Barranquilla bajo la lluvia: cambios y desafíos en la ciudad

Martes, 14 Noviembre 2023 07:47
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Cuando la lluvia llega a Barranquilla, la ciudad se transforma. Sus habitantes se enfrentan a desafíos que van desde inundaciones repentinas hasta personas fallecidas. 

Un aguacero en Barranquilla||| Un aguacero en Barranquilla||| Isabella Brume Hernández|||
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Cuando llueve en Barranquilla, rara vez ocurre sin avisar. 

En los días previos, el sol brillaba en el cielo, incandescentemente. Su color era un amarillo más claro de lo habitual, casi de un blanco abrasador. El pavimento ardía con su calor, haciendo imposible caminar en sandalias. "Sol de lluvia", se escuchaba decir en las calles, mientras la gente miraba al cielo, con expresiones revestidas de irritación. "Sol de agua", la gente murmuraba de camino al trabajo y a la escuela; cuando estaban tumbados en sus camas, o preparando el almuerzo, o sentados en el sofá, con la televisión encendida en el noticiero. 

La lluvia empezó sin fuerza. 

Chispido, así se llamaba la lluvia más ligera. Las gotas de agua caían del cielo en cantidades minúsculas, con fuerza suficiente para fruncir algunas cejas, pero no para mojar el suelo. Las madres extendían las manos por ventanas y puertas, chasqueando la lengua en frustración. Un chispido es insignificante e intrascendente, un insulto para la vastedad de la palabra lluvia; un insulto para lo que la lluvia significa en una ciudad como esta.  

Según estudios realizado por Weather Park, el estimado de lluvia por día en Barranquilla es de 13 milímetros, con octubre siendo el mes mas lluvioso, con un promedio de 122 milímetros de lluvia. Esto, junto a la ubicación geográfica de la ciudad y la ausencia de un sistema de drenaje fluvial, permite la fácil inundación de las calles por arroyos.  

A 2020, y de acuerdo con una investigación realizada por el colectivo Baúl Polisémico, en los últimos años al menos 108 personas han muerto arrastrados por los arroyos de las cuidad. En 2023, ya se le añadieron 3 vidas a esta cifra.  

Luego, esta crece.  

El sereno empezó en las últimas horas de la tarde, cuando la noche se abrió paso lentamente en el cielo. La lluvia ahora caía con más fuerza, repiqueteando en los tejados de los coches y en las calles transitadas. A las seis de la tarde, en un jueves, la hora pico apenas estaba empezando, pero el tráfico era denso en La Murillo, una de las carreteras principales de la ciudad. 

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Los transeúntes caminaban con prisa hacia las destartaladas estaciones de Transmetro, donde se formaron colas junto a la entrada, mientras los coches tocan el claxon y los conductores se gritan insultos desde los asientos. 

Barranquilla era una ciudad pequeña, situada en la costa nororiental de Colombia, en América Latina. En un buen día, uno era capaz de cruzarla de sur a norte en poco más de una hora. En un mal día, sin embargo, los trancones eran tan largos y el tráfico tan lento que uno podía quedarse atascado en la misma cuadra durante horas y horas. 

Aun así, un mal día es bueno comparado con aquellos donde el sereno es perpetuo, esos donde el agua te obliga a salir con paraguas, pero no refresca el ambiente. Donde las calles se vuelven insoportablemente lentas, con todos apresurados por llegar a sus casas. Donde el calor sigue siendo insoportable, a pesar de las nubes grises de tormenta, ocultando todo rayo de sol. 

En Barranquilla, la lluvia no es constante, pero cuando llega, lo hace con ira. 

El aguacero empezó con fuerza a las 3 de la mañana, cortando la electricidad en el Circuito Sierra, donde casi todos los domingos Air-e se encarga de hacerlo. Dentro de las habitaciones, se puede escuchar el sonido de la lluvia golpeando el asfalto cómo él galopeó de una horda de caballos. A esa hora, no hay mucha gente despierta, pero los que están, enroscan sus dedos en puño y maldicen bajo su aliento “Electricaribe hijueputa” antes de patear las sábanas fuera de la cama y volver a dormir. 

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En la mañana, el cielo es del mismo tono del humo proveniente de la Isla Salamanca en el Caribe Colombiano. A las siete de la mañana, parecía que apenas estuviera amaneciendo, y a las nueve, después de más de seis horas de lluvia imparable, se sentía como si fueran las seis de la tarde. Dentro de las casas, los espejos estaban cubiertos con sábanas y los electrónicos desconectados. Los niños, quienes habían faltado a clase, disfrutaban de las horas extras de sueño, mientras que los padres se encorvaban sobre las mesas del comedor en dirección a sus portátiles, donde su trabajo se había inesperadamente convertido en un asunto virtual. 

