Bogotá puede ser fría y gris, pero al encontrar los lugares y el tiempo adecuado, muestra su lado cálido. En días de lluvia, graves tormentas y una pandemia sin fin, vale la pena recordar la Bogotá amarilla, llena de lugares coloridos y diferentes entre sí. Un lugar donde converge arquitectura española, inglesa y casas que parecen tomadas de otras épocas u otra realidad.
Existen lugares que juegan con el tiempo y son nombrados por algo que no son, como el 7 de agosto y la 1 de mayo, que son todo menos una fecha; también hay barrios como Roma y Venecia, bastante alejados de Europa. Es una ciudad mítica, con una periferia infinita donde ni el mejor congresista se ha parado, pero que igual decide sobre ella. No importan las cualidades del domingo, siempre hay una ciclovía desde 1976, en la cual la gente recorre la ciudad, (con distancia entre si) pero con la cercanía de coincidir.
Esos viajes pueden llevar a lugares como la Virgilio Barco, una biblioteca circular y laberíntica; a La Candelaria, donde no hay persona que pueda prever lo que va a suceder; a la séptima, la 26, la Boyacá, la autopista sur y la norte, vías tan memorables que adquieren personalidad; o a ver un amanecer desde cualquier lugar, y que no se pueda despegar la mirada del cielo. En Bogotá, así llueva, salga el sol, haya alguna marcha o toque usar transmilenio, siempre es día para salir a explorar la ciudad, porque nunca terminaremos de conocerla.