Sebastián peina su cabello de lado. Tiene ojos grandes y sonríe frecuentemente. Viste de jean negro y una camisa. Llega una chica con unos polvos faciales y lo arregla. Aparece otro muchacho y le pone, por detrás, un aparato pequeño en el cinturón. Conecta unos cables con audífonos y se los pone en los oídos. Uno, dos, tres, dice Sebastián, en su acento manizaleño, para probar el sonido. Revisa su celular. El productor anuncia: tres, dos, uno, empieza todo.
El inicio
De camino hacia el Colegio Mayor de Nuestra Señora en Manizales, Sebastián, un niño de 7 años, quien peinaba su cabello de lado, va con su padre, Carlos. En su mano sostiene una lonchera y sigue el ritmo con sus pequeñas piernas.
—¿Y ya para qué año vas? –pregunta el padre.
—Para segundo de primaria –responde el infante.
—¡Hermano, cómo estás de viejo ya! –le dice.
En aquel instante, el niño sintió a su padre desprenderse de él. Este es el momento que más recuerda Sebastián Parra de su infancia. Su familia, a pesar de que son muy unidos, son desprendidos. Durante su niñez, su madre, Ana, estaba haciendo un diplomado en Cuba, algo por lo cual él sufrió un poco. Mientras ella estaba ausente, quien estaba a cargo del hogar era su padre, el estricto de la casa, con quien debía portarse juicioso y quien le daba de comer arroz con huevo y sardinas para prepararlo para cuando prestara el servicio militar. “Hay que prepararse para el ejército, el día en el que preste servicio militar, hermano, le tocará comer o muy frío o muy caliente”, le decía su padre.
Pero lo más importante, Carlos era su compañero en usuales partidos de fútbol. Él lo apoyaba en la práctica de deportes. Sebastián comenzó practicando judo, una modalidad de combate japonés. Sin embargo, decidió cambiar el uniforme con cinturón y quedarse con los guayos y el balón blanco con hexágonos negros. Jugando microfútbol fue que conoció a su mejor amigo, Octavio Gálvis, quien vivía en su mismo barrio.
Sebastián era muy necio y travieso. En la casa de sus abuelos, su abuela tenía los famosos carritos coleccionables de Coca Cola, y siempre se vio tentado a jugar con ellos, aunque tanto ella como su padre lo detenían. Pero en medio de sus travesías, el pequeño Sebastián era muy maduro. Su hermana Mariana, quien nació cinco años después de él, lo describe como un “veteranito”. Según ella, él era muy celoso con sus cosas y un poco mala gente cuando chiquito.
Cualquier momento de atención que Sebastián le prestaba a su hermana la hacía feliz. Varias veces iban a Medellín, ya que sus abuelos maternos vivían allí, y frecuentemente salían al Parque de las Aguas. En una de esas salidas Sebastián y Mariana estuvieron jugando juntos todo el tiempo. Ese es el momento que más recuerda Mariana como un día especial, ya que lo veía feliz “loqueando” en ese parque.
No fue la ausencia de su madre, la rabia de que su hermana cogiera sus cosas, los regaños, o la comida de su padre, lo que marcó lo malo de su infancia. Lo negativo en su niñez y adolescencia fue una institución ubicada en la carrera 24 y en donde Sebastián estudió once años de su vida, desde preescolar hasta décimo: el Colegio Mayor de Nuestra Señora.
Sus padres tienen carreras profesionales. Ella estudió Ciencias Sociales y él se dedicó a la Economía. Pero a diferencia de ellos, Sebastián nunca fue buen estudiante. “No le gustaba mucho estudiar”, recuerda Octavio.
—Sufrí mucho por el estudio, era muy peleón. Mamá tenía que ir frecuentemente por quejas, además, no tengo ningún amigo del colegio, para mí solo eran compañeros, no más– dice mientras que baja su cabeza, la mueve de un lado a otro como negando y tapa sus ojos con sus manos.
Así como lo fue su abuelo, él quería ser futbolista profesional. Comenzó a jugar en las menores de Once Caldas, equipo al cual admira. Era un muchacho deportista, pero su decisión y el camino que estaba siguiendo se congelaron. “Mejor estudie, esa carrera de fútbol es muy incierta”, le dijo su padre influenciado por su madre.
Una sola cosa pudo hacer que dejara a un lado la idea de ser futbolista: la música.
