Éxitos: una peluquería donde trabajan sordomudos

Martes, 30 Agosto 2016 14:14
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Un dedo en lenguaje peluquería significa, muchas veces, dos, y dos, cuatro, lo cual convierte un despunte en algo excesivo. Dejé de preocuparme por eso cuando encontré a Víctor, quien a pesar de ser sordomudo entiende mis señales y corta lo justo y necesario.

Víctor y Néstor|||| Víctor y Néstor|||| Foto tomada por María Dolores Ponce de León||||
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La peluquería Éxitos tiene en la sección de vientos de su orquesta sinfónica unos cuantos secadores, que al encenderse juntos crean una melodía discordante. También está el sonido de la televisión, que a esa hora de la mañana sintoniza Día a Día. La radio se une a la melodía con alguna que otra canción de reguetón y el ruido de la calle aporta pitos y motores a un conjunto tan ruidoso como el que monté con las ollas en casa cuando era niña. Después de mi gran show, había aturdido a toda la familia y me pedían el favor que no tocara más. Hoy entiendo lo que sentían, llevo poco en la peluquería y quiero presionar el botón de mute para tener un poco de silencio.

Por su parte, Víctor, hombre de estatura promedio, cabello negro y sonrisa amable, disfruta trabajar en un lugar así. Al llegar a la peluquería, nos saludamos agitando la mano de un lado al otro como de costumbre. Se levanta de su silla porque imagina que vengo por lo de siempre: una despuntada de dos dedos, ni más ni menos. Pero hoy la historia es diferente, vengo a verlo trabajar. Le muestro la nota que escribí pidiéndole permiso para acompañarlo. Su cara se transforma, sorprendido de una petición como esa y al final asiente dándome el visto bueno para empezar la misión.

A las 9:30 de la mañana la peluquería está casi vacía, por lo que los estilistas se encuentran en sus sillas de trabajo esperando la llegada de algún cliente. Al poco tiempo aparece una mujer con el pelo empapado, se sienta en el puesto de Víctor y le dice con señas que peine su flequillo hacia el lado derecho. Él seca su cabello simulando un liso asiático: recto de principio a fin. 15 minutos después, la clienta número uno de mi conteo, pasa de verse como un pato mojado a una señora hecha y derecha.

Pronto me doy cuenta que el tiempo de espera entre un cliente y otro es eterno. Veo una esterilla de pelos que se mueve por el piso con el viento. Automáticamente pienso en las películas del oeste, con desiertos inmensos donde no hay casi gente y ruedan bolas de heno. A excepción de las condiciones del terreno y el tema de los vaqueros, esta peluquería es idéntica. No hay un alma.

La paciencia es definitivamente una cualidad que necesita todo peluquero. Tienen que esperar, esperar y esperar. Víctor se mece de un lado al otro sobre su silla mientras mira el celular. Néstor, uno de sus compañeros, duerme una siesta. Otro aprovecha para levantar pesas, hace dos intentos y decide irse a conversar (vaya rutina, se demorará un buen tiempo en estar en forma).

Entre tanta pasividad, Víctor y Néstor salen a conversar a la puerta. Mueven sus manos a gran velocidad y me es casi imposible saber de qué conversan. Les pido me enseñen algunas cosas en lenguaje de señas. Aprendo a decir hola, gracias, novios, azul y café por obra de Néstor, quien con gran esfuerzo me dice las palabras mientras las traduce con sus manos. En una pequeña versión de Pictionary, ambos estilistas me cuentan acerca de sus familias. Víctor vive con su madre y cinco mascotas: 2 perros y 3 gatos; Néstor con su esposa y un hijo de 22 años.

¿Sabía usted que en Colombia hay más peluquerías que panaderías? Así lo informó el periódico Portafolio en 2014 y esta zona es un claro ejemplo de ello. Durante el tiempo que estamos frente a la puerta, Néstor y Víctor saludan con señas a dos amigos que también son estilistas, cada uno trabaja en un lugar distinto. La competencia es dura, Éxitos es una de las tres peluquerías que se ubican en la misma calle.

A la hora del almuerzo, camino junto a Néstor y Víctor al “corrientazo” donde acostumbran ir. Ya me han contado los grandes beneficios del lugar: cuesta seis mil pesos y dan un montón de comida. Durante el trayecto pienso en los ruidos que concentra la calle y que sólo yo escucho. Como fieles clientes del restaurante, la mesera los ve y les pregunta con gestos si quieren carne o pollo. Cada uno señala a otro cliente que está comiendo el plato que le apetece. Creo que es un caso en el que mamá entendería la necesidad de apuntar con el dedo a alguien más.

Y… volvemos a la silla. La mayoría de estilistas pasan horas enteras en Facebook, WhatsApp y YouTube esperando por un cliente. Tanto tiempo libre los hace muy sociables y creo que es la razón por la cual las personas que trabajan en una peluquería cambian tantas veces de look. ¿Lo han notado? La estilista que me atiende regularmente ha pasado por varios: la primera vez que la vi tenía el pelo negro, luego se pintó las puntas de morado y ahora lo tiene del color de La Sirenita.

El horario de trabajo de Víctor y Néstor es de 10 horas, me parece demasiado extenso, pero ellos me dan a entender que así esta bien. A lo mejor lo larga que es la jornada se compensa con el tiempo de espera. Desde el momento en el que llegué he estado pensando que hay un lugar en el mundo para que cada uno pueda brillar por sus capacidades. No poder oír y tener una manera de comunicarse distinta no les impide ser buenos peluqueros.