A don Alfonso Ujueta lo conocen como el señor de las monedas. Su pequeño local y gran colección de la divisa está ubicado en el tercer piso del remodelado Centro Comercial Avenida Chile –antes conocido como Granahorrar– ubicado sobre la calle 72 con carrera 11. Su experiencia y dedicación por más de cincuenta años lo convierten en uno de los más importantes coleccionistas de monedas y billetes en Colombia, quizá el único que ha tenido la dicha de vivir la mayor parte de sus días entorno al hobby que convirtió en profesión.
A las 4 y media de la tarde don Alfonso atiende a un cliente que viene desde Cúcuta. Cinco minutos después, un hombre aparece ofreciéndole unas monedas para poder regresarse a su casa.
- Señor, ¿cuánto me da por estas monedas? Es que me sacaron la billetera. ¿Será que si las vendo me alcanza aunque sea para el bus de regreso a mi casa?
- Amigo estas monedas no valen nada. Más bien quédese con ellas que yo le regalo para el bus.
Ese es don Alfonso. Un señor que desde hace 26 años –uno menos que el Centro Comercial– tiene su local de numismática y notafilia, en donde pasa sus mejores días vendiendo y comprando monedas y billetes, aprendiendo de su historia, hablando con vendedores distraídos y curiosos charlatanes, tomando tinto, organizando y limpiando. En pocas palabras, haciendo y deshaciendo en su tienda.
Todo empezó hacia el año de 1950, cuando el joven Alfonso de escasos quince años, encontró unas monedas que su abuela tenía guardadas en un pequeño bolso. Desde ese momento y como quien encuentra un tesoro escondido no se desprendió de ellas. “Recuerdo que se las pedí a mi abuela y lo primero que me dijo fue: ‘no porque tú vas y las vendes por cualquier cosa’”. Al final, Alfonso se quedó con las primeras 50 monedas en su colección.
Una vez Alfonso terminó el colegio empezó a trabajar como mensajero en City Bank. De ahí en adelante, recuerda que andaba por las joyerías de la antigua Estación de la Sabana –estación central del Ferrocarril de la Sabana de Bogotá ubicada en calle 13 con carrera 20– buscando monedas que comprar. “En los negocios me fueron conociendo, por lo que me guardaban las moneditas. Luego, cuando yo iba me tocaba comprar varias para poder revender y quedarme siquiera con una”. Para ese tiempo Alfonso ganaba alrededor de 120 pesos, de los cuales sacaba un buen monto para comprar varios gramos de moneda de plata. “En esa época la moneda costaba según peso y material, hoy depende de su historia y significado”.
Alfonso empezó a tener clientes fijos, estos buscaban otros interesados, y así su nombre fue tomando un mayor reconocimiento. El mensajero del City Bank se había convertido en el señor de las monedas. Con el tiempo, Alfonso decidió abandonar su puesto en el banco. En ese momento, el ya reconocido coleccionista de monedas solía recorrer las calles y los barrios ofreciendo parte de su colección.
Sin embargo, un día de 1970 se encontró con la noticia de que uno de los pocos locales de numismática que había en Bogotá llamado “Arqueología y Monedas”, y que él solía frecuentar, fue puesto en venta porque su dueño, un señor ya avanzado en edad decidió dejar el negocio. Alfonso Ujueta y Hernando Rangel –quien compró la mayor parte del establecimiento–, se hicieron socios y empezaron a trabajar juntos. Según don Alfonso, Rangel se encargó de la parte de arqueología, mientras que él se quedó con lo relacionado a las monedas.
Los clientes aumentaron considerablemente. El mercado de Rangel y Ujueta fue cada vez más conocido en la ciudad y fuera de ella. “Llegaron clientes de Panamá, otros venían de Estados Unidos, yo me hice amigo del presidente del club numismático, nos comunicábamos frecuentemente y la búsqueda de monedas fue cada vez más grande”.
Luego de tres años de trabajar junto a su socio, Alfonso decidió independizarse. Por lo visto, Rangel no estaba muy satisfecho con la parte que ellos consideraban arqueología pues era una actividad más bien controlada por el Estado. Entonces, aprovechando que el punto de venta de monedas ubicado en la carrera 8 número 17-64 ya era conocido en la ciudad, Alfonso le compró por cien mil pesos a Rangel esa parte del negocio. “Ese punto no era más que un escritorio vacío, pero pues ahí era donde me encontraba mi clientela”.
Alfonso reconoce que nunca vio el negocio de venta monedas como su fuente de ingresos, por lo que también intentó montar una empresa de tejidos, la cual nunca dio resultado pues lo suyo era la numismática. Con este trabajo, Alfonso ha tenido la oportunidad de conocer el mundo, según él, las convenciones de expertos en la materia se hacían con suma frecuencia. “Un día me encontré a un señor en Londres, y me dijo que tenía unos ‘tokens’ (fichas) para mi… resulta que me las dio, y no eran tokens, eran monedas que no conocíamos y que se hacían con cápsulas de bala de 1902”. Esta es una de las anécdotas que más recuerda de sus viajes.
“Por mis manos han pasado millones de monedas. Las que tengo, las que tuve y las que he vendido. Un día compre cien mil monedas, eran cajas y cajas que le compré a un señor que buscaba monedas para al Banco de la República, pero bueno, eso no hay que decirlo porque la gente no lo cree”.
Así mismo, se pensaría que este hombre ha conseguido todo cuanto ha querido, pero lo cierto es que hay una moneda que lo trasnocha y que nunca ha podido tener. “Si me llega a caer un Columnario yo creo que me hago enterrar con él”. El Columnario es una moneda de ocho reales del Nuevo Reino de Granada, que estuvo en vigencia en América hacia el año de 1759 para el periodo de la colonia, y que su costo actualmente supera los cien mil dólares. Lo que hace especial esta moneda, es que en sus orígenes fue una moneda acuñada por el Imperio Español después de la reforma monetaria de 1497, y que gracias al amplio uso que tuvo en Europa, América y el extremo Oriente, se convirtió en la primera divisa de uso mundial. Lo curioso es que España –primero en incorporarla– no permitía el libre comercio entre sus colonia, sin embargo, actividades como el contrabando empezaron a volverla común hacía el siglo XVII. Alfonso ha visto la moneda, incluso la tiene retratada dentro de un gran cuadro que cuelga en su pared, pero su costo ha impedido que la tenga.
Aunque las cosas no siempre han sido fáciles, Alfonso reconoce que es una profesión la cual nunca cambiaría. Con ella ha mantenido un hogar de tres hijos todos ellos profesionales, y una esposa con la que acaba de cumplir 52 años de casado. Y aunque reconoce que han vivido tiempos difíciles por cuenta de su profesión, aclara que sí tuviera que volver a escoger su destino, volvería a elegir las monedas, y a lo mejor, volvería a encontrar el tesoro de su abuela. “Para mí esto es satisfacción, los festivos que no vengo me aburren, yo me muero aquí”.
Hace una hora Alfonso sólo habla sobre su vida, sólo interrumpió en tres ocasiones: la primera, para recibir otra llamada de un cliente; luego, atendió la aparición de un segundo vendedor de monedas que no tiene con qué pagar el bus; y finalmente, vendió dos billetes de veinticinco pesos de 1904. En estos momentos son las cinco y media de la tarde, Alfonso toma su sombrilla, apaga las luces y cierra el local.