De Mozart a David Guetta
La facultad de Bellas artes de la Universidad de Caldas es una edificación que tiene la estructura de una iglesia, que se ha amarillado con el tiempo y cuya puerta es un arco. En este lugar, cuando Sebastián estaba en quinto de primaria, comenzó a estudiar Música clásica. Mientras tanto, también hacía parte de la banda del colegio. Al cumplir 12 años se cansó de oír pianos y trombones, y ahí arrancó su fiebre por otro tipo de música: la electrónica.
Cuando Oxígeno, emisora en la que actualmente suena “si necesita reggaeton, dale”, se dedicaba a la electrónica, house y otros ritmos como el ragga y factoría, Sebastián se alejó de toda esa música que venía estudiando. Su sueño era ser Dj. Le gustaba lo que estaban haciendo: girando por varios países, trabajando en emisoras. Actualmente, quien quiera aprender sobre cómo hacer música electrónica puede buscar tutoriales en Youtube, en 1997 no. A Sebastián le tocó a punta de oído, el cual había desarrollado gracias a sus estudios musicales. Otra dificultad eran los equipamientos: hoy hay tornamesas, a los Djs de la época les tocaba con casetes y grabadoras.
Sebastián Hurtado, un amigo de Sebastián quien era mayor que él, montó una miniteca y empezó con pequeñas fiestas en la calle en la que vivían. Con su tocayo, el pequeño aprendió a soldar y hacer parlantes. Cuando compró una unidad especial para Dj, que manejaba la velocidad, algo a lo que era muy difícil acceder porque era muy costoso, el niño se le pegó a él. Pero este era su trabajo y el pequeño solo quería aprender, por eso no le daba la oportunidad de practicar.
—Déjeme, déjeme, déjeme – le insiste el niño.
—No, véame –respondía su tocayo.
Para usar la consola que Hurtado había comprado, se necesitaban cds originales. Cada uno de ellos costaba 30.000 o 35.000 pesos. Mientras tanto, el pequeño Sebastián hacía su música con un invento extraño que involucraba una grabadora, un discman, que estaba de moda en esa época, y un amplificador de guitarra.
A Sebastián se le ocurrió algo: comprar los cds y demostrarle más interés a su tocayo. Pero para poder adquirirlos tenía que trabajar.
Sus ganas por ingresar al mundo de la música electrónica lo motivaron a empezar a hacer domicilios y, los fines de semana, a lavar los carros de los vecinos. Se levantaba tipo 6 o 7 de la mañana y lograba ganar unos 4000 o 5000 pesos. Empezó a guardar el dinero, y con eso pudo comenzar a comprar los cds. Al Sebastián ver la afición del pequeño, y los cds que tenía, lo dejó empezar a practicar.
Una noche, fue la prueba de fuego para el niño, la oportunidad de demostrarle su pasión por la música electrónica. Durante una fiesta en el barrio, Sebastián Hurtado era el Dj y tenía que salir.
—Parce, si usted puede, póngase algo ahí mientras vuelvo –le dijo al pequeño.
El niño tomó la iniciativa. Los nervios no fueron obstáculo. Puso unas canciones y logró que la fiesta transcurriera normalmente. A partir de ahí quedó contratado. Le pagaban 15.000 pesos por fiesta, algo menos de lo que ganaba haciendo domicilios y lavando carros, pero pues estaba haciendo lo que le apasionaba. Lo máximo que subió su salario fue a 30.000 pesos. Juntos tocaron en fiestas de promociones de los colegios, matrimonios, despedidas. Era un “chiquitín” de 12 años como Dj, pero ese pequeño trabajó allí hasta los 17 años.
Cuando tenía 15 años, gracias a su experiencia como Dj y sus conocimientos sobre edición de audio, comenzó a trabajar en emisoras como Veracruz Internacional, y luego en La Mega de Manizales.
De Dj a comunicador social
Al terminar grado décimo, perdió el año. El colegio le dio dos opciones: o se quedaba allí, pero repetía el año, o podía irse a otro lado. Sebastián, con su odio por el estudio, prefirió irse y validar, porque quería salir a estudiar algo que le gustara y prefería no seguir perdiendo el tiempo.
“No quisiera volver al colegio”, dice Sebastián. El trauma llegó a tal punto de causarle pesadillas siendo adulto. Hace unos siete años, empezó a soñar mucho con esa institución. Recordaba los salones. Lloraba mucho. Se angustiaba. Sentía nostalgia. Lo que le ayudó a vencer esos malos sueños fue que en una semana santa le abrieron la puerta del colegio y pudo recorrerlo. Sintió el aroma del lugar. Caminó por el patio en donde jugaba fútbol. Desde entonces pudo volver a dormir tranquilo.
Una vez logró terminar su secundaria, tenía que tomar una decisión difícil: ¿qué rayos iba a estudiar?
