El miedo olvidado: así sobreviví a dos atentados con dinamita siendo policía

Miércoles, 04 Enero 2023 11:43
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Gonzálo Ballén estuvo 25 años en la Fuerza Pública y vivió los años más duros del hostigamiento guerrillero. Esta es su historia en primera persona.

Gonzálo Ballén en sus años de servicio.||| Gonzálo Ballén en sus años de servicio.||| Foto: Archivo particular|||
1794

Llevábamos como una hora caminando despacio e inspeccionando la carretera. Éramos varios oficiales y el capitán, todos mirando hacia abajo y buscando bien algo sospechoso. Luego, la contraguerrilla nos llamó y pidió un reporte. Cada quien iba ahí concentrado cuando de repente alguien dijo: “Mi capitán, mi capitán, aquí hay una parte de la vía que está como fresquita la tierra”. Nos dieron la orden de buscar si sí había algo. Entonces nosotros ahí escarbando con las manos todas sucias,  vimos un cable y empezamos a buscar a qué estaba conectado. Un oficial dijo: “Mi capitán mi capitán, aquí hay dinamita”.

Toda la vía estaba llena de dinamita. “Paren todo”, fueron las palabras del capitán, que llamó a los agentes antiexplosivos porque nadie más le puede meter mano a eso. Uno no sabe, esa vaina termina explotando. Efectivamente, en 1988, con mi grupo encontramos aproximadamente 10 kilos de dinamita en la vía Cáqueza - Bogotá.

Todos teníamos el presentimiento de que nos iban a emboscar, pero eso casi nunca se comparte. Uno siempre quiere hacerse el fuerte. No sé por qué en esa ocasión fue distinto y todos decidimos revisar que no nos fueran a hacer un atentado, porque si hubiéramos seguido en carro por esa carretera, nos moríamos. Eventualmente, esos se vuelven gajes del oficio: que uno sabe que en cualquier momento se va a formar un tiroteo, atentado, secuestro. Pero ese miedo es como una cosa que uno no controla. Yo trabajaba con esa zozobra, la incertidumbre de si hoy o mañana me iban a matar. Varias veces me sentí cerca, pero dos me marcaron mucho porque si una sola decisión se hubiera tomado de forma distinta, ya no estaría aquí diciéndole esto.

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En ese año yo estaba en la SIJIN, la Seccional de Investigación Criminal. Eso es como decir un CAI de la estación cualquiera, porque depende de la DIJIN que es la dirección. En una ocasión la DIAN decomiso como 100 vehículos porque estaban mal importados y esos vehículos fueron repartidos … donados a la Policía. Les decían ‘pitufas’ porque eran autos pequeños. Cuando distribuyeron las pitufas, uno de los conductores que vivía para la vía al Llano, no sé qué se le habría pasado por la cabeza, pero a él le pareció fácil coger una patrulla. Se fue con el carro para Guayabetal, para mí por ir a chicanear.

Esos carros ya estaban pintados de los colores de la Policía, que en ese tiempo eran negro y blanco. Ya les habían puesto su bombilla arriba, la sirena. Qué error tan grave el de este señor y tan bruto, sabiendo que esa vía era muy peligrosa, porque había mucha guerrilla. Ellos asaltaban, hacían lo de la pesca milagrosa: secuestraban. 

Pues claro, cuando la guerrilla lo vio pasar, ellos se debieron imaginar que iba para Tapias o que sé yo, y que iba a regresar. Lo que ellos hicieron fue esperarlo ahí, lo vieron pasar y prepararon el regreso. Se cuadraron en la parte alta para emboscarlo y cuando el tipo regresó le dispararon de lado y lado. Quedó como un colador. Claro, lo mataron. Eso se supo y al otro día dieron la orden de traer al muchacho para dárselo a la familia. El capitán escogió varios hombres, entre ellos a mí. Yo era muy de confianza con ese capitán, yo le tenía mucha vara. En la Policía, cuando a uno le cae bien a alguien y tiene esa confianza, uno dice que tiene vara, y yo le tenía vara a él.

Estábamos en la patrulla y yo iba con él adelante y atrás venía la contraguerrilla, porque ese miedo del ataque de la guerrilla siempre está. Nosotros presentíamos que ellos iban a hacer una emboscada cuando fuéramos a recoger ese cuerpo.

Eran como 30 hombres los de la contraguerrilla y estábamos divididos en tres carros. El capitán como me tenía confianza me dijo:

-Ballén, ¿usted no cree que de pronto por allá arriba nos estén esperando?

-Sí, mi capitán. Es muy probable porque eso está muy callado- le respondí.  Uno presentía que cuando las cosas estaban calladitas era porque algo iba a pasar.

-Espere, Ballén. Espere los mandamos a pie así lleguemos tarde o en la noche, pero mandémoslos a pie- me dijo.

