Huella infantil: Masha y Lesha

Martes, 07 Noviembre 2017 18:04
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Plaza Capital presenta el registro fotográfico de la cotidianidad de la comunidad indígena wayúu en Palaima en el departamento de La Guajira. 

Masha y su exterior.|Masha contagiando sonrisas.|Hermanas recibiendo a los visitantes.|Juegos de tierra. Masha.|Invitación a jugar. Masha.|Descubriendo en la arena.Lesha.|Juegos de hermanas.|Nostalgia.|Marcas en la arena|Recursividad infantil.|Memorias. Lesha.|Alegría. Masha.|Repensar. Masha.||| Masha y su exterior.|Masha contagiando sonrisas.|Hermanas recibiendo a los visitantes.|Juegos de tierra. Masha.|Invitación a jugar. Masha.|Descubriendo en la arena.Lesha.|Juegos de hermanas.|Nostalgia.|Marcas en la arena|Recursividad infantil.|Memorias. Lesha.|Alegría. Masha.|Repensar. Masha.||| Paula Barbosa|Camilo Cuellar|Paula Barbosa|Camilo Cuellar|Camilo Cuellar|Camilo Cuellar|Camilo Cuellar|Camilo Cuellar|Camilo Cuellar|Camilo Cuellar|Camilo Cuellar|Paula Barbosa|Camilo Cuellar|||
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  • Coautor 1: Camilo Andrés Cuellar MartÍnez

La comunidad Wayú de Palaima es conocida por su gran riqueza cultural, natural y en especial por su Parque Nacional Santuario de Fauna y Flora Los Flamencos, el cual ha sido el encargado, por medio del turismo, de la conservación física del territorio, al igual que de las tradiciones, costumbres e historias. Por esta razón, los niños se convierten en el centro de la narración al ser el futuro de una comunidad que se encamina a la extinción, a causa de la modernidad, escasos recursos e incluso oportunidades y, los fotógrafos en la voz de el sentido de identidad que exige a gritos ayuda por ser conservada.

El sol comenzaba a salir en La Guajira, el rocío caía de las plantas que rodeaban el lugar, los pájaros cantaban y la comunidad de Palaima se levantaba mientras las carpas se abrían frente al mar. Eran las cinco de la mañana, los visitantes se alistaban en las letrinas a la luz del día y, a pesar de que todos tenían la necesidad de bañarse por las largas caminatas, debido a la escasez de agua, solo algunos podían hacerlo. Aquellos que no lo lograban iban al mar o se atenían al largo camino lleno de obstáculos que los esperaba para finalizar la tarde frescos y en familia.

Mientras lo anterior pasaba, mamá Delbi, como la llamaron los estudiantes, preparaba el desayuno con su hija Kendra y juntas ponían la mesa para que todos los integrantes del grupo pudieran comer doble arepa de huevo, pues para ellas era de gran importancia que mantuvieran su energía y estómago lleno hasta por la tarde. Luego de esto, se iniciaba el ritual de todas las mañanas: los jóvenes charlaban, reían y compartían cada instante. Al terminar de comer preparaban los últimos detalles, llenaban botellas de agua, alistaban sus cámaras, realizaban yoga y ejercicios de estiramiento para que su cuerpo soportara lo que se les venía.

A las siete de la mañana inició la caminata alrededor de la playa, caminaron cerca de 30 minutos para alejarse de la orilla y adentrarse en un manglar en donde el calor era sofocante; sin embargo, debido al ecosistema del lugar los jóvenes contaban con el amparo de las plantas que los protegía del fuerte sol. Había pasado cerca de una hora y la sombra iba desapareciendo junto con los altos árboles, se introducían a los desiertos y lo único que podían percibir eran familias de cactus de diversos tamaños con frutos que les permitían seguir adelante al evitar el consumo excesivo de agua. Algunos se lastimaban en el camino por conseguirlas, se enterraban espinas de gran tamaño u otros al no encontrarla o sentir que no la necesitaban, lucían agobiados por la temperatura.

Sentían que el tiempo avanzaba lento, les quedaba más de dos horas por recorrer, el calor era abrasador. No lo acompañaba una brisa que refrescara. De esta forma lo único que les permitía seguir adelante no eran solo los frutos que encontraban, sino sus compañeros que con risas y con frases de apoyo incitaban a los otros a ser fuertes para llegar a la comunidad invitada en donde encontrarían una casa familiar. Allí, les brindaron comida, tinto y un corto hospedaje en hamacas para que recuperaran las energías.

Pasaron cerca de 20 minutos y Miguel, el padre de la familia invitó a los jóvenes a ver cómo se hacían las hamacas del pueblo. Unos eligieron ir mientras que otros por el cansancio se quedaron en casa recorriendo sus alrededores, conociendo y dejándose cautivar por la alegría e inocencia que transmitían las niñas del lugar: Masha y Lesha. Les gustaba correr por todos lados, parecían huir del lente de sus cámaras, casi como si se tratara de un juego. Se escondían detrás de las paredes y se reían mirándolos con alegría … Aunque no todo era así, a veces se veían desanimadas y nostálgicas en el momento en que sus miradas se encontraban con los ojos de los jóvenes cautivados. Era difícil, no comprendían a qué se debía tal ambivalencia y por ello tenían una misión clara: hacer de su día algo diferente regalándoles un momento de diversión.

Los jóvenes al irse se sentían felices de haber sido un pequeño ente de cambio, se llevaron una gran experiencia y con ella una enseñanza: a pesar de que las personas vivan en circunstancias diferentes a veces lo que los une es el hecho de experimentar emociones similares que enmarcan momentos inolvidables juntos. Es por esta razón, que quizás aquello que marcó lo inolvidable del instante no hayan sido las cosas materiales que rodeaban el lugar, sino el hecho de haberlas conocido.