En algún momento pensó en estudiar Biología Marina –aún no sabe por qué. Sin embargo, un día, su mamá le dijo que ofrecían Comunicación social y Periodismo en la Universidad de Manizales, algo que probablemente le llamaría la atención. No sabía si iba a servir o no, pero los medios le gustaban. Al haber trabajado editando en emisoras de radio, y teniendo los programas de edición en su casa, se motivó a estudiar esta carrera. Además, su mejor amigo, Octavio, estaba estudiando lo mismo, pero iba más adelantado.
—La verdad, además de eso, no sé si elegí Comunicación por vago, porque no quería ver matemáticas –resalta Sebastián.
No todo fue color de rosa. Como en toda carrera, Comunicación tenía sus trabas, mucha teoría. Sebastián, aunque le iba mejor en comparación con el colegio, siguió siendo un mal estudiante. A él le gustaba la práctica. Hubo materias que tuvo que ver tres o cuatro veces, como Teorías de la comunicación. Pero algunas asignaturas como Taller de radio eran una dicha para él.
De Manizales a Bogotá
Al terminar la carrera, de 21 años, le preguntaron sobre el lugar en donde quería realizar las prácticas. “Juemadre, y ahora, ¿qué voy a hacer?, no sé para qué sirvo”, pensaba Sebastián. Otra decisión difícil debía tomar.
Fotografía: Sebastián Parra
Tenía dos amigos en Bogotá: uno de ellos trabajaba en la Javeriana, y Octavio estaba realizando sus prácticas en la Presidencia. Junto con Jaime Andrés, un amigo con quien perdía todas las materias pero aun así siempre se hacían juntos –más bobos para donde, dice Sebastián– decidieron irse para Bogotá. Una vez en la ciudad, Sebastián extrañó mucho a su familia, a pesar de ser un poco desprendidos.
—“Ya ninguno tiene mucho tiempo para viajar, por ahí nos vemos tres, cuatro o cinco veces al año, por mucho, pero así es la vida, ojalá se dé la revancha y podamos vivir juntos de nuevo” –dice Sebastián.
Irse a Bogotá implicó dejar a un lado sus inolvidables partidos de fútbol con su papá, ya que era un hobbie compartido. Irse a Bogotá implicó adaptarse a otras vías y enredos de calles. Irse a Bogotá fue comenzar a compartir el espacio citadino, no con 368.433 habitantes que tenía Manizales, sino con 6.778.691 millones de personas que residían en esa ciudad.
Lo que no implicó irse a Bogotá fue montar mucho en Transmilenio, en sus atiborrados buses, ya que se subió unas dos o tres veces, pero desde ahí ni más. Tomó medidas para evadir el transporte público, una de ellas fue llevar un carro que tenía en Manizales y utilizarlo para movilizarse en la ciudad. Aunque en un principio no fue fácil, y tuvo que recurrir a varias personas para aprender a ubicarse, logró amañarse en Bogotá. Le gusta mucho, sobre todo, la intensa vida bogotana. A las once de la noche todavía hay gente en la calle, algo que en Manizales no lograba ver.
Estuvo un año viviendo en el apartamento de Octavio junto con su amigo Jaime Andrés. Aunque la pasaron bien juntos, a Sebastián le gustaba mucho el orden y tener su propio espacio. “Creo que para él fue más difícil que para nosotros dos, él es un poco psicorrígido”, dice Octavio.
Sebastián y Jaime estaban interesados en los medios de comunicación, entonces, junto a un grupo de personas, los comenzaron a llevar a distintos sitios. Ese martes fueron a CityTv, después de unas pruebas se aburrió y no quiso saber nada de allí. El miércoles estuvieron en la Javeriana, y le pareció genial, además un amigo estaba allí y la infraestructura en general era muy buena.
El viernes el destino jugó a su favor. Los llevaron a RCN, allí una chica de Recursos Humanos les comentó que necesitaban a dos personas para que comenzaran sus prácticas en ese mismo instante. Como en Los juegos del hambre, Sebastián y Jaime se presentaron como voluntarios. Uno de ellos debía trabajar en el programa matutino Muy Buenos Días, y el otro entraría a Banda Francotiradores, que estaba relacionado con el humor.
En Muy Buenos Días, los directores, junto a Tatiana Rodríguez, una chica de 25 años que laboraba como productora de invitados, tenían que decidir a qué practicante elegir.
—Tati, ¿qué hacemos? ¿A qué periodista elegimos?
—No sé, pues hagamos una rifa –sugirió Tatiana.
A Sebastián no le entró en gracia su comentario.
