Ernesto Calderon Fonseca es un bogotano de 33 años que desde muy pequeño encontró su gusto por las armas y una habilidad militar innata. 'Chamo', como lo conocen su novia, amigos y familiares, tuvo la oportunidad, según él, de vivir una gran aventura en un país del cual había escuchado muchas historias y que en su mayoría eran negativas.
Fue un amigo cercano de Chamo, quien estaba escoltando la embajada americana en Dubai, el que le dio el impulso para postularse a ser también escolta en la embajada americana, pero en Afganistán. Chamo presentó todos los papeles necesarios para el trabajo y fue admitido en contadas semanas.
El pago por su trabajo fueron 2.500 dólares para el año de 2014 (más o menos 5 millones 800 mil pesos colombianos en la época). Chamo no gastaba este dinero en Afganistán, pues lo enviaba a su mamá y la embajada se encargaba de cubrir sus necesidades alimenticias y de alojamiento. Adicionalmente recibía 200 dólares mensuales (460 mil pesos colombianos) para sus gastos de aseo personal. Cincuenta dólares era lo máximo que él gastaba, ya que los productos eran muy baratos.
Las guerras en Colombia y Afganistàn para Chamo son muy diferentes. Mientras que en nuestro país es un conflicto de forma directa, pues, para él, en Colombia se puede conocer y reconocer a los actores armados. En Afganistán, dice él, los niños, mujeres y ancianos pueden ser posibles victimarios. Cualquier persona que se encuentre caminando por las calles a su lado podría llevar armas o bombas. La desconfianza entre los habitantes estaría presente y sería bastante notoria.
Diana Fonseca, madre de Chamo, se sentía agobiada por el trabajo de su hijo. Las noticias sobre ataques de grupos rebeldes en Afganistán eran un golpe más a su tristeza por no ver a su hijo seguido y no escuchar su voz por varias semanas. Sin embargo, le reconfortaba que él estuviera contento en su trabajo conociendo culturas y personas distintas.
Daniela Charry es la novia de Chamo y lleva con él cinco años. A pesar de no haber sido su pareja en el tiempo que él estuvo en Afganistán, aún le perturban las imágenes y videos que él le mostró cuando regresó a Colombia.
Daniela le ha dejado claro que si él vuelve a hacer ese tipo de trabajo su relación termina. ”Él sabe que si vuelve a allá (Afganistán) lo de nosotros se acaba, eso de estar con miedo a que algo le pase no lo voy a soportar”. Daniela no desea esperar por meses sin saber sobre su bienestar. Chamo simplemente calla y acaricia el pelo de Daniela. Aunque quisiera volver a su antiguo trabajo,la bonita relación que ha forjado con Daniela es uno de los impedimentos para tomar sus maletas e irse.
Varias veces, cuenta Daniela, llamaron a Chamo para que se reintegrara a su trabajo. Aunque sus ansias por volver estaban presentes, Chamo había emprendido una carrera aquí en Colombia y llevaba varios semestres cursados de ingeniería eléctrica, por lo que el director de programa habló con él y lo convenció de terminarla. Al día de hoy ha escuchado ofertas de volver como escolta a Asia Oriental, pero no a Afganistán sino a Libia y otros países en donde el conflicto islámico está latente.
Desde principios de este año trabaja en el mantenimiento aeronáutico en la aerolínea Latam y se siente contento con su trabajo y las posibilidades de ver a su familia, amigos y su novia, pues si vuelve a su antiguo trabajo tendría que verlos por muy poco tiempo y su vida estaría en peligro.
A pesar de aficionarse por el mundo militar y el armamento, solamente llegó a ser soldado reservista. Varios fueron los cursos y pruebas que hizo para ser elegido como escolta. Un curso de fuerzas especiales en San Salvador y otro en la escuela de contraterrorismo en Virginia, Estados Unidos. El calor de El Salvador lo agotaba muy rápido y en Estados Unidos la diversidad de pruebas fisicas, psicologicas y de poligono fueron las más duras de pasar, cuenta. Junto a él 7 personas más se postularon al cargo de los cuales solo Chamo y otra persona llegaron a la meta final: Afganistán.
