Los vendedores ambulantes que tratan comida “son un problema de salud pública”, así lo explica Wilson Hernández, coordinador jurídico y normativo de la alcaldía local de La Candelaria. De acuerdo con lo que explica el funcionario público, “como los trabajadores informales no respetan las normas de higiene y salubridad, en sus productos pueden estar trasmitiendo un gran número de enfermedades”, especialmente, dice él, en frutas y lácteos. Esa falta de higiene es la razón por la que un reciente estudio del Instituto Nacional de Salud ha dicho que, a través de los productos en bolsas que se venden en las calles, se puede transmitir la tuberculosis.
Para Mónica Briceño, doctora de la Universidad Javeriana, la tuberculosis es una enfermedad poco común que para trasmitirse requiere de un contacto prolongado con alguien infectado.
El problema, según Wilson Hernández, es que para manipular alimentos se requiere de cierta preparación que los vendedores ambulantes no poseen. Para que una persona pueda manipular alimentos para el comercio, debe tener un certificado que garantice que la persona ha asistido a un curso de educación sanitaria para el manejo de comestibles. Además, ese certificado debe garantizar que la persona ha sido evaluada por un médico que garantiza la salud de quien maneja la comida. Sin embargo, dado que son trabajadores informales, los vendedores ambulantes no cumplen con esos requisitos y es ahí donde hay riesgo de contaminación de alimentos.
Graciela Moreno, vendedora ambulante de bolsas de plátanos, churros y papas en el centro de Bogotá, afirmó que ella aprendió a vender y preparar sus cosas mirando e imitando a los demás vendedores ambulantes, pues, según ella, “es la única manera, así aprenden todos”. “Uno aprende de todo, a preparar papas, plátanos, churros, y a hacer mañas para vender y sobrevivir”. Ella fue desplazada hace 6 años y llegó a Bogotá con sus hijos a los que tiene que alimentar. Pensando en ellos, dice: “no tengo otra opción, me toca trabajar así porque no me dejan hacer nada más”.
Pero en esas declaraciones ella admite que “las condiciones no son las mejores, pero toca, tengo que trabajar para comer”. Su carro de trabajo, de casi un metro de largo y ancho, tiene dos pequeños cajones en los que guarda el aceite para fritar, la harina y algunos paquetes de servilletas y de bolsas plásticas en las que entrega los productos que vende. El problema es que todo el tiempo que ella trabaja los alimentos están al aire libre y aunque para manipularlos hace uso de guantes plásticos, no los protege contra el polvo ni contra los diferentes elementos que los pueden contaminar.
El trato que los vendedores ambulantes dan a la comida que venden hace evidente el riesgo de consumir sus productos. Iván Darío Montes, doctor del hospital Méderi, explica que muchas veces los vendedores en su trato con los productos que venden, usan la boca para abrir los paquetes, romper las cintas o sellar los paquetes. Menciona que es ahí donde pueden transmitirse una gran cantidad de bacterias del sistema respiratorio como la tuberculosis, que, de acuerdo a un estudio realizado por la Universidad de Caldas, afecta principalmente a habitantes de la calle.
Es por eso que Wilson Hernández explica que el papel de la alcaldía es prevenir que las personas no consuman productos que no cumplen con las leyes de salubridad. Por eso, precisamente, se han creado operativos de desalojo llevados a cabo por la policía, en los que se pretende que los vendedores ambulantes sean ubicados en sitios donde las condiciones de higiene sean más convenientes para la ciudadanía.