Después de esto, Jaime se fue para Muy Buenos Días, y Sebastián se quedó en Banda Francotiradores. Duró tres meses y luego llegó a su fin la transmisión. Aun así, logró entrar a El Gran Show, programa que también estaba relacionado con el humor.
Jaime Andrés se volvió amigo de Tatiana, y a partir de ahí Sebastián también comenzó a interactuar con ella.
—“Yo les ayudé a ubicarse, ellos llegaron todos desempacaditos, pueblerinos –no mentiras, yo aún lo molesto mucho con eso, dice riéndose– perdidos” –recuerda Tatiana.
A pesar de no haber tenido el mejor comienzo de todos, Sebastián y ella tenían un gusto común: la música electrónica. Y unido al hecho de que él la hacía reír mucho, los llevó a convertirse en muy buenos amigos.
—Pueblerino –molestaba Tatiana a Sebastián con algo que aún lo enfurece mucho.
—No pues, ¿cómo te digo? ¿Newyorquina? –le respondía en tono de burla y con un toque de indignación.
Después de seis meses de haber sido amigos, pasaron a otra etapa, decidieron ser novios. Pero el noviazgo terminó en lo que se tardó en empezar.
Cuando Sebastián terminó sus prácticas, pensaba que en El Gran Show iba a estar su trabajo fijo cuando se graduara. Sin embargo no fue así. Apenas se graduó, el programa se acabó.
¿Y ahora qué?
Sebastián estaba decepcionado. Como quien dice, podía salir de “patitas para la calle”. Sonó el teléfono. El productor le comentó que uno de los miembros de Estilo RCN había renunciado ese mismo día. Él se ofreció para hacer el trabajo. Aunque no es muy amiguero, siempre procura tener buena relación con todos. ”Me gusta conversar con la gente, saber que existen y que sepan que existo” –comenta. Y aunque se relaciona bien con su equipo de trabajo y amigos, él es malo para aprenderse los nombres. Finalmente termina llamándole a todos “Pacho”.
Al entrar a Estilo, tenía una nueva dificultad: él no había hecho periodismo, sino solo producción. Sin embargo, hizo las pruebas, lo contrataron y ahí se quedó. Duró seis años. Tuvo su sección de música, en unión con RCN Radio, en la cual hablaban sobre la canción más importante en las emisoras del medio, como La Mega, Radio Fantástica y Radio Uno.
En Estilo, además, forjó una nueva identidad: Sebaxtian, su nombre artístico. Con este nombre aparece en sus redes sociales, acompañado por un 69. ¿69? Su compañera en El Crew, Ingrid Mantilla, lo molesta con ese número y algunas personas lo malinterpretan también. ¿Él qué dice al respecto? Este es de buena suerte.
—Todo me ayudó como Dj, porque logré tener pantalla. Fiesta en la que me contrataban, era boletería segura. Estaba en la gloria porque podía hacer ambas cosas que me gustaban: la televisión y la música –dice Sebastián.
Un año después de que comenzó a vivir en Bogotá, llegó su hermana Mariana para estudiar Cine en el Politécnico Grancolombiano, y se fueron a vivir juntos. Su casa era un choque continuo entre el orden de él y el desorden de ella. Dos opuestos viviendo bajo un mismo techo. Aun así fortalecieron su amistad. Se extrañan mutuamente y aman visitarse entre ellos.
En 2011, el hecho de no querer estar lejos de Tatiana, alguien a quien consideraba como alguien especial, los llevó a ser novios de nuevo. Se volvieron a conquistar. Luego decidieron dar otro paso: comenzar a vivir juntos. Por esta razón su hermana se tuvo que mudar a unos deprimentes tres pisos de distancia. “Lo extrañaba mucho”, dice Mariana.
Cuatro años después, decidieron casarse, pero no fue algo convencional. No se casaron de noche. Ni en una edificación antigua, fría y en la que un sacerdote declara que son marido y mujer. Sebastián y Tatiana forjaron su unión bajo el sol de Cancún, México. Su boda fue una ceremonia Maya. Ambos vestidos de blanco. Ella con una corona con flores y él con un collar, también de flores, y una mochila.
En la ceremonia, en primer lugar, tuvieron que pasar a través de vapores indígenas hechos de plantas aromáticas, para poder limpiar sus energías. Después de esto, ingresaron a un círculo pintado en la tierra. Una vez dentro, el chamán no llama a Cristo, como en las bodas católicas tradicionales, sino que invoca a los cuatro elementos de la naturaleza: aire, agua, fuego y tierra. Finalmente, tras declarar sus votos, unieron sus lazos y desde allí han estado juntos.
