En la esquina de un callejón oscuro, custodiado por el espectro del humo de cigarrillo, está la guarida donde se esconden las putas que esperan por el inicio de la noche. Llego después de deambular un rato y divagar sobre la existencia, como lo hace todo aquel que termina en un prostíbulo, con la esperanza de que el tiempo se congele y que las dudas se disipen.
Lejos del bullicio citadino de un sábado por la noche, ingreso con algo de vergüenza al sórdido lugar que preside una joven en ligueros y en un apretado vestido de franjas rojas y negras. Está sentada en una silla alta, tiene las piernas abiertas; miro al piso y la saludo con voz baja, es una locución vacía, casi muda. Le estiro bruscamente un billete de 10.000 pesos sin levantar la cabeza. Sé que me mira y que olfateó mi miedo y mi inexperiencia. Me entrega un papelito y una ficha de casino roja, me mira con altivez y sonríe: “bienvenido al Burdel Poético”.
El lugar parece ser un bar, decadente, fragmentado en mil pedazos, iluminado pobremente con luz de tungsteno, lámparas halógenas y, en algunas partes, con velas . Los grafitis que cubren los ladrillos desnudos completan la atmósfera para que los delirios y las pasiones afloren. Sin embargo, a las 7:30 no había escuchado ni el suspiro del aire rebotando en el recinto vacío.
Éramos unas ocho personas, pero cada minuto se sumaba alguien más. Sobre las 8:30 el Caney del Tamarindo, ese bar que parece haber salido de la retorcida mente de un pintor cubista, estaba casi lleno. Tras casi una hora de espera, un estrepitoso grito corta la algarabía de las conversaciones simultáneas inducidas por el alcohol: las putas anuncian su llegada.
Los integrantes del burdel descienden de un cuartico hecho con retazos de tela y de madera. Cada uno se ubica en un lugar que parece predeterminado. Se presentan al público con un pequeño monólogo, un fragmento de algún poema que según ellos los identifica. A partir de esa introducción logro caracterizar los personajes.
Primero está la madame, María Melena. Ella es la matrona del burdel, la mayor, la de más experiencia, la más puta; lee las cartas, pero no habla del futuro, sino del pasado y de sus posibilidades. Letheo es la mujer del olvido y el licor, usa bondage, lo que resalta el tequila tatuado sobre su pecho; está en la barra y acompaña cada poema con un trago, el que el cliente elija. Soledad Kholé es la más seductora y directa, tanto, que quien accede a sus servicios termina con un pequeño texto en tinta sobre la piel. Leví es un hombre enigmático y confuso, usa una máscara que cubre la mitad de su rostro; es corpulento, tiene cabello largo, rizado, enmarañado: como su personalidad. Inés Viorán parece de otra época; por su recatada forma de vestir y por la rapidez y vocalización con la que habla, da la impresión de ser demasiado seria para ser una puta. Shivá es un joven medio andrógino, con voz delicada, tiene el torso desnudo y viste un gabán negro; usa un arsenal de aromas para seducir a sus clientes. Por último está Roxanne… Roxanne no tiene nada en particular, más que a sí misma. No la logro descifrar.
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El Burdel Poético de Bogotá es un colectivo de performance ambulante parecido a un cabaré francés o a un burlesque victoriano o un vaudeville de los años veinte, pero no es ninguno de ellos. Las putas y los putos crean un personaje, un alter-ego. Escriben su poesía y le susurran al oído a sus clientes lo que quieran oír, o lo que ellas y ellos quieran recitar. Prostituyen sus sentimientos en vez de sus cuerpos, pero en esencia la dinámica es la misma: transan con lo más íntimo que poseen, con su propio ser. La poesía es erótica, hecha para ser leída al oído, para estimular los lóbulos de los hombres y mujeres que quieran salir de la insoportable rutina. No encuentro mejor definición del sexo oral.
