El Bukowski, una carta de colores

Martes, 08 Mayo 2018 01:22
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La música de fondo retumba en las paredes y el olor a comida en los pasillos hace que la boca se vuelva agua. Un espacio cultural en Bogotá que aglomera todo tipo de iniciativas que intentan salir adelante.

El Bukowski. Foto por: Mauricio Aguirre||| El Bukowski. Foto por: Mauricio Aguirre||| |||
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Charles Bukowski fue un poeta y escritor que basó su literatura en el fracaso y las desdichas de la vida. Un empedernido alcohólico que solo manifestó su inconformismo con la existencia y la irritabilidad que le producían las personas. Un literato que ha dado de que hablar a lo largo de la historia gracias a su realismo sucio, que buscaba simplificar la realidad en hechos tristes e inevitables. Sin embargo, a pesar de manejar una literatura depresiva, logró inspirar a muchos para no desfallecer y seguir adelante con sus sueños.

Lorena Villareal es una emprendedora que, a diferencia de muchos, se asombra con la literatura del poeta, un escritor que creó su propio universo. De ahí que El Bukowski sea el nombre que ella escogió para el que, hasta el momento, ha sido su proyecto mas ambicioso.

Un sueño lo suficientemente fuerte para invertir todos los ahorros de su vida. Un homenaje hacia lo que representó el escritor: una vida llena de excesos. A pesar de ser segregado socialmente, su literatura logró impactar a muchos que se sintieron identificados. Ahora, El Bukowski busca incentivar los movimientos artísticos y culinarios locales y los de culturas extranjeras.

 

La iniciativa 

El Bukowski fue el sueño de una persona que se volvió realidad, pero necesitó del apoyo y esfuerzo de muchos. Lorena Villareal, la gestora de la iniciativa, es una artista que buscó a un grupo de socios y amigos con afinidad a su pensamiento. Ella invirtió los ahorros de su vida en un proyecto que ayudaría tanto a su realización personal y artística como a la de sus compañeros.

Lorena es la encargada de la parte logística en El Bukowski. Después del crecimiento que tuvo el proyecto, ha logrado consolidar muchas actividades y una agenda para tres días de la semana: jueves, viernes y sábado. En ocasiones especiales se abre el domingo y los primeros días de la semana. Lorena es simpática, parece caerle bien a cualquier persona que pasa por allí. Se describe así misma como una artista que hace lo que le gusta. Así vive y vive feliz, gracias a que no prescinde del dinero para alcanzar la felicidad.

La parte artística fue fundamental para que el espacio cultural haya tenido tan buena acogida en la ciudad, pero no podemos olvidar a los que manejan la parte económica. Andrés León dejó su trabajo en Google, en el departamento técnico de la empresa, para por fin dejar de seguir órdenes y empezar a ser quien realmente quería. Fue el primer socio de Lorena, se caracteriza por ser un tipo calmado y gentil. Después de renunciar a su trabajo, se metió de lleno en el proyecto y empezó a trabajar en la barra. La zona bar está a cargo de él e Isa Liberatoscioli, su compañera. Él se ha encargado de tomar protagonismo en la zona y sorprender al público con unas de sus recetas favoritas, un ejemplo de ello es su coctel de tamarindo que combina ginebra y vodka. Andrés ahora es su propio jefe y administra la barra. Los asistentes frecuentes de El Bukowski saben que nunca les faltará la cerveza.

Isa Liberatoscioli es una venezolana que llegó hace poco más de un año para trabajar en su campo como DJ. No tenía pensado quedarse mucho tiempo, pero la crisis que azota su país la obligó a quedarse en Colombia en busca de un mejor futuro. A pesar de ser una mujer incansable con sus metas, tuvo que parar un tiempo el trabajo que tenía con su banda de electrónica KungFu Club.  Empezó entonces a buscar trabajo, pues la vida para un inmigrante casi nunca será muy fácil. El Bukowski le dio una oportunidad, empezó a trabajar en la barra, además de apoyar en la cocina a Luciano Galante. Se siente un poco triste por tener que haber dejado atrás a su familiares y seres queridos. Sin embargo, no puede esconder la felicidad que alberga su corazón por haberse topado en su camino con El Bukowski y los amigos que ha hecho gracias a él. No obstante, espera con ansias el día en que las cosas mejoren y pueda volver a su tierra natal.

Pero, ¿qué sería de la comida sin sazón? ¿Cómo podría olvidarme de Luciano Galante? El encargado de mantener a las personas con el estómago contento. Su zona de confort es la cocina y a pesar de que intentó estudiar Jurisprudencia en la Universidad del Rosario, no pudo continuar por falta de dinero. Lo conocí en la universidad y nunca imaginé su talento con la comida. Era un estudiante maduro, tenía veintisiete años, algo mayor que el promedio. Mientras estudiaba, siempre trabajó, siempre le gustó ganarse las cosas por su cuenta. Por eso, a los nueve años por iniciativa propia pidió a su madre que lo dejará cocinar con ella, pues él quería aprender a hacerse de comer.

Su sazón: inigualable. La única palabra que encuentro para describir la gama de sabores que este hombre maneja en sus recetas. Gracias a que ha viajado por el mundo y pasó gran parte de su niñez en Inglaterra, ha tenido el privilegio de conocer y aprender la gastronomía de diferentes culturas. Lo que más caracteriza sus deliciosos platos es la salsa con las que acompaña la comida. Su 'Salsa Brava', como el la llama, tiene un leve toque picante, no muy fuerte. Entre los que prueban su comida, nunca faltará el que halaga el magnifico sabor de sus salsas. 

 

¿Cómo luce El Bukowski? 

Es un edificio que se encuentra a una casa de terminar la esquina de la carrera 37 con calle 20. Su fachada es totalmente roja. Desde el exterior, su apariencia poco llama la atención, no parece muy lujosa.  Pocos pensarían que detrás de esa puerta se alberga tanta diversidad y cultura. El frente del lugar está cubierto por abundantes matorrales de plantas a los costados de la puerta, adornada con una cortina de círculos dorados. En la parte superior de la reja que protege el parqueadero hay afiches con la palabra Bukowski, ambos con distinta caligrafía.

Al entrar, en el costado izquierdo, lo primero que se ve es un estante de madera negra para libros completamente lleno, sin una partícula de polvo. En esta pequeña sección hay unas escaleras, a su lado el baño. Además, hay dos entradas: la primera lleva a una pequeña sala junto al bar y la barra; la segunda, a la cocina que limita con la zona artística un salón en donde se llevan a cabo las presentaciones.

La sala es espléndida, decorada con murales en su gran mayoría pintados por Lorena Villareal. También hay cuadros de representaciones de fauna, que son una parte de la segunda litografía de la exposición botánica (ilustraciones de plantas). Una chimenea estilo vintange que funciona con leña, una registradora de los años 30, una máquina de coser de los 40 y las sillas de la sala, que pertenecían al edificio Bacatá que fue derrumbado, son de los 60. La estética de El Bukowski busca recoger muchos estilos para integrarlos en su escena. Hay plantas que se encuentran distribuidas cuidadosamente por todo el lugar, pues “si hay una cosa que a las personas le da paz y tranquilidad, es poder sentir cosas vivas alrededor de ellos”, dice Lorena Villareal, mientras mira qué artistas han llegado en su encuentro.

 

Frente a la sala, después de atravesar un marco en forma de arco, unos pasos más adelante encuentra la zona bar. Sus paredes y las sillas me resultaron familiares, como si ya las hubiese visto antes. Las baldosas prediseñadas del bar son hechas a mano, buscan evocar la antigüedad de las casas de antaño. Eran cuadros con figuras geométricas dentro, todas con unas tonalidades muy coloridas. Las sillas tienen un estilo de butaca grande mientras los tubos que sostiene la base están hechos de aluminio, su espaldar y asiento son creados a partir de cables y su estructura hace que se vean cuadros sobrepuestos. En el centro de la barra un tubo plateado resalta entre los vasos, por ahí es donde se surte la cerveza artesanal.

“Toda la decorativa corresponde a una estética que no tiene un orden particular, pero que es una mezcla de un montón de cosas. Se trata de una carta de colores, más que de un solo estilo”, manifiesta Villareal. No busca imitar o parecerse a nada que se haya visto, busca la autenticidad.

Después de la sala está la cocinilla y a su costado derecho, el salón de eventos: sitio donde se preparan los manjares que han deleitado solo a un selecto público, pues no cualquiera disfruta de la comida saludable y hecha en casa que ofrece El Bukowski. La cocina no es la más extravagante, es sencilla, con un color naranja en casi todos sus estantes. Una estufa, una freidora, un horno, un lava platos y un arsenal de ollas, sartenes y tarros conforman el laboratorio donde se preparan las exquisitas recetas. Sus ingredientes siempre provienen de la plaza de marcado y de tiendas locales, pues buscan apoyan la industria colombiana.

Por último, está el salón de eventos. Aquí, en las paredes y los instrumentos musicales irradia la clandestinidad del arte. Sus paredes, llenas de obras artísticas, con un fondo negro permiten a sus asistentes sumergirse en las melodías, olvidando la cotidianidad de la ciudad. El Bukowski luce como una persona que ha tomado cualquier prenda de su armario y se la ha colocado sin necesidad de combinar, sin necesidad de agradarle a nadie. Es quién no se preocupa por el qué dirán, solo importa el hecho de disfrutar la vida sin hacerle daño a nadie, más que a sí mismo.

 

El ecléctico

El eclecticismo es la combinación de elementos de diversos estilos, ideas o posibilidades. El carácter multicultural y heterogéneo que recoge cada noche en su escena el Bukowski, no es el bar convencional. Se describe a sí mismo como un espacio cultural que aglomera todo tipo de iniciativas que intentan salir adelante. Entre las paredes del recinto se escuchan distintos acentos e idiomas. Ingleses, alemanes, mexicanos, colombianos y franceses dialogan acerca de los sabores y las melodías que nunca habían escuchado y que tal vez no habrían podido conocer sino hubieran visitado el lugar.  Muchas personas pasan cada semana por El Bukowski y con el tiempo son cada vez más los que se unen a la escena para disfrutar de la buena música y gastronomía.

El alimento resulta indescriptible para muchos. “Me recuerda la comida que me hacía mi madre cuando chico… Uno puede comer cualquier cosa y quedar lleno, pero no te hará feliz. El alimento te tiene que dar felicidad, te tiene que dar memorias, sentimientos, más que solo sentirte lleno”, dice Jairo, sin despegarle la mirada a las papas que está sirviendo Galante en su mesa. Para Jairo Devora, la comida y música del Bukowski siempre despierta sentimientos.  Estilos artísticos y musicales se adaptan cada día. Cada semana los integrantes buscan integrar nuevas técnicas artísticas y gastronómicas para innovar en la cotidianidad de las melodías y los sabores.