Fotografía: Twitter Tatiana Rodríguez
Para Tatiana, Sebastián tiene muchas cualidades: es responsable, creativo, trabajador y entregado en lo que hace. Siempre le gusta que todo le salga muy bien, es arriesgado también. La impaciencia es el mayor defecto que encuentra en él. Por su parte, Sebastián encontró en su esposa una de sus mayores bendiciones. En el momento en el que se le salen los cables, ella es su polo a tierra. Durante su época de amigos, cuando él estaba sin plata, ella siempre estuvo allí.
Sebastián trabaja la mayoría de tiempo con mujeres, en un minuto puede abrazar o bailar con Milena Morales, compañera de El Crew, pero, tal como lo afirma él, su esposa conoce el medio y no lo cela. “Tatiana sabe cómo se maneja todo, si coqueteo con mis compañeras de trabajo durante un programa, sabe que es por eso y no por otra cosa”, resalta.
Poco a poco fueron llegando más oportunidades de trabajo para Sebastián. En 2013 comenzó a trabajar en Campeones, un programa de Winsports para niños, y el cual presenta junto a Juliana Casali. En 2014, se presentó a una audición para ser el co-host de Diego Sáenz para la versión colombiana de un programa estadounidense que buscaba resolver casos relacionados con relaciones por internet: Catfish Colombia.
A la audición se presentaron algunos actores colombianos, incluso audicionó el mejor amigo del colegio de Diego. Sebastián fue el último de todos. La prueba consistía en la simulación de un caso real, en la que tenía que leer el correo de la persona que pretende encontrar a su amor del otro lado de la computadora.
“Hubo buena química, confiamos mucho en el otro. Siempre estamos haciendo bromas y contándonos historias de la vida. Pero al momento de estar grabando y serios para hacer un nuevo capítulo nos comprometemos 100% con la situación. Sebastián siempre tiene buena actitud y eso ayuda mucho”, afirma Diego. Uno de los defectos que resalta Diego sobre él es que algunas veces lo hace reír justo cuando no puede hacerlo.
Fotografía: Instagram Sebastián Parra
El 20 de abril de 2015 se abrió su primera cuenta de fans: Sebaxtian Lovers, dirigida por Shaila, fan mexicana, y Zule, fan colombiana. Juntas buscan promocionar a Sebastián e interactúan con él. “@Sebaxtian69, ¡te amamos con el alma! ¡Te amamos con él corazón! ¡Te amamos porque eres el mejor!”, dicen en su cuenta de twitter.
Sebastián establece un contacto cercano con sus fans, es su propio community manager y responde a la mayor cantidad de mensajes que recibe.
—@SEBAXTIAN69 ¡Buenos días Sebas! ¡Qué tengas un lindo día! Te quiero –le dice una fan por su cuenta de twitter.
—@HeartingNiam1D Vivi, ¡feliz día para ti también! –le contesta Sebastián.
En el 2016, se presentó a El Crew de Canal Tr3ce. La prueba consistía en hablar sobre un tema cinco minutos. “¿De qué hablo?”, fue en lo primero que pensó. Decidió hablar sobre una unión entre fútbol y música, goles con tango, samba, música andina y country. Para sorpresa de sus compañeros, lo tuvieron que parar, ya que se pasó del tiempo. De esta forma, Sebastián logró entrar a El Crew de Canal Tr3ce, junto a Milena Morales, Mateo Ramírez, Andrés López, Ingrid Mantilla, Andrés López y Diego Fero. A esto se dedica de lunes a jueves de 6 a 10:30 de la noche.
Fotografía: Alejandro Rivera
A pesar de que cuando chiquito parecía ser un “veteranito”, en la sala de su casa hay un cuadro en el que se ilustran muñecos animados y que demuestra su amor por ver televisión. Le gusta El Chavo del 8 y los dibujos de cartoon antiguos, como Los Picapiedra. También, en una repisa, se pueden ver los muñecos de la Liga de la Justicia de DC que salieron como colección con el periódico El Tiempo. Sin embargo hay un objeto en especial que resalta en su casa: su tornamesas Serato, instrumento que lo convierte en DJ Sebaxtian.
Al terminar el programa, Sebastián se despide de sus compañeros, sale del edificio y se dirige a su carro. De camino a casa, se impacienta por un pequeño trancón y sigue su camino. “¿Ves? He llegado a todo accidentalmente. Todo pasa por algo. No sé Dios qué me tenga, pero me ha puesto en el camino correcto, me gusta lo que hago”, dice sonriendo.