La curiosidad de niña, la terquedad de adolescente y la persistencia de adulta, forjaron el camino que Vanessa Rosales hoy recorre como escritora y crítica de moda. Parece que la escritura escogió a Vanessa, más que ella a la escritura.
Se sienta junto a la invitada del Festival Gabriel García Márquez de Periodismo, la ensayista y biógrafa de The New Yorker, Judith Thurman. Es para Vanessa un privilegio poder entrevistar en el conversatorio de ‘Feminismo y moda’ a una de sus plumas favoritas. La sonrisa constante y la mirada de admiración reafirman el inicio de su introducción: “Para mí es un honor estar sentada al lado de una de mis ídolos. Tendré que ser un poco groupie”.
Así que podría decir que en un solo lugar y en un solo momento se reúnen ante ella los mayores placeres de su vida: la escritura, el feminismo y la moda. Es fácil reconocerlo para todos aquellos que estamos presentes y que de alguna manera la conocemos: mentora, amigos, estudiantes y seguidores. Vanessa lleva en sus manos un par de hojas donde ha escrito sus ideas y preguntas, pues es fiel seguidora del papel y el bolígrafo. Levanta el micrófono para contextualizar sus ideas y dar pie a la primera pregunta. Habla perfectamente inglés, casi ni se distingue su acento caribeño.
El preámbulo
Hija de su propia generación, una generación global amante de la cultura, la música, la moda, el arte y el cine, Vanessa Rosales, nace en 1984. No nace en una de las urbes cosmopolitas más destacadas de la década, nace en Cartagena de Indias, una ciudad que para Vanessa está marcada por el colonialismo, conservatismos, prejuicios, lento progreso y jerarquías sociales influenciadas por el aspecto racial. Su nana afrodescendiente la acompañó desde su infancia, y marcó su vida por ayudarle a comprender el amor que existe más allá de la familia y de las diferencias raciales, más que por enseñarle a comer o a colocarse los zapatos.
Desde pequeña Vanessa descubrió inconscientemente el amor por el arte y la estética, una afirmación que no solo hace ella, sino también su madre. La música y el cine fueron de esas primeras atracciones artísticas que, posiblemente, le nacieron innatas, pero que se fueron cultivando con la influencia del mundo que la rodeaba y su insaciable curiosidad. “Tuve una profesora en quinto de primaria que me regaló un casett de una película que sonaba música de los 50”, cuenta Vanessa. Desde allí empezó a interesarse por conocer cómo en cada década se forjaba una estética diferente.
Su interés pasó por los 60, con su pasión por el rock and roll, que llegó a sembrar en ella la idea de ser cantante cuando fuera grande; luego vinieron los 70 y la atracción por la estética del punk, la chaqueta de cuero negra y el reforzamiento del concepto del ser cool; hasta los 90, la década de su pre-adolescencia. Ese deseo constante por conocer y aprender, le dio la razón a su madre para que describiera a la Vanessa adolescente como una chica “muy inquieta y rebelde”, que no escuchaba música de su época.
De ‘jeroglíficos’ a letras
Vanessa no es una mujer convencional. Desde pequeña se dedicó a alimentar su mente, su vocabulario y su escritura. Cuando tenía 14 años descubrió el libro El mundo de Sofía de Jostein Gaarder. Esta novela la hizo percatarse de que existía toda una disciplina que se encargaba de un tema que siempre le había interesado: descubrir el sentido de por qué había llegado al mundo. Una temática que no suele ser atractiva para los jóvenes.
Su historia con la escritura comenzó mucho antes de que aprendiera a escribir. De pequeña desahogaba su deseo por usar la palabra escrita, por medio de cuadernos que llenaba de “jeroglíficos muy infantiles, sin ningún tipo de sentido”, como los describe ella. Desde entonces empezó la construcción de un definido camino profesional y casi espiritual por ser escritora, de nada en especial, solo escritora. Una fantasía que se nutrió con los libros que leía, especialmente con el personaje de la joven Joanne Marsh en la novela Little Women; una idea que hoy no suena tan descabellada, si se reconocen esas cualidades de decisión y distinción en la palabra, que hoy comparte Vanessa con la pequeña escritora.