Llamó al comandante de la contraguerrilla y le dijo que se bajaran del carro y se repartieran por lado y lado de la carretera: “Repártanse mitad y mitad y van inspeccionando la vía, no sea que nos tengan por ahí algún guardado”.

Él se refería a que nos podían tener dinamitada la carretera. Esa gente hacía una zanja en la vía de lado a lado y lo llenaban de dinamita y desde un rincón accionaban la bomba. Así me pasó a mí en La Palma, por eso yo ya estaba algo asustado y prevenido.

En el año 1982, estaba en Yacopí, pero me trasladaron a La Palma, porque el radio operador había pedido vacaciones y me llamaron para ocupar su puesto. A los 8 días, estaba haciendo el turno de noche en la estación de Policía porque yo quería descansar,  y para eso hay que hacer ese turno (que es de 12 a.m. a 6 a.m.), así le dan todo el día a uno. Igual en ese descanso uno no tenía derecho a hacer nada, uno seguía uniformado y estaba ahí en la estación, pero digamos que era un descanso.

En la estación de Policía de La Palma acababan de trasladar a todo el personal, no entiendo por qué, éramos 7 personas, pero solo se quedó el conductor porque había llegado un carro nuevo a la estación. Luego, en la noche, llegó personal nuevo: sargento, comandante, agentes, todo. Como ellos venían de distintas estaciones en Cundinamarca, al siguiente día querían llamar a sus familias y decirles que los habían trasladado a La Palma. Pero no lograron comunicarse. Lo que hicieron fue pedirle al conductor que los llevara a Yacopí para ir a llamar.

Yo terminé turno como a las seis de la mañana y me fui a dormir porque ese iba a ser mi día de descanso. Y en eso el conductor, que era amigo mío, me dijo: “Ballén, ¿está descansando? Camine pa’ Yacopi. Yo también voy a descansar y jugamos tejo un rato”. Yo le dije que no que estaba trasnochado. Pero él ni me escuchaba e insistía: “Camine, camine”. Y como nosotros nos chanceábamos,  me jaló las cobijas, me las quitó, yo no quería ir: “No quiero, déjame dormir”, era en lo que yo estaba casi gritándole porque me dio rabia. “Camine y se viene por la tarde. Yo le gasto el almuerzo”. A la final me convenció. Él me dijo que iba a recoger a otras personas y venía por mí. Se me terminó pasando el sueño y me alisté pa’ ir.

Eran como las 7:30, me pare ahí a esperarlo. Espérelo y espérelo.  Nunca llegó. Me dio tanta rabia. Mientras esperaba hubo un problema, que ellos no podían irse así, tenían que pedir una autorización del comandante del distrito y no lo hicieron. El comandante llegó a la estación porque él justo estaba en La Palma, pues claro se dio cuenta de que no estaban ni el camión, ni el personal. Él se puso bravo, llamó al capitán de mi estación y lo regañó por no haberlos hecho pedir permiso para salir de la estación. Me acuerdo tanto, yo estaba ahí presente. “¿Cómo se le ocurre? ¿Usted no sabe en dónde está metido? ¿No sabe que es zona de orden público? Usted no está aquí de turismo.” Eso ahí le metió su buena regañada. Finalmente, lo aconsejó y le dijo: “No se vaya a ir por la misma ruta por la que se vino. Cambie de ruta porque aquí hay guerrilla y lo más probable es que los vio pasar y los van a emboscar”.

Mientras que estábamos ahí, ¡tun!, sonó una explosión, pero duro, bastante duro. Nosotros pensamos que era una polvorería, porque allá hay hartas fábricas de pólvora y hace como tres o cuatro días se había estallado una y hubo muertos y heridos. Entonces yo me quedé ahí pendiente porque creí que al momentico iba a llegar alguien a pedir ayuda. Al rato llegó un bus, bajó la ventana y nos dijo que fuéramos a ayudar a nuestros compañeros, que había un montón de muertos allá arriba.

Pues claro, ese era el camión en el que yo me iba a ir. Era negro con blanco. Todos murieron ahí, todos. No se salvó nadie, murieron siete personas, si yo iba eran ocho. Y claro, fui a uniformarme otra vez con ese verde oliva y una carabina que la cacha era en madera. Llegó el Ejército y todos en grupo fuimos a donde más o menos nos indicó el bus, era como a kilómetro y medio de la estación.

Dinamitaron la carretera. Les habían puesto un montón de dinamita y en el momento que pasaron por ahí ¡trun!. Con algún control remoto o con algo le activaron la dinamita. En ese momento yo solo le daba gracias a Dios, pensaba que él me quería tener ahí para algo. Yo debía ir en ese carro. Nunca entendí por qué a la final no me recogió mi amigo después de tanto insistir. Recordar eso todavía es muy triste, a los demás muchachos no los conocía, pero igual es una escena muy dura. Esa vez yo me le escapé a la muerte.

Es que en esa época lo que hacían era buscar gente para secuestrar y matar, ese era el fuerte de esas guerrillas. Hacían lo que llamaban plan pesca. Investigaban a la gente, miraban en los computadores quién era, de dónde era, y en un momentico sabían si era gente que para ellos era secuestrable y si sí, de una vez la raptaban. Así se murió mucha gente inocente. Policía retirado, policía jubilado, todo el que cayera en un retén de esos de una vez se lo llevaban para matarlo o secuestrarlo.

Hostigaban las estaciones de Policía. Gracias a Dios él en ese momento estaba conmigo, porque estuve en estaciones donde de pronto me trasladaban y a los 8 o15 días escuchaba ‘No, que asaltaron tal estación’ y tome, era la estación de la que a mí me habían trasladado y casi siempre me pasaba eso. Pero esa fue la última estación que tuve, después hice carrera en investigación, igual me enfrentaba con la delincuencia, pero era distinto, además porque me especialicé en automotores y esa gente prefiere hacerse matar que ir a la cárcel.

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Yo me cansé, porque generalmente en las estaciones uno mantiene con esa zozobra, uno cree que puede echar su sueñito como un vigilante, pero uno no puede, si uno estima su vida y la de los compañeros, sabe que eso no se puede hacer. Esas guerrillas siempre lo tenían a uno estudiado, sabían quién era el que se dormía en su turno y se metían esas veces. ¿A cuánta gente no habrán matado así?. Yo no, yo siempre pendiente. En la mente siempre tenía que ¡tun!, me llegaban, por un lado, por el otro. Siempre pendiente, eso va en la responsabilidad de cada quién.

Esa gente que se duerme le apodan chota o raya. “Ay, ese es un chota, hay que matarlo” o “Metámonos a tal hora que está el chota”, uno cree que nadie le pone atención pero sí. También hay otros que andan con el arma por fuera, o mostrando el carnet en el carro, o el cinturón, o la gorra de Policía. Cuando yo fui comandante les peleaba mucho por eso, les decía que parecían bobos llevando el carro con el carnet ahí colgando, ¿con qué fin?. A veces uno mismo se hace matar por bruto. Yo siempre le doy gracias a Dios, pero también es verdad que yo era muy cuidadoso, muy pendiente, porque yo siempre sentí que había estado muy cerca de que me mataran.

Yo me pongo a pensar en lo que he vivido, las veces que me han disparado, tantos atentados que viví, todos los muertos, y en lo que se escuchaba: lo mataron, lo secuestraron. Ese pensamiento de que en cualquier momento iba a llegar la guerrilla. Pero eso es en cualquier puesto, no solo en la estación, a mí de investigador también me pasaba y ese miedo a uno lo acompaña siempre.

Finalmente yo me retiré. Yo, Gonzalo Ballén, hice parte de la Policía Nacional de Colombia durante 25 años, que son cinco años más de los que se dura normalmente. Cuando yo me salí sentí mucho descanso. A mí nunca nadie me dijo: “Oiga, venga, cuídese, retírese”, fui yo mismo el que me puse a reflexionar. Yo me decía que me había librado de la muerte tantas veces y después de todo este tiempo, seguía buscándola. Mi Dios ya me había cuidado mucho. Sentí mucha tranquilidad, en mi cuerpo y en mi vientre, sentía libertad como si le quitaran a uno ataduras, como si lo sacaran de una cárcel.

A mí se me fue mucho el miedo, claro, pero también que yo tenía configurado el cerebro. Yo viendo a alguien en la calle, iba y le hablaba como si yo estuviera activo, le decía: Mi coronel, mi mayor, pero, pues, yo no tengo por qué llamar así a nadie, yo ya soy un civil. Es hasta humillante decirle así a todo el mundo: “¿Qué ordena mi coronel?”. Hoy en día, a mis 61 años, digo:  “¿Qué hubo, Néstor?". Antes yo no podía hacer eso porque eso era motivo de acusación para insubordinación e irrespeto. En varios sentidos me quité un lazo del cuerpo.

Yo recuerdo mucho. Hubo sus cosas buenas, recuerdo la señora que me hacía el almuerzo, las novias, los compañeros. Y, claro, también las cosas malas, cuando paso por Las Palmas todavía es difícil, pensar en los funerales, las visitas a hospitales. Pero nunca tristeza, es el recuerdo de todo lo que hice, y de a poco dejé esas cosas atrás. El miedo es algo que ya no siento, antes siempre creía que nos iban a poner dinamita, ahora me asusto es por las mismas cosas que se asustaría cualquier civil, menos mal.