La primera noche que fui a verlo batallar fue en el Parque el Virrey un viernes. Una amiga que batalla también, pocas en esa escena, me dijo que llegaría allá a las nueve de la noche más o menos; que llegara a esa hora también. A las nueve y diez llegué caminando desde la autopista y vi un grupo de unas 40 a 50 personas. Todos estaban al lado del caño, no había nada de iluminación, se avecinaba la lluvia y un pequeño bafle con una USB era el centro de atención porque allí la gente se reunía en círculo para poder ‘oír pelear a los gallos’.
“Hoy no va a competir, ¿te sirve?”, me dijo mi amiga. Yo le respondí que sí, que me presentaría y cuadraría con él para poder ir el domingo a la competencia. Ella se fue a darle la vuelta al círculo, ya que él estaba al otro lado, para decirle que yo había llegado y que lo iba a presentar. Mientras tanto, yo me fumaba un cigarrillo y pensaba en todos los raperos que había allí para hacerme una imagen de Martín Martínez, o como todo el mundo lo conoce, Carpe, abreviación de Carpediem.
No tengo idea del por qué, pero me imaginaba un tipo de jeans holgados y camiseta ancha, una gorra puesta hacia atrás y tatuajes en las manos. De pronto vi que se me acercaba un pelado como yo; alto, de ojos oscuros, pálido, con jeans clásicos y camiseta a la medida y me dijo “¿qué más?”. No logré atinar una respuesta para que sonara convencido de que lo estaba esperando, ni mucho menos de que sabía quién era. “Todo bien, ¿tú qué más?”, fue lo único que me salió y a medias.
Detrás de él apareció su novia, que ya sabía a lo que yo iba y comenzó a decirme que Carpe ya tenía la agenda muy ocupada, que no iba a alcanzar. Por mi parte, me concentré en explicarle bien mi idea de compartir un día entero, el de la competencia, para poder hacer una historia de él. “Igual, no sé si soy el mejor. Allá va Valles-T y todo”, fue lo que me respondió mientras su novia seguía diciendo que era difícil que lo acompañara porque tenía más cosas que hacer. Después de un tiempo conversando, logré que me dijera que sí y quedamos de vernos en el evento dos días después; el domingo.
La mañana del domingo era soleada, picante, y el evento se estipulaba, en redes sociales, para la una de la tarde en un estudio de baile en Prado Veraniego. Llegué media hora tarde y ya se armaba una fila para entrar a ver la competencia, pero Carpe aún no había llegado. Por su actitud en la noche que le comenté que haría esta crónica, pensé que no iría, pero a las dos en punto una sombra altísima apareció en el lugar. De chaqueta azul, tenis Le Coq Sportif, un poco trajeados, y una gorra bien puesta apareció Carpe. No miró a nadie y entró al recinto, al ring, saludando a los bouncers que había en las puertas.
Eran 16 los concursantes que habían logrado llegar a esa final y venían de todo lado; Medellín, Cali, Manizales, Ibagué, Villavicencio, Cúcuta y Bogotá. La primera batalla de la tarde la tuvo contra Rapper, un rapero de Manizales. “No me miras a la cara, hijo de p***, eres traicionero como Judas”, fue la rima con la que sentenció a su oponente aludiendo a la Biblia, ya que esta fue un tema para la batalla. Nada de réplicas, nada de empates, victoria en dos rounds.
Se bajó de la tarima y parecía otro. Daba vueltas en círculos y evitaba las miradas de los demás. “Buena mi perro” le decían algunos, pero él no levantaba cabeza si no era para mirar la tarima y escuchar con qué rimas salían sus posibles oponentes. Es más, Valles-T, ganador de la Batalla de Gallos 2016 de Red Bull, lo nombraba en algunas de sus rimas, pero él seguía en su trance peripatético. Un cigarro, un Mustang, un receso entre octavos y cuartos, un respiro.
“¡Carpediem contra Inexpresivo!”, gritó Sancho, organizador del evento y apodado así por su panza, para retomar las batallas.
“¿Qué tenemos aquí? Otro Carpe prematuro”, le decía desafiante a Inexpresivo, pero él le hacía homenaje a su apodo y, sin siquiera mirarlo, le respondía “a esta loca solo la apoyan por la localía”. Dos réplicas y cuatro rounds necesitó Carpediem para ganarle al rapero de Cúcuta. La batalla más larga que sucedió en la competencia fue esta.
Bajó la tarima y empezó su trance de nuevo, pero algo le interrumpió esta vez: Gaviria, un rapero venezolano, derrotó a Valles-T, ídolo local. Esa no era la única sorpresa, Gaviria sería su oponente en la semifinal.
Los pasos eran lentos mientras se subía a la tarima. Las plantas de los pies pesaban. La mirada no la mantenía fija. Las manos rascando la nuca, el cuello, la cara. “¡DJ, bótala!” gritó Sancho. “Pa’ mí no hay imposible, eso es lo que dijo. Si ya yo maté al padre, ¿qué le esperará al hijo?”, decía Gaviria sobre Valles-T y Carpediem, a lo que él respondió “bala flaca, ¿lo sentiste? Tú te fuiste, como un desecho”. La tensión subía, gritos, ovaciones, expectativa. Nada de réplicas, nada de desempates. Carpe se montaba a la final contra Evanz Mejía, una sola batalla más y Perú ya no era un sueño lejano.
Sonaba, como un mantra para relajarse antes de la final, Luz de Lil’ Supa: “Ilumíname con virtud y yo podré caminar sobre el agua”. Para el intermedio entre la semifinal y final era ironía pura, pero un rezo seguro. El recinto estaba en una calma indiscutible para cualquier persona nueva que llegara, pero no entendían la tensión indecible que había. Comencé a pensar que Carpe tenía esa tranquilidad que tienen las bestias mientras ven a su presa antes de comerlos, pero en ese justo momento parecía una bestia nueva en esto; sus pasos ya no se veían tan firmes, sus garras no estaban tan afiladas.
Eran tres escalones para subir en la tarima, pero parecieron treinta mientras ascendía el joven Martín Martínez. El concepto sobre el cual rapear: Perú, la tierra prometida. Listos los colmillos, listas las garras, listas las frases, listas las gargantas. Ocho y media de la noche. La batalla inició bajo las órdenes de Sancho.
“Yo me voy a Perú a representar poesía y tú te quedas aquí care-chiche y montas tu buena cevichería”, fue un gran punch line de Carpe. “Si te vas para Perú con esos chistes, ya perdiste”, respondía el paisa. “No he ido a Perú, pero yo ya maltraté a la primera llama”, fue la frase con la que se levantó el bogotano, a lo que Evanz respondió “¿dices que soy una llama? Yo me voy para Perú y con envidia me llamas”. Todo el mundo gritaba y los jueces miraban con calma. La ansiedad llegaba a su tope y no había techo que la contuviera.
Sancho comenzó su conteo habitual al final de la ronda para que los jueces eligieran su ganador, pero esta vez no lo hizo desde tres, sino desde cinco. “¡Cinco, cuatro, tres, dos, uno!”, se alzó la mano de Carpe como un boxeador vencedor, se va para Perú. Flashes comenzaron a darle en la cara, una sonrisa y el trofeo en el aire mientras se tocaba el corazón. Una entrevista acá, una foto allá, un delirio de fama.
Después de todas las fotos y de que se fuera la gente me le acerqué y le dije: “¡Ganó! ¡Severo!”. Me miró con la misma cara del primer día que lo conocí. Me dijo: “igual, toca ver porque allá van los qué raperos”. Se rió y salió del lugar.
Carpe díem significa ‘toma el día’ en latín, haciendo referencia a vivir cada minuto como si fuera el último. Pero Carpediem no parece ponerlo en práctica. Carpe vive cada día sin pensar en ganar un título.