En una casa de dos pisos, con fachada blanca y rejas negras del barrio La Castellana, en el norte de Bogotá, funciona Airdancelive, una compañía de danza y acrobacia aérea. Ese nombre es un juego de palabras en inglés; hace referencia al aire, la danza y la vida.
En la entrada está Iván Torres, el profesor de danza aérea con arnés, es alto delgado y tiene ‘pinta de bailarín’, lo acompañan dos estudiantes, Valentina y María Alejandra. Ellos me invitan a ver el espacio de entrenamiento. Funciona en el segundo piso. Es muy amplio, hay un espejo para que los estudiantes vean sus rutinas, varias ventanas y un techo alto, más de lo normal, mide alrededor de 10 metros y está acondicionado para la danza aérea.
La clase de danza aérea con arnés solamente la pueden realizar las personas que están en la compañía, porque su cuerpo está preparado físicamente para hacerlo y han hecho el procedimiento necesario para bailar con arnés. Además, no le tienen miedo a la altura pues han pasado por un proceso de adaptación por medio de las telas y la lira.
La metodología que se utiliza en la academia “ha sido el producto de diez años de investigación, iniciados en el 2006, con estudiantes de la carrera profesional de artes ASAB de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas”, dice la academia. La técnica de aprendizaje es por medio de un proceso en el que se aumenta el grado de dificultad para que los bailarines tengan una técnica más limpia.
En Airdancelive hay clases de danza aérea acrobacia sobre telas, técnicas mixtas, danza aérea en lira, danza aérea con arnés, Ballet, Salsa, Bachata y danza urbana, y cada una tiene una duración de una hora y media. Una clase para una persona cuesta 30 mil pesos pero también hay paquetes de clases y los precios van de 190 mil a 370 mil para una persona.
El entrenamiento empieza con un calentamiento haciendo unas pequeñas rutinas de baile y estiramientos para preparar los músculos. Después cada uno se pone el arnés, el cual es ligero para que los bailarines se muevan con facilidad en el aire. En la parte delantera va un gancho de seguridad, en el cual se sujeta el arnés y el grigri, que es el asegurador de la cuerda el cual funciona para ir más alto o descender.
Valentina y María Alejandra no es la primera vez que hacen danza aérea, así que el arnés ya no les incomoda tanto pero a veces les salen morados en las piernas o en la cadera. Por la misma razón, para ellas subir es más fácil, lo hacen trepando por las paredes como arañas. Cuando ya están a la altura que desean empiezan a hacer giros, paradas de manos y otras acrobacias que desde abajo se ven sencillas, ya que por su experiencia las realizan sin dificultad.
Como es mi primera vez que me voy subir en el arnés, Iván me explica cómo funciona cada una de sus partes y es importante que entienda que no me voy a caer. Después de la aclaración, me coloca una escalera para subir, pero no es tan alta así que no alcanza a los cinco metros que se deben llegar, donde se encuentra el marco inferior de una de las ventanas. Por lo tanto el profesor pone a disposición sus hombros y se convierte en una escalera humana capaz de sentir como tiemblan las piernas de la persona que está subiendo.
El marco inferior de la ventana es delgado, los pies no se pueden acomodar bien y no da seguridad y el superior no es lo suficientemente ancho para agarrarse bien. Debido a la estructura de los bordes de la ventana y el temblor del cuerpo, me empieza a doler la punta de los dedos de la mano y las puntas de los pies y después de un tiempo se apodera de las piernas y de los brazos.
Sentarse en el arnés no es una tarea sencilla y menos cuando no se está acostumbrado a él y a la altura. Los bordes de la ventana ya no están como soporte, pero está la cuerda que funciona para matar la ansiedad de querer agarrar algo para evitar caerse. Pero después de un tiempo el miedo y la ansiedad desaparecen, pero vuelven cuando camino por las paredes y me balanceo, así como lo hace Spiderman en sus películas.
Iván pide hacer una parada de manos y subir los pies a la cuerda. Al hacerlo, el deseo de agarrarse de la cuerda vuelve una vez más, pero va desapareciendo a medida que la sangre de cada parte del cuerpo viaja hasta la cabeza. Al volver a la posición inicial las piernas se duermen, pero la mejor forma de despertarlas es saltando de un lado de la pared al otro. Esto es lo más cercano que está el ser humano de volar. Me siento como un pájaro, ya que el viento que entra por las ventanas pega en la cara, refresca y desordena un poco el pelo.
En el descenso, el anhelo de agarrar la cuerda o algún objeto cercano domina completamente el cuerpo. Pero el asegurador de la cuerda impide saciar ese sentimiento ya que se debe subir una palanca que está en él y la otra mano debe agarrar el final de la cuerda para saber cuál es y evitar caer. Este proceso es más fácil que el primero, es relajado y no tiemblan las piernas. Al estar otra vez en el piso empiezo a extrañar las acrobacias que se pueden hacer allá arriba y tengo un antojo de volver a subir y experimentar una vez el miedo y la ansiedad.