Valeria tenía catorce años la primera vez que midió el ancho de sus piernas, cintura y cadera, con el fin de llevar un registro de su pérdida de peso. Años más tarde, fue internada en un hospital por cuenta de una desnutrición.
Era febrero de 2014, y cansada de los comentarios de su familia y compañeros respecto a su figura, decidió restringir sus comidas cada vez más. Evitaba comprar comida en la cafetería de su colegio, regalaba sus almuerzos e iba a dormir con apenas una manzana en el estómago.
En cuestión de pocos meses, empezó a notar que la jardinera, que usaba casi a diario, le iba quedando cada vez más suelta, al igual que las camisas y pantalones. Casi al mismo tiempo, las opiniones de las personas respecto a su cuerpo empezaron a cambiar, ya no le criticaban el ancho de sus muslos, ahora les preocupaba lo mucho que se marcaba su clavícula a través de su ropa.
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Un día de octubre, mientras cursaba su segundo año de universidad en el año 2021, Valeria se despertó para iniciar su jornada, pero justo cuando iba a ponerse de pie, cayó al suelo y, cuando volvió a abrir los ojos, estaba en el hospital. Ese día le diagnosticaron anorexia nerviosa (AN) y, aunque se resistía a subir de peso, cuatro meses más tarde volvió a su casa con un índice de masa corporal apropiado, pero con los mismos pensamientos intrusivos.
Cuando ingresó al hospital, su peso llegaba a los 42 kilogramos, lo que indicaba una delgadez severa, ya que medía 1.65 centímetros. Con el paso de los meses, su índice de masa corporal fue aumentando, hasta que pesó 55 kilogramos y fue dada de alta.
Hoy en día, Valeria sigue teniendo recaídas en momentos en los que se deja llevar por las redes sociales o tiene altos niveles de estrés. A veces vuelve a obsesionarse con tener el control y sumar todas las calorías de lo que entra a su boca, otras veces se deja llevar por sus impulsos y come con descontrol todo lo que encuentre.
Esta es una de las historias que representan el aumento del 25 por ciento de los casos de enfermedades mentales durante la pandemia de COVID-19, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), que en muchos casos fue un detonante para problemas que se venían presentando desde tiempo atrás, como es el caso de Valeria.
Desórdenes alimenticios, un trastorno que va en aumento
El origen de un trastorno de la conducta alimentaria (TCA) no se puede atribuir a un solo hecho en específico, por lo general surgen debido a la combinación de diferentes detonantes. Así, son enfermedades de tipo multifactorial, lo que también implica que afecta tanto la salud física como mental.
Según un estudio realizado en Chile, los trastornos alimentarios aumentaron un 30% entre los adolescentes, lo cual también se puede evidenciar en las agendas de los profesionales de la salud. Ellos afirman que desde mediados de la pandemia sus agendas empezaron a llenarse cada vez más de pacientes con preocupaciones en torno a su relación con la comida.
Para la experta en tratamiento de trastornos de la conducta alimentaria, Ivanka Sunko, hay diferentes factores que pudieron haber contribuido al aumento de casos de trastornos alimenticios después de la pandemia. Entre ellos se encuentra: el estrés y la ansiedad provocados por el COVID-19; las alteraciones al estilo de vida y la mayor exposición a la comida y la imagen corporal en línea.
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“El que las personas ya no salían al trabajo, los jóvenes ya no iban a las universidades ni a los colegios puso a prueba las herramientas de regulación emocional que tenían, y ante la incertidumbre que generaba la pandemia, la comida sirvió como primer acceso a una herramienta de regulación”, explicó Sunko.
De hecho, muchos de estos casos no tuvieron su origen dentro del confinamiento. La realidad es que aquellas personas que ya presentaban síntomas ligados a desórdenes alimenticios, fueron reforzando estas conductas, las cuales detonaron en el aislamiento.
¿Cuál es la población más vulnerable ante un trastorno alimenticio?
Dentro del grupo de personas que sobrellevan un desorden alimenticio, es la población femenina quien padece mayoritariamente un TCA; al respecto, la Asociación contra la Anorexia y la Bulimia (ACAB) indica que “la proporción de hombres que presentan trastornos alimentarios es de uno por cada nueve mujeres”.
La explicación que los profesionales le atribuyen a este fenómeno está relacionada con los estereotipos sobre la imagen corporal.
“El sistema patriarcal busca someter a la mujer a ciertos cánones y modelos a seguir con respecto a la belleza, que generalmente no pueden ser alcanzados de manera natural. Entonces en realidad son presiones sociales impuestas a las mujeres según las cuales su valor como ser humano está determinado, intrínsecamente, por su belleza”, afirmó Sunko.
La diferencia también radica en el tipo de trastorno que tiende a parecer cada sexo. Por ejemplo, mientras que en las mujeres es más frecuente la anorexia o la bulimia, entre los hombres tiende a destacar trastornos como la vigorexia, el cual conlleva una obsesión por ganar masa muscular acompañada por una alteración de la imagen corporal.
En cuanto a las características específicas de las mujeres que desarrollan un trastorno alimenticio, estos suelen aparecer entre la preadolescencia y la adultez joven, es decir, desde los 12 hasta 25 años. Sin embargo, según la ACAB, cada vez son más los casos de niños entre 8 o 9 años que empiezan a padecer estas enfermedades.