Antes de la pandemia del Covid-19 en 2020, los días de lluvia se consideraban días libres, pero la pandemia modernizo los trabajos de oficina, facilitando el paso a obligaciones remotas. 

En el barrio La Victoria, Julieta Villalobos estaba deshuesando pechugas de pollo en preparación para cortarlas en cuadritos y adobarlas. Siendo una madre de dos, el tiempo de tranquilidad en su apartamento valían oro y cada día lluvioso era un milagro. Julieta trabajaba para una institución de estudios técnicos donde, con la excepción de la cuarentena, el trabajo era completamente presencial, por lo que, en medio de las tormentas, ella estaba libre. 

Su hijo de 11 años estaba dormido en su habitación, mientras que su hija Josefa, ya de 21, se balanceaba en la mecedora en la sala con su teléfono en mano. En la pantalla, WhatsApp estaba abierto en el chat con su mejor amiga, Isabella, quien se estaba quejado por no poder ir a clases.

Enfrente de ella, el televisor se encontraba encendido con el volumen al tope más alto. En ese, una reportera estaba hablando sobre las crecientes corrientes en las calles y urgiendo a los habitantes a quedarse en su casa. 

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A finales de agosto, el paso de la tormenta tropical Franklin dejó estragos en la ciudad. Solo unas cuadras más debajo de donde Julieta vivía, en el barrio Santuario, el techo de una casa colapso debajo de las fuertes precipitaciones. Dentro de esta, una mujer de 95 fue gravemente herida junto a otros 3 adultos mayores, quienes, junto a otras 2 personas, habitaban la casa. 

Como respuesta, el jefe de la Oficina de Gestión de Riesgo del Distrito, Edgardo Saucedo dijo en un comunicado: “Se observó una falta de mantenimiento por parte de los propietarios de esta vivienda. Unos techos en alto deterioro, falta de mantenimiento en sus listones, caballetes, unas tejas en mal estado. 

La lluvia en Barranquilla se extiende por toda la ciudad, sin espacios secos.  

Isabella vivía cerca del centro histórico de la ciudad, cerca de la intercesión entre la Plaza de la Paz y la Catedral de Barranquilla. Desde su apartamento, ubicado en el décimo-quinto piso, el pavimento se ve minúsculo y desolado mientras pequeñas corrientes de agua se deslizan por las calles. En los últimos años, la Alcaldía local ha hecho un esfuerzo por erradicar los arroyos en la ciudad, pero el miedo persiste dentro de la comunidad, acostumbrados a levantarse con noticias de niños ahogados en el río Magdalena e incontables materiales perdidos tras las lluvias.  

Para Isabella, sin embargo, estos nunca habían sido una preocupación. Ella había vivido en ese edificio desde que tenía memoria y, por su casa, los únicos desastres que dejaba el agua eran las goteras en el balcón. 

Cuando era niña, la lluvia le causaba tanta ilusión como los regalos el día de navidad. Ahora, sin embargo, sentía como si fuera una barrera, un obstáculo, que la impedía de continuar con su vida como normalmente lo haría.

Sus abuelos, a maternos vivían en Soledad, Atlántico, en la misma casa donde su madre había crecido. Allá, incluso más que en Barranquilla, la lluvia traía consigo apagones que sobrepasaban las 20 horas y el tipo de estrés que la hacía querer jalarse el cabello. Solo meses atrás, en el mes de abril, un automóvil fue arrastrado por las corrientes del arroyo El Salao, y un mes después, en mayo, este mismo trajo una avalancha de basura que sacudió el municipio.  

Actualmente, las obras de canalización se están llevando a cabo en las calles del municipio, comprendiendo aproximadamente 2.000 metros lineales de canalización. 

Rodolfo Ucrós Rosales, alcalde de Soledad, mencionó que están comprometidos con esta obra. "Gestionamos los recursos ante la Unidad Nacional de Riesgo y hoy las obras están bastante avanzadas. Estamos comprometidos en brindar soluciones efectivas a los ciudadanos con la canalización en estos dos afluentes que han generado inconvenientes durante la temporada de lluvia", expresó Ucrós. 

Cuando llueve en Barranquilla, accidentes pasan. 

El 3 de septiembre, en la Calle 30 con carrera 2, dos menores y un adulto fueron arrastrados por el arroyo Don Juan al sur de la ciudad. Uno de los niños, según un comunicado oficial de la Oficina de Gestión de Riesgo de la ciudad, fue rescatado con vida por la comunidad, pero de las otras dos víctimas solo se encontraron los cuerpos. 

Desde el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales, Ideam, se emitió una alerta naranja por riesgo de crecientes súbitas de arroyos en el Atlántico tras los hechos. En la ciudad, los habitantes se preparan para una nueva oleada invernal.  

En Barranquilla, cuando la lluvia escampa y los arroyos se escurren, arena inunda las calles.