Desde hace 29 días, la realidad para cientos de jóvenes colombianos cambió. Salen a protestar por un mejor país y en contra del actual gobierno, sabiendo que luego de salir de casa, regresar es un privilegio. Mientras muchos los tildan de vándalos, desocupados, querer todo regalado y hasta estar financiados, cada vez son más los jóvenes que día a día se arriesgan y ponen el pecho frente a tanquetas, gases lacrimógenos, bolillos y balas. Tal y como si en las calles se viviera una guerra.
Jueves 27 de mayo de 2021: alrededor de las 5:50 de la tarde, proveniente de la localidad de Kennedy, ingresa a la sala de urgencias del Hospital Universitario Mayor Mederi un paciente con trauma en el ojo izquierdo; alrededor de éste se aprecia la forma exacta de una lata de gas lacrimógeno, la visión de su ojo derecho también había sido afectada y era casi nula. Aunque su cuerpo y rostro hablaban por sí solos, él quiso narrar su historia: “Estaba en la protesta con mi bicicleta, me apuntaron y dispararon de frente, al caer al suelo, me agarraron a bolillo.”
Así, día tras día, se repite la historia en los distintos puntos de concentración del país. Mientras las calles siguen llenas de gente, la Corte Interamericana de Derechos Humanos intenta ingresar al país, recibiendo como respuesta una negativa inicial, luego, que pueden ingresar en junio. En el senado de la república, a esos que cada día salen a luchar les dicen “dejen de llorar por un solo ojo.” La cuenta de lesiones oculares rodea los 50 casos de acuerdo al último reporte de la ONG Temblores, haciendo que los jóvenes se pregunten a los cuántos casos estará permitido “llorar.”
Cae el día, y junto a la noche, llega la incertidumbre. ¿Mañana cuántos serán? ¿Con cuántos casos nuevos amaneceremos? ¿Qué ciudad será el epicentro esta noche? Al mismo tiempo y al unísono, en las redes sociales y la mente de miles de jóvenes se repite la misma pregunta: ¿quién nos cuida de quienes nos deberían cuidar?