Los colores del Santafé

Viernes, 15 Noviembre 2019 10:21
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Los andenes de la zona de tolerancia, en Bogotá, están constantemente decorados por el agitado meneo de las mini faldas arcoíris. 

 

Pese que el trabajo sexual en Colombia es legal, las condiciones laborales son menores a las de cualquier otro trabajo||| Pese que el trabajo sexual en Colombia es legal, las condiciones laborales son menores a las de cualquier otro trabajo||| Cortesía Anticapitalisties|||
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En las ventanas se reflejan las brillantes tonalidades de labiales que reposan en las bocas de estas mujeres desabrigadas. Los pintalabios varían: rojos, rosados, morados, y a veces negros.

Existen otros matices que pasan seguido a visitar este pequeño escondite bogotano. Al mediodía, los visitantes empiezan a rondar por el barrio: los dorados de sus Rolex contrastan agresivamente con los cobres oxidados de las puertas de los hoteles. Se pueden apreciar los plateados anillos relucientes saliendo de las ventanas de los BMW. Junto al anillo sale el billete que retrata a Alfonso López Michelsen y que en los próximos minutos reposará en el bolsillo de alguna chica que esté “color de rosa” el día de hoy. Los veinte mil pesos a veces le pueden caer del cielo a estas mujeres, “le alcanzan a uno pal’ almuerzo del chino y eso ya es ganancia”, comenta Lucía mientras se acomoda su ombliguera naranja.

La prostitución es una actividad que no es ilegal ni está penalizada en Colombia según la sentencia T-629 de 2010 de la Corte Constitucional, pero carece de los mismos derechos y beneficios que otro tipo de trabajo. Ahora, la problemática de hoy en día no solo abarca a trabajadoras o personas explotadas sexualmente de nacionalidad colombiana sino también personas migrantes, en especial Venezolanas, debido a la fuerte inmigración de personas del vecino país. El amarillo tostado de los cabellos de Lucía hace que el barrio alterne su gris constante. Hoy miércoles, al Santafé le hacen falta unos cuantos brillantes en el cemento de sus calles. Debido a los once grados bogotanos, los tacones de plataformas turquíes han tenido que esconderse dentro de las cafeterías del lugar que están impregnadas en olor a pan de yuca.

-      Tinto a mil, tinto a mil.

-      Deme dos, Carmencita también está que se congela, mírela con esas fachas.

-      Claro, mi reina.

Vuelve a pasar una segunda vez la BMW azul oscura. Lucía se emberraca porque sabe que ellos no son muy buen negocio. “Sólo pasan a grabarlo a uno y casi no pagan nada”. En este momento, se alcanza a ver desde la ventana[JR1]  los negros lentes Gucci, esos que usan para verlas mejor. Lucía era secretaria. Lucía tuvo tres hijos. Lucía fue despedida. Lucía tuvo que emigrar. Lucía tuvo que colorear su cara y subirse diez centímetros el vestido, ya no negro sino fucsia. Su vida dio un giro de 180 grados, antes de las sombras azules con escarcha, sus ojos se cubrían por unas gafas de oficinista. Lucía recuerda con ese tinto oscuro sus días en su antiguo hogar, se alcanza a ver la nostalgia en sus ojos marrones: “el tinto está igual a como lo preparaba la tía Inés en Venezuela”.