Era evidente, ya en el colegio a la edad de nueve años, su inclinación por la filosofía y las letras. Una particularidad que hizo de ella una niña diferente a los demás niños de su edad. “Tenía criterios y gustos muy definidos, desde muy temprana edad”, asegura Martha, su madre. Vanessa se dedicó totalmente a “cultivar” su mente, razón por la cual dejó de lado, durante muchos años, la actividad física, algo de lo que hoy se arrepiente. Se culpa por haber sido tan terca, rebelde y obstinada en la adolescencia y no haber dedicado tiempo a practicar algún deporte. Sin embargo, hoy es bastante disciplinada con el fitness y acepta entre risas que hacerlo le ha permitido conectarse con unos estados mentales que desconocía.
Graduada de uno de los mejores colegio de Cartagena, el Jorge Washington, se mudó a la fría, gris y monocromática Bogotá, con el objetivo de estudiar Filosofía en la Universidad de los Andes. Llegó a la capital en agosto de 2002 y comenzó una nueva etapa de su vida que influenciaría por completo su destino.
Tomando una dirección
“(El cambio de ciudad) me hundió en una absoluta tristeza y melancolía”, cuenta Vanessa. “La (calle) 19 que era donde tenía que desembarcar diariamente de un bus que me traía de bastante lejos, me parecía un lugar terrorífico”, y para colmo de males las pulgas la picaban en el recorrido. Ese tiempo fue para Vanessa bastante difícil, pues sumado a eso, no encontraba el sentido de su llegada a Bogotá. Su único refugio fue la voz de Héctor Lavoe, un refugio que le recordaba quién era y la mantenía cercana a sus raíces, un refugio que heredó del gusto por la salsa y que comparte con su padre.
Tampoco la filosofía llenaba esos vacíos. En cambio se sentía presa de un mundo excesivamente metafísico, existencialista, abstracto y, principalmente, “masculino y patriarcal”. Pero así como Héctor Lavoe le cantaba, el día de su suerte llegaría. Una mañana en clase de siete, mientras leían al filosofó Immanuel Kant, sintió la necesidad de abandonar ese camino y continuar el rumbo de la academia desde otra ciencia social: la Historia.
Fue Bogotá la que le dio la oportunidad de encontrar en el ambiente urbano y cotidiano las primeras pistas, conscientes, de su atracción por la estética y la moda. Entre sus anécdotas, Vanessa cuenta cómo esa curiosidad, que le pica desde niña, la llevó a caminar por las calles de Bogotá, visitar clubes nocturnos, frecuentar lugares de encuentro de tribus urbanas y preguntar: “Oye, ¿y tú por qué usas eso?”. Allí surgió la idea para su trabajo de grado: “Analizar la evolución de la juventud en Bogotá del año 85 al año 2005, utilizando los ejes de la vestimenta, las industrias culturales, los espacios de socialización y las músicas que escuchaban”.
Pero algo se interponía nuevamente en su camino. Su proyecto fue rechazado, pues según el profesorado el tema era bastante sociológico e intelectualmente inválido. Fue en ese momento, en el que Vanessa decidió luchar contra los frenos que colocan intelectuales tradicionalistas, que creen que la moda y la estética no son temas dignos de la academia. A partir de ahí aprovechó para empezar una lucha por “validar lo femenino dentro de un contexto marcadamente machista como el colombiano”, dice determinada.
Terminado este ciclo académico de su vida y con su primer título como historiadora, tomó rumbo hacia Buenos Aires, Argentina. Decidida a dedicar su vida a la escritura y continuar con las reflexiones sobre la estética y la vestimenta, principalmente femenina, inició la Maestría de Periodismo con el periódico La Nación y la Universidad Torcuato di Tella. Hizo parte del equipo de periodistas y escribió sobre moda y estilo para la versión impresa del periódico. En aquel momento empezaba como periodista de moda.
Crítica de moda
Instagram Vanessa Rosales
De regreso en Colombia, Vanessa trabajó como editora en el periódico El Heraldo de Barranquilla. Fue el primer medio de comunicación colombiano que creyó en la escritura de moda. Para Vanessa es imposible no recordar con cariño al exdirector de este periódico, Ernesto McCausland, pues “fue él quien, de cierta manera, le apostó a una escritura de moda que en ese momento no era común en el país”.