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De acuerdo con Sunko, “esto se extiende a lo largo del ciclo vital de la mujer y tampoco distingue medio socioeconómicos porque en realidad los estándares de belleza son transversales para todas. Por ejemplo, a las mujeres en postparto se les exige recuperar el cuerpo de una persona que no pasó por el proceso de gestación, lo que no distingue si viene de un estrato alto o bajo”.
¿Cuál es el tratamiento adecuado que debería tener un TCA?
Estudios demuestran que el diagnóstico temprano de un TCA permite que la persona que padece un trastorno tenga una recuperación más rápida y en mayor medida. A diferencia de los casos en los que el trastorno no se trata prontamente, en los que es más probable tener un diagnóstico crónico, lo que lleva a una recuperación más lenta y con más secuelas.
Adicionalmente, para tener una recuperación óptima se debe partir de un equipo multidisciplinario, es decir, no basta con atender únicamente con un nutricionista o un psicólogo, ya que, al ser trastornos multidimensionales, su tratamiento debería priorizar todas las latitudes del problema.
“La anorexia, la bulimia, el atracón o la vigorexia se abordan distinto según cada profesional, pero no deberían trabajar de forma independiente, debería estar todo en conjunto para abordarlo de manera integral”, resaltó la también experta en tratamiento de TCA, Agustina Oliva.
Por ejemplo, desde la nutrición se puede llevar a cabo un tratamiento sin caer en las dietas. Este se enfoca en: los mitos en torno a la comida y desmentirlos con soporte científico; reconectarse con la sensación de hambre o saciedad, la imagen corporal y relación con la comida con el objetivo de indagar en el autoconocimiento.
“Hay mucho para trabajar desde profesionales de la salud, pues algunos continúan indicando planes alimentarios restrictivos que sabemos cómo funcionan y terminan provocando un efecto rebote que viene con sensación de culpa. Debemos darnos cuenta de que hay algo de lo que hicimos todo este tiempo que no estuvo funcionando”, aseveró Oliva.
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En casos como el de Valeria, se hace evidente las fallas que existen en torno a la recuperación. Desde su experiencia los índices de mejora estaban regidos por factores físicos como la ganancia de masa muscular o la ausencia de menstruación, pero ignoraron su baja autoestima o el deterioro de sus relaciones interpersonales a causa del TCA.
¿Qué se está haciendo para prevenir estos trastornos en la población más vulnerable?
Desde el año 2006, Bogotá ha venido trabajando en programas para la prevención de trastornos alimenticios. Así lo demuestra el Acuerdo 221 de 2006 el cual buscaba contribuir a la prevención y al control de la anorexia y la bulimia. Además, vinculaba a instituciones educativas, medios de comunicación e investigadores para la prevención y asistencia de los factores causantes de la bulimia y anorexia.
Actualmente Bogotá cuenta con la Línea 106 “El poder de ser escuchado” que atiende las alteraciones de la conducta alimentaria, y otras afectaciones de salud mental, desde la psicología. Busca principalmente brindar atención y apoyo psicosocial a los usuarios para plantear estrategias que permitan abordar la situación en función del mejoramiento de la calidad de vida de este.
Aunque en Colombia se reconocen a los TCA como enfermedades que pueden llegar a ser crónicas, aún no existen los suficientes mecanismos para que quien padece de algún tipo de trastorno sea atendido de manera oportuna.
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En el caso de otros países de la región, Argentina cuenta con la Ley 26.396, sancionada en 2008, que busca la prevención y control de trastornos alimentarios. Sin embargo, Agustina Oliva, nutricionista argentina, considera que aún hacen falta recursos y acciones para hacer que la recuperación de un desorden alimenticio no continúe siendo un privilegio.
De igual manera, en Chile también se están adelantando proyectos de ley para la prevención, atención, diagnóstico y tratamiento de estos trastornos, puesto que no son considerados por legislación, lo que lleva a que el Estado no actúe oportunamente.
¿Cómo actuar con respecto a la información falsa que circula en redes sociales?
Según una investigación realizada por PlushCare, “El 83,7 % de los consejos sobre salud mental en TikTok son engañosos. Mientras que el 14,2 % de los videos incluyen contenido que podría ser potencialmente dañino”.
Expertos explican que uno de los más grandes problemas es que esta información se difunde con el doble de velocidad que una información verdadera. Es por esto que los consumidores de este tipo de contenidos deben tomar ciertas medidas para evitar la propagación de estos datos, y adicionalmente evitar ser permeado por lo que se menciona.
Inicialmente se debería restringir el tiempo al que como usuario se expone a redes sociales, y “entender que estas redes no son redes informativas, y que no son fuentes que estén dedicadas a la investigación”, declaró Sunko. Lo cual también implica no seguir a las cuentas que creen y difundan esta información.
Por otra parte, al momento de usar estas redes se debe reconocer su carácter de disparador de estos trastornos, por lo cual se debería optar por tener un contenido variado, que no se enfoque en temas como cuerpos hegemónicos o dietas restrictivas. En oposición, se puede optar por información sobre Body Positive, aceptación corporal o alimentación intuitiva, de acuerdo con Olivia.