La comunidad Inga, empobrecida y casi exterminada por el conflicto armado, el narcotráfico y las fallas de la naturaleza, se resiste a morir. Hoy son una leyenda de casi 4.000 indígenas que lograron lo que el glifosato no, la erradicación de cultivos de amapola y la sustitución por cultivos de café. Así, los Inga hoy en día celebran haberse ganado un premio internacional, el abrir su primera tienda en Bogotá y el estar próximos a incursionar en el mercado internacional con un café que sabe a paz.
El pueblo Inga, asentado en el municipio Tablón de Gómez, Nariño, es una de las muchas comunidades olvidadas que tiene Colombia. En este resguardo, que cruza los departamentos de Nariño, Cauca y Putumayo y donde no hay casi vías, servicios públicos, escuelas y trabajo, la amapola imperó desde los años 90. Desde 1994, el territorio de casi 23.000 hectáreas, extensión proporcional al departamento de Boyacá, se convirtió en el principal productor de amapola del país.
El lucrativo negocio de cultivo y transformación del opio en heroína atrajo a la región desde los años 80 a grupos guerrilleros, paramilitares y narcotraficantes. Las montañas se tiñeron de rojo, no solo por la colorida flor de amapola, sino por la ola de violencia generalizada que dejó al pueblo Inga al borde de la extinción. “Entre 1991 y 2003 fue la época fuerte de los cultivos ilícitos. De acuerdo con censos, el número de personas muertas que nos dejó fue un saldo de 120 personas, entre apenas 900 familias”, cuenta Hernando Chindoy, presidente del Tribunal de Pueblos y Autoridades Indígenas del suroccidente colombiano.
La comunidad Inga recibía por cuenta de los cultivos de amapola entre 4.000 y hasta 8.000 millones de pesos por semana. “El dinero se iba en alimentación y en vicios como el licor. Llegaba mucho dinero, pero la gente no superaba la pobreza, no había avances en educación ni en salud, no se veía el fortalecimiento de territorios productivos, no se mejoraban las carreteras, era un estado de miseria”, agrega Chindoy.
Ya para enero de 2003, luego de una larga lucha para que el territorio fuera declarado como resguardo ante el antiguo Instituto Colombiano de la Reforma Agraria (Incora), hoy Agencia Nacional de Tierras, la comunidad Inga se reunió para hablar y reflexionar sobre sus actividades fruto de la ‘Madre Tierra’. “Nosotros sin querer, tal vez por excusarnos en la pobreza y como justificación para vivir, de manera indirecta éramos cómplices del dolor que esos productos generaban en la gente. Esa energía terminaba devolviéndose para con nosotros y mataba el territorio, porque cultivando amapola se esteriliza el suelo”, afirma el líder indígena.
El 22 de julio de ese mismo año, el Incora expidió la resolución número 013, que constituyó 17.500 hectáreas de páramos, montañas y espejos de agua como área sagrada. Este reconocimiento le permitió a la comunidad Inga exigirles a los grupos armados ilegales salir de sus territorios e iniciar la reconstrucción del tejido social. La sustitución voluntaria de cultivos ilícitos de amapola trajo consigo el proyecto productivo ‘Wuasikamas’, café gourmet de altura, que traduce al español “guardianes de la tierra”.
Sin embargo, la prosperidad que trajo el café casi que se vino abajo 12 años después, cuando una falla geológica sacudió el territorio y arrasó con la escasa infraestructura de la comunidad Inga, aumentando así su condición de vulnerabilidad. Las prominentes grietas amenazaron con destruir todo e hicieron evacuar a la población de sus viviendas y habitar escasos refugios temporales. Pocos meses después, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) le otorgó a la comunidad el Premio Ecuatorial 2015 por su iniciativa de “triple beneficio”, pues su proyecto Wuasikamas presentó avances económicos, sociales y ambientales para la comunidad, distinción que los hizo reponerse de la tragedia y seguir adelante.
Deléitese con el café Wuasikamas sin salir de la ciudad
Desde que la comunidad Inga dejó de cultivar la amapola, su principal fuente de ingresos es el café Wuasikamas, que se caracteriza por ser orgánico, suave, de aromas cítricos y con una maduración especial alcanzada gracias a la zona donde se cultiva. Inicialmente, empezaron a vender el emblemático café, considerada la bebida de los dioses andinos, en Pasto, pero hace pocos meses abrieron su primera tienda en La Candelaria, ubicada exactamente en la carrera 4 #12B – 27. Un lugar que, además de contar una historia de superación del conflicto armado y del narcotráfico, es atendido por los mismos miembros de la comunidad de lunes a viernes de 10:00 a.m. a 9:00 p.m. y sábados de 10:00 a.m. a 6:00 p.m.
Una libra (454 g) de café tostado o molido vale 35.000 pesos, media libra (250 g) de café molido cuesta 25.000 pesos, un cuarto de libra (125 g) de café molido está a 15.000 pesos, y una taza de café vale $3.500 pesos. Asimismo, en apoyo a otras comunidades indígenas de la región y bajo la modalidad de economía colaborativa, en el lugar también se ofrecen productos como panela, artesanías y pastelería.
El 40 % de las ventas es destinado para la reconstrucción de Aponte, que todavía sigue afectado por la falla geológica que los sacudió en 2015.
Un producto con sello de exportación
Gracias al reconocimiento que le otorgó el PNUD a la comunidad Inga, Wuasikamas se visibilizó a nivel internacional, y compradores de distintas partes del mundo han visitado el municipio Tablón de Gómez para adquirir el icónico café. El Premio Ecuatorial no solo realzó sus luchas, sino que también empoderó a los Inga para proyectarse en el mercado internacional. En promedio producen 320 toneladas de café al año, pero su capacidad productiva para exportar es de hasta 1.000 toneladas de café.
El pasado mes de agosto, la Superintendencia de Industria y Comercio le otorgó a Wuasikamas el registro de marca. Por su parte, la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia les concedió el Registro de Exportadores de Café. “Tenemos acercamientos en Santiago de Chile, ya estamos trabajando para abrir una tienda allá. También queremos abrir una tienda en Madrid, Quito y Ciudad de México, si no podemos este año, el año entrante tenemos que hacerlo”, afirma con entusiasmo Hernando Chindoy.