Más adelante, capaz de adaptarse como un camaleón a cualquier ambiente, fue editora de revistas como Semana y Cromos, mientras que en Internet iniciaba un camino más independiente, que le daba la libertad de escribir y hacer crítica como ella quería. Se empezaba a desplegar, poco a poco, su deseo más profundo: ser reconocida como escritora y crítica de moda. Lo cierto es que muchos de sus amigos más cercanos, conocieron primero sus escritos antes que a ella. “Conocí a Vanessa, personalmente, en el 2012, en Cartagena. Pero yo sabía sobre sus escritos y admiraba ya la manera documentada, erudita y sin lugares comunes, en que escribía sobre moda”, comenta William Cruz, colega historiador, conversador y amigo de Vanessa.
Sus inicios como crítica de moda fueron contundentes, pues gracias a esa “crítica recalcitrante y bastante dura”, como lo admite ella, fue bautizada en el 2012 por la revista Caras como “La crítica de moda más odiada, pero también más amada del país”. Etiqueta que le brindó la oportunidad de dejar claras sus intenciones de expresar un criterio y hacer teoría cultural, más allá de solo escribir sobre moda.
Y evidentemente, aquel apelativo era realmente adecuado, pues uno de sus textos más controversiales iniciaba de la siguiente manera: “El mal gusto parece ser la característica más notoria en la moda colombiana. ¿Qué es mal gusto? Se preguntan algunos con insistente frecuencia. Mal gusto es comulgar con las expectativas estéticas que ha depositado el narcotráfico en las mujeres colombianas. Mal gusto es vestirse únicamente para recibir la aprobación de los hombres”. Se llamaba Manifiesto de un árbitro de estilo –publicado en su primera página web, Vanguard- y fue polémico, pues según Vanessa, en aquel entonces había leído aquella parte de la cultura colombiana desde una perspectiva ajena al contexto socioeconómico al que se refería.
La suma de toda su experiencia profesional y estilística, más la elocuencia, esa cualidad con que la define su amiga, Laura Echavarría, y la iniciativa, le ayudaron a conquistar la siguiente meta en su vida, estudiar en Parsons The New School for Design. Escribió un ensayo “que reflejara mis intenciones y mi espíritu, y que de cierta manera brillara por su virtud estilística en escritura”. Lo presentó y la misma ensayista, Judith Thurman, que durante años había inspirado su trabajo, le concedió una carta de recomendación. Así fue como en el 2012 fue becada en el programa de Fashion Studies de Parsons.
Ser una escritora
Instagram Vanessa Rosales
Se encierra en un pequeño apartamento al norte de Bogotá. Es su espacio de acuartelamiento cuando quiere escribir, leer y reflexionar. Su escritorio es amplio, lleno de libros, anotaciones, libretas, un computador y una taza de té o café. Ordenado de manera tan meticulosa, parece perfecto para una fotografía, de esas que sube Vanessa a su cuenta de Instagram. Aunque tiene página web, toma fotografías y publica constantemente en sus redes sociales, odia el calificativo de bloguera, pues esos espacios son tan solo un medio para visibilizar su trabajo como escritora.
En agosto, para la fecha de su cumpleaños, publicó en Instagram con emoción una fotografía frente a la fachada del edificio de la Editorial Planeta, anunciando la publicación de su primer libro. Su sueño de consagrarse como escritora a nivel global está tomando forma. “Es un libro que va a reflejar de muchas maneras mi propio trabajo, que intenta también llenar un vacío dentro del habla hispana, ese vacío de lo teórico y lo histórico al momento de abordar la moda y el estilo”, señala Vanessa.
Su editora en Planeta, Carolina López, está segura del éxito del libro en Colombia, pues cree que será una ficha fundamental para consolidar el tema de la moda en el país: “Creo que el mundo de la moda cada vez crece y se consolida más en el país, y este libro aspira a conseguir un lugar especial en la bibliografía nacional de la mano de un autor local”, asegura.
En el momento en que Hugo, el padre de Vanessa, escogió el nombre para su hija, no lo hizo pensando en el significado detrás de él. Pero si hoy lo hiciera, descubriría que todas las características que definen el nombre encajarían perfectamente con la mujer que hoy es: femenina, observadora, imaginativa y amante del aprendizaje. Es una mujer llena de dualidades y peculiaridades. Solitaria pero empática. Pensante pero directa. Terca pero decidida. Salsera pero roquera. Hoy escribe su primer libro, entrevista a ídolos como Judith Thurman, es reconocida y construye ya el camino que desde los 9 años soñó con cumplir en el futuro: “consagrarme como escritora a nivel global”.