Para Chamo hubo ataques más fuertes que otros: “A veces era algo suave, solo un mortero y tiros y ya; el más duro fue con carro bomba, morteros, grupos escuadras de talibanes. Ese fue el más duro”. Estas arremetidas eran para personajes importantes de la política: “Los atentados se hacen hacia extranjeros, presidentes y embajadores que viajan, no a las personas ricas del lugar”.
Tres fueron los enfrentamientos más fuertes que Chamo presenció. Uno de ellos repercutió en las instalaciones de la embajada. Chamo se encontraba en una de las torres vigilantes y veía cómo las balas penetraban las paredes y dejaban orificios. A pesar de eso, afirma que no sentía miedo, sino valor de luchar y disparar su arma. Nunca quedó herido, pero sí en muchos momentos vio morir a algunos de sus compañeros y a afganos que visitaban la embajada.
Año y medio fue el tiempo en que Chamo estuvo en el país asiático, pero fue suficiente para reconocer bastantes cualidades culturales. El machismo, cuenta él, se ve en cada esquina. Mientras que los hombres deambulan por cada espacio afgano las mujeres deben permanecer en casa y solamente salir con su esposo. Así como usar el burka: tela que visten las mujeres, si son casadas, para tapar en totalidad su cuerpo y solamente dejar al descubierto sus ojos. En el caso de ser solteras deben cubrir su cuerpo, pero tener su cara despejada.
El dinero también es necesario para casarse con una mujer, pues en las familias afganas es un requisito contar con alto efectivo para contar con la compañía femenina. Según Chamo, por la pobreza con la que el país cuenta, son pocas las mujeres casadas.
Los choques culturales eran frecuentes, sin embargo, en el momento en que Chamo firmó su contrato le advirtieron sobre las prácticas religiosas y culturales del país al que llegaría y la no intervención en estos actos. Aunque muchas veces se sentía afligido por las prácticas brutales que presenciaba hacia las mujeres como golpes, pisadas e incluso apredeamientos en plazas públicas, simplemente observaba o se distraía.
En sus tiempos libres dibujaba, pues es otra de sus pasiones, igualmente se ejercitaba. En relación con sus entrenamientos, tenía pruebas de tiro y fuerza una vez cada mes. Nunca llegó a entrar en una mezquita, templo de oración en la religión islámica, ni tampoco a asistir a rituales culturales. “Los afganos le tienen mucho recelo a los extranjeros, no les gusta que vayan a sus mezquitas ni a sus oraciones. Yo solo me la pasaba en la embajada o pedía cosas por internet, cuando tocaba salir era a patrullar o cerrar algunas vías por si llegaba algún embajador o persona importante a la embajada”.
La comunicación con sus compañeros era en inglés, ya que esa fue una de las condiciones para ser admitido, sin embargo, en algunas ocasiones tuvo que hablar con algunos afganos. Chamo dice que en Afganistán hay dos idiomas dominantes: pastún y darí. Para él fue difícil aprenderlos, en especial porque no todos son bilingües, y, por eso, no sabía que idioma debía usar, en el caso de cerrar alguna vía, tenía que explicar a las personas. No llegó a aprenderlos en su totalidad, pero dice que se hacía entender, ya fuera con señas o algunas palabras básicas.
Las ventajas que obtuvo por su trabajo fueron diversas, entre ellas pagar su carrera universitaria, comprar una moto y ayudar a su familia. Es inevitable notar su emoción al relatar las historias y su experiencia en Afganistán. Para Chamo, más que un trabajo, fue la oportunidad de comprender otra cultura de la cual si bien se rumora mucho sobre historias tortuosas y de terror, la percepción propia no es la misma.
“Yo soy feliz haciendo eso y soy bueno haciendo eso”, sintetiza Chamo al comentar que es una labor para ciertas personas, pues para él vivir en carne propia los sucesos violentos, el sonido de las balas y la cercanía con la población afgana ha sido de las mejores vivencias.