La idea de este particular proyecto nació en Nueva York, con el Poetry Brothel, fundado por Stephanie Berger y Nicholas Adamski hace casi una década. En los estudios de su maestría, Stephanie se dio cuenta que la poesía no es un proceso individual, sino que se hace allá afuera, donde la vida ocurre: con los otros. En una entrevista reciente dijo que lo que los poetas hacen es redefinir los conceptos, hacerlos propios, y a través de su experiencia llenarlos de significado “¿por qué no hacerlo con la palabra puta?”.
El experimento fue muy exitoso, pues las prostitutas nunca han sido creadoras de poemas, sino objeto de la poesía misma. Esto fue un manifiesto ante las tradiciones líricas, a quienes hacen la literatura y a todo lo que la sociedad oculta. Sin embargo, la mezcla entre poesía y prostitución no la inventaron con el Poetry Brothel, porque las dos actividades nacieron juntas para coexistir a través de la historia de los hombres: donde hay poetas hay putas, de lo contrario, qué sería de los griegos, de las musas, de los modernos, de Bukowski, de Baudelaire, de los malditos, de la soledad, ¡de Baudelaire!
Kiely Sweatt, una integrante del Poetry Brothel, emigró a Barcelona y llevó consigo la idea para emprender su proyecto independiente. Así nació El Prostíbulo Poético en España, en donde Kiely dejó su pasado como prostituta corriente y dio paso a que surgiera la Madame Eva León. Bajo su tutela pasaron poetas de todo el mundo, entre ellos, Luna Enciso, una colombiana. El proceso se repite, el formato es idéntico, después de un año en Barcelona, Luna o Madame María Melena, hoy dirige un próspero grupo de mujeres y hombres que vagan de bar en bar buscando almas perdidas que consolar.
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El bacanal desenfrenado inició. Las putas se acercan a las mesas y seducen con sus versos a los asistentes, sin ninguna distinción de sexo. Las sonrisas, las cejas levantadas, los ojos cerrados y las expresiones de placer me abordan al posar mi mirada sobre cualquier pared, mesa o rincón oscuro, los mismos lugares que hace unas horas sólo producían melancolía. Ya había canjeado el papelito que me dieron en la entrada por una cerveza y, así, sin más, ya no quedaba cerveza. Me reviso constantemente los bolsillos y aún me queda la ficha de casino roja, lo que significaba que tenía derecho a una lectura, pero aguardo con paciencia: quiero que mi primera vez sea especial.
Ubico a cada puta para elegir la correcta. La Madame leyendo el pasado, Letheo bebiendo algún trago, Soledad escribiendo en algún brazo, Inés hablando en un rincón, Leví abrazando a una mujer mientras le lee desde su celular, Shivá fumando afuera del lugar, y Roxanne… Roxanne no está. Su ausencia llena el recinto, y sin ella se hace más fuerte la necesidad de que su voz acaricie mis oídos, mi alma, mis sentidos. Mientras recorro el bar con mi cámara, olvido que tengo que tomar fotos, que estoy tras una historia, que escribiré una crónica sobre esto, pero solo pienso en Roxanne, la canción sobre una prostituta de The Police:
I loved you since I knew you
I wouldn't talk down to you
I have to tell you just how I feel
I won't share you with another boy
I know my mind is made up
Salgo en su búsqueda. Espero en la puerta del lugar y veo que ella emerge de la esquina del callejón oscuro. Abraza unos papeles desordenados, viste de negro, tiene el cabello recogido y un labial muy rojo. Sus profundos ojos negros revelan residuos de lágrimas y su cigarrillo a medio acabar exhibe la esencia de su alma. Me lleno de valor, y con un ademán le digo que me espere. Busco en mis bolsillos la ficha de casino, y creo encontrarla, pero en vez de eso saco una moneda de 1000 pesos y, luego, la tapa del lente de mi cámara. Me pongo nervioso, ella se ríe y se divierte con mi confusión. Por fin aparece la ficha roja en mi bolsillo trasero y me alivio lo suficiente como para dejarme llevar de su mano. Nos ubicamos tras un árbol y su mirada inquisidora me intimida.
-¿Por qué yo? -me pregunta.
-No sé… sentí una especie de fijación contigo. -mi voz tiembla.
-Mmm ya… A ver ¿qué le leo a usted? -me inspecciona de arriba a abajo.