La mujer que rompió el silencio

Martes, 01 Mayo 2018 21:09
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María Isabel Covaleda dirige una fundación con su nombre en la que atiende mujeres víctimas de violencia de género.

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Una voz de mujer me contesta al otro lado de la línea. Es seria y su tono es neutral, ni muy agudo, ni muy grave. Es puntual, responde lo estrictamente necesario y no se pone con rodeos. La llamada dura unos minutos mientras que terminamos de cuadrar la fecha para la entrevista, fecha en la que no nos encontraremos. Al despedirme siento un temor singular, tanto que ni siquiera sé cómo colgar, por lo que termino diciendo “adiós” más de tres veces haciendo evidente mi nerviosismo.

María Isabel Covaleda es una mujer de 40 años. Si usted busca su nombre en internet lo primero que encontrará es la historia del día en el que su exnovio, Camilo Sanclemente, casi la convierte en una víctima de feminicidio.

El día de la entrevista llega, después de ser pospuesta un par de veces por la ocupada agenda que maneja María. La cita es a las 8 am en un café del barrio La Macarena. A pesar de haber hablado con algunos de sus amigos y con su hermano y de que estos me dijeran que “Maisa” es una mujer amorosa y tranquila, el miedo que sentía cada vez que la llamaba seguía latente y empeoraba más.

Tal y como lo pensaba, María es una mujer puntual y a las 8 y 7 minutos pasa a mi lado y entra al café. La sigo y la saludo. Ella me recibe con un abrazo y un beso, algo que yo no me esperaba. Nos sentamos y no puedo dejar de mirar su cara, o mejor, su sonrisa. Grande, sincera, despreocupada. Habla con tranquilidad, sin apuros, sin ser cortante. Pide la carta y me dice que aprovechará para desayunar, pues más tarde  tiene varias reuniones, algunas cuadradas con dos meses de anticipación por lo que tal vez no tenga más tiempo.

Cuando la mesera se acerca a tomar el pedido, comienza a preguntarle sobre los desayunos y sobre el tipo de pan que viene en cada uno. La conversación dura más de 3 minutos y María termina pidiendo el desayuno de la casa con pan integral, el primer menú por el que había preguntado. Se ríe y me dice que es indecisa, pero que solo con la comida porque “la quiere toda”. No han pasado más de 10 minutos y ya nos hemos reido tres veces, me parece imposible estar hablando con la misma persona que días atrás me aterraba con su voz por el teléfono.

María Isabel es delgada, mide 1,70 metros aproximadamente y viste de forma elegante. Su cabello está cogido con una moña por lo que no se pueden ver los crespos que tanto la caracterizan y que a su hija, Teresa, tanto le gustan. Su piel es blanca, sus cejas pobladas y su nariz puntuda y lisa. Se nota que se toma el tiempo de arreglarse en las mañanas pero luego deja de prestar mucha atención a su apariencia. Tal vez, como a todo, solo lo hace lo necesario.

Después de lo que pasó con Camilo, María Isabel creó una fundación que busca ayudar a mujeres que, como ella, sufrieron algún tipo de maltrato por el simple hecho de pertenecer a este género. Según las cifras que trabajan en la fundación ocho de cada 10 mujeres han sufrido abusos y cada 18 segundos una mujer es maltratada en el mundo.

“Maisa” recuerda cuando despertó ese viernes 16 de septiembre de 2016. Se miró frente a un espejo y se vio la cara destruida después de la fuerte golpiza que Sanclemente le acababa de dar. Sentía el dolor en su rostro y el dolor en su interior, pero a la vez sintió la vida, sintió una segunda oportunidad. Sintió, en ese mismo espejo, el propósito que ahora tenía y lo que tenía que hacer.

Denunció inmediatamente a su exnovio y al hacerlo se dio cuenta de que no había sido un hecho aislado, sino que había comenzado a construir lo que más tarde desenbocaría en su fundación. Creó el movimiento #Romperelsilencio y desde aquel día recibe mensajes de todo tipo, pero sobre todo de mujeres que están pasando por una situación igual o peor a la de ella y que necesitan ayuda, no solo jurídica, sino emocional y psicológica. La fundación Maisa Covaleda les ofrece ayuda a todas las “sobrevivientes”, como quieren comenzar a llamar a las víctimas para no revictimizarlas. Desde dinero hasta espacios controlados para llevar los procesos emocionales y ayudarles a superar lo ocurrido.

En el proceso conoció a Beatriz Torres, otra “sobreviviente” ex pareja de Camilo. Junto a ellas dos hay cuatro mujeres más que fueron maltratadas por Sanclemente, quien hoy en día sigue libre. Beatriz fue la que recibió a María justo después del incidente y le ofreció su casa durante un mes. Desde entonces se volvieron amigas. “María Isabel es una fuerza de la naturaleza, es como un huracán. Era impresionante ver cómo con la cara golpeada se la pasaba de reunión en reunión”, dice Beatriz quién reconoce a María como una mamá.

La fundación Maisa Covaleda no solo busca ayudar a las mujeres afectadas. María Isabel quiere lograr un cambio cultural en el país para que cada vez sean menos los casos. Dice que no tiene ningún tipo de rencor en contra de nadie, ni siquiera de Sanclemente, pues entiende que “él es una víctima más” de la cultura machista del país. Romper el silencio la empoderó de sobremanera y quiere por medio de su trabajo lograr que más mujeres se empoderen y se sientan bien consigo mismas. Busca que, también como ella, las mujeres analicen lo que las llevó a vivir los episodios violentos y hagan lo posible por no volver a caer en esta situación.

El 9 de abril María lanzó su campaña más nueva, una petición en change.org bajo el hashtag #SiFueraPresidenta. En esta propone crear el Ministerio de la Mujer para que se encargue específicamente de “la protección, concientización y restablecimiento de los derechos de las mujeres. Un Ministerio de La Mujer sería una forma idónea de gestionar recursos, impartir acciones, articular instituciones para abordar con rigurosidad la magnitud que este problema requiere.”

Cuando lanzó la campaña se le pidió que contara su historia, cosa que no hizo. Dice que tal vez fue un mecanismo de defensa, pero que de lo que sí está segura es de que no quiere que sea su historia la única que se conozca, sino también la de las otras mujeres que han sufrido maltratos. Es por esto que cuando la llaman para una entrevista sobre la fundación, muchas veces delega la tarea y le pide a otra mujer de su equipo que vaya, cuente su historia y hable sobre el trabajo que están desempeñando.

María Paula Larrotta trabaja con Maisa en la fundación y es la directora de la red de apoyo a sobrevivientes, es decir la que hace el primer contacto con las mujeres que llegan a pedir ayuda. Ella también sufrió un episodio de violencia con una expareja. “María Isabel fue lo más importante en mi proceso”, dice después de comentar lo amorosa, sencilla, servicial y tranquila que es Maisa.

María Isabel ya dejó de comer. Llevamos más de 3 horas hablando sin parar, sin que hayan silencios alargados. Le gusta hablar, lo hace serena y con facilidad. Cambiamos de temas dolorosos a temas sueltos en los que inevitablemente nos reímos. Maisa es abogada, estudió en España y luego viajó a trabajar en Perú por un tiempo en donde se desencantó de su profesión por culpa de un caso de abuso contra la mujer. “De qué me sirve esto si no puedo ayudar a la gente”, se decía mientras se veía impotente frente al caso de la mujer maltratada. Ahora recuperó el amor por la carrera que no quería estudiar en un principio, pues es la que más le sirve para cumplir su propósito.

Dejó el derecho por un largo tiempo y se interesó por las artes. Estudió fotografía y se metió a hacer la carrera de Bellas Artes en la universidad con la que trabajaba en Perú. Como fotógrafa alcanzó a vender varias fotografías. No le gustaban tanto los retratos, sino las escenas en las que los humanos plasmaban su cotidianeidad poco cotidiana. Todo por lo que ha sentido curiosidad lo ha hecho y le ha ido bien. Pero el rol en el que más se destaca es en el de mamá.

Tomadas en Jerusalén durante uno de sus viajes.

 

Ella define lo que tiene con Teresa como SU RELACIÓN, la más importante, la que mejor la hace sentir. “Teresa me hace sentir acompañada, ella ha sanado muchas cosas en mi vida”, dice por ejemplo cuando habla sobre la muerte de su mamá y de la soledad que esta dejó hasta que llegó Teresa. Los recuerdos más felices los tiene con ella y su hija también, “el mejor día de mi vida fue cuando fui a un parque de diversiones con mi mamá y me subí con ella a casi todas las atracciones”, dice Teresa con alegría.

Pero Teresa no es la única que tiene a Maisa como mamá. Beatriz, María Paula y Jaime, su hermano, también la consideran en ese rol. “María siempre ha sido muy protectora, desde que nuestra mamá murió ella asumió ese rol conmigo y se la pasaba pendiente de mí”, cuenta Jaime con cariño. La propia Maisa dice que se considera la mamá de todo el mundo y que eso, muchas veces le causa problemas porque es muy difícil.

Lorena Gómez, su mejor amiga y socia fundadora de la fundación,  es la única que no la considera de esta forma, sino al contrario. “María Isabel es muy fresca en muchas cosas en las que no debería serlo, es muy confiada. Si ella fuera una niña en este momento sería la típica víctima de bullying”. Maisa acepta ser desordenada, pero dice que hace lo posible por trabajarle a ese defecto y es por eso que su agenda está tan bien organizada.

A María le entra una llamada, me pide disculpas diciendo que es del trabajo y contesta. Su actitud cambia por completo. Su sonrisa desaparece, su cuerpo se pone erguido y parece olvidarse del mundo exterior, ahora solo existe la llamada. Reconozco de inmediato la voz, la forma de responder y el ambiente entre tenso y profesional que maneja la llamada. Entiendo entonces a lo que se refería su hermano Jaime cuando decía que era una mujer muy “concreta”. A María Isabel no le importan los formalismos sociales, va al grano y eso en quién no la conoce puede ser confundido con un carácter fuerte, cosa que definitivamente no la describe.

Cuelga la llamada y vuelve a la normalidad, sonríe, dice algo y nos reímos a carcajadas. Es hora de salir pues María tiene la cita que cuadró hace más de dos meses. Todo lo que las personas cercanas me habían dicho lo había sentido, menos su faceta de mamá. Estaba pensando en eso cuando, sin que yo se lo pida, por el simple hecho de haberme visto mirar un corazón de hojaldre, me lo compra. Salimos a la calle y nos despedimos. Acordamos encontrarnos de nuevo a las cuatro de la tarde en el mismo lugar. Efectivamente esto no sucedió.