritor es impensable para Guerrero Guio, porque según él, «aquel el que sabe escuchar y sabe hacer reír, sabe sanar», que son los mismos elementos que necesita a la hora de escribir.
Sobre estadísticas y microcuentos:
Cierto día inicié a acariciar, comprensivamente, mis genitales masculinos.
—¡Eso no está bien hecho!— me dijo un pajarito parado sobre una cuerda de alta tensión, cerca de mi ventana.
Entonces me puse a acariciar mis genitales femeninos.
La vaca que más caga. Guerreo Guio
Guerrero Guio es hijo de un agroindustrial y de la dueña de un almacén de repuestos de autopartes. Sus padres todavía viven, y, lo que es mejor para el escritor, todavía viven juntos.
— Es un privilegio que pocas personas podemos decir hoy en día: que los papás vivan juntos. Yo calculo que el porcentaje siempre va decreciendo, y yo creo que ahorita no pasa del 20%.
Estudió medicina en Bogotá, en la Universidad del Rosario, y empezó a desenvolverse muy lejos de su entorno. «Más del 70% de mis compañeros eran de estrato 5 y 6, y habíamos un 20%-30% que eran de estrato bajo, de pueblo, a veces, de hasta el campo». Aunque algunas veces hizo todo lo posible por encajar y caer bien, las cosas no le resultaron, por lo que se rindió y, como él dijo, «ya otra vez volví a ser yo, el del pueblo, el de la educación responsable». Prefirió no especializarse. Necio a los comentarios de su mamá, que lo incitaban a dejar de escribir, él sabía que la literatura tenía grandes cosas esperándolo.
Y aunque le apasionen los libros, no se considera el mejor lector, por lo menos en lo que respecta a cantidad. «Se supone que los lectores de cantidad leen al menos seis novelas al año. Hay gente que lee 15-20 al año, pero lo mínimo son seis». Pero si es un lector crítico, lleva los libros acompañados de un lápiz que usa para señalar todo: aquello que le gusta, lo que crítica, lo que le interesa. Sus libros se acercan más a un cuaderno de apuntes que a una obra inmaculada.
Si es cristiano, católico, evangélico o protestante, prefiere no decirlo. Le basta con tener fe en Dios, e incluso también se cree uno, pero con «d» minúscula. Es el dios de sus mundos de ficción. Es el creador omnisciente, omnipotente y omnipresente de las historias que él cataloga como realismo mágico.
Ese pensamiento también lo comparte Carlos del Castillo, para él «la obra de Guerrero Guio es muy interesante; íntima, exótica, bizarra, atípica y arriesgada. Aborda universos complejos sobre la humanidad y propone en un lenguaje simple unas historias con personajes memorables y con finales realmente inesperados».
Del escrito al audiovisual:
Las ambiciones de este hombre de 54 años parecen infinitas. Apenas le queda tiempo para pensar en sus metas, cuando se percata de su próximo compromiso. Pasa sus días en una sala de consulta de paredes blancas, con closets de madera en los que exhibe órganos humanos hechos de plástico. Usa sus ratos libres para escribir las escenas de su novela, pero no escrita, de la que quiere que sea transmitida por televisión.
—Tengo que escribir mínimo entre cinco y 10 escenas diarias. Sí, hay días que me hago 25, o como hoy que solo llevo como cuatro. Pero también estoy traduciendo Primeros auxilios, ya voy a terminar, me falta poner un 10%.
También quiere ser actor, pero no de cualquier producción, va a iniciar con las adaptaciones de sus propias novelas. No descarta escribir canciones, y tal vez dedicarse a la pintura en algunos años. Según del Castillo, «es un hombre apasionado por lo que hace, con una creatividad inconmensurable. Difícil encontrar por su capacidad de visualizar todo lo que crea en sus libros con tanta precisión a pesar de escribir ficción», y quién mejor para afirmar esto que el productor de la película de La sonrisa de Nico, la adaptación de la primera novela de Guerrero Guio.
Es un escritor que no escribe a mano, que le dicta párrafos enteros a su celular. Es un novelista que escribe guiones cinematográficos, que sueña con llevar sus textos a la pantalla chica. Es un médico que compone mundos paralelos sentado en el asiento de copiloto de una ambulancia durante la noche. Es un doctor cuyos pacientes lo buscan para que escriba un libro de su vida.