La intérprete mira al techo mientras traduce con su cuerpo las canciones del culto en la Iglesia Cristiana Puente Largo de Bogotá. Es domingo, son las 10 de la mañana y no cabe una sola persona más en el auditorio.
En el lado izquierdo, al frente de la tarima, hay un grupo de personas que, a simple vista, lucen como los demás asistentes. Pero cuando empiezan las canciones de alabanza, la forma en que estas personas se expresan sobresale entre las demás, lo hacen con sus dedos, manos, brazos y gestos faciales: son sordos. Su intérprete está sobre el púlpito traduciendo para ellos. Así, sordos y no sordos, pueden alabar al mismo tiempo.
Mientras suenan los instrumentos, ella reposa sus manos enfrente de su estómago con firmeza, asegurándose de no transmitir un mensaje diferente al que proviene de los líderes de alabanza y pastores. Cuando empiezan a cantar, casi todos sus movimientos van acompañados de expresiones faciales bien diferenciadas: a veces abre grandemente los ojos, a veces los aprieta con fuerza, otras veces los utiliza para hacer un barrido rápido por el auditorio y termina mirando al techo de nuevo.
En la audiencia de sordos, hay dos personas bastante llamativas, seguramente por el contraste visual producido por su diferencia de estatura. Ambos mueven sus manos como la mejor coreografía, al ritmo de la música que no pueden escuchar. Hasta sus dedos siguen movimientos milimétricamente pensados. Aquel que es más alto mueve sus manos con rapidez y firmeza, como dirigiendo una orquesta sinfónica. Señalan al techo y sonríen enamorados. Levantan sus manos, como para recibir algo. Señalan sus oídos. Cierran sus puños, los abren lentamente. Continúa la melodía.
De nuevo, hay un momento de solo instrumentos. Algunos descansan sus manos, se preparan para la siguiente canción, y otros empiezan a cantar su propia canción con su cuerpo. Aunque son movimientos diferentes, siguen siendo visualmente armónicos. No pueden asimilar el sonido de la batería, las guitarras, el bajo y el piano, pero no necesitan hacerlo, pues lo tienen dentro de ellos. Se concentran más que los que tiene el privilegio de percibir por medio del oído.
La música pasa de un ritmo acelerado y marcado a uno más suave y tranquilo, sus cuerpos lo sienten y sus brazos empiezan a ser jalados por sus muñecas sin ningún afán. Mientras el sudor comienza a enfriarse, por la intensidad con la que se cantó corporalmente hace unos minutos, ellos cierran sus ojos y esperan, como si su turno de hablar hubiera pasado; ahora es tiempo de escuchar.
El pastor empieza a hablar, ella lo señala y hace unos gestos en su cara como indicando que lo que sigue no es parte de la canción. En el momento en que el líder dice amor incomparable, la intérprete se abraza a ella misma de forma fraternal por un tiempo prolongado –una excelente traducción visual–. Los demás la miran fijamente, siguiendo cada movimiento.
Por último, levantan sus manos y las sacuden por encima de su cabeza, indicando el fin de su canción corporal a Dios.
Bob Van Zyl, director de Global Sign Languages Team (traducción de lenguas de señas para las Américas), encargado de apoyar proceso de traducción de diferentes lenguas de señas en las Américas, afirma que el principal reto para personas sordas es que no tienen acceso a la Biblia porque no leen en español. Recientemente, gracias a los avances tecnológicos, ha sido posible traducir fragmentos del sagrado libro.
Además aclaran que un error muy frecuente es pensar que todos los sordos son mudos, simplemente no pueden producir palabras de un idioma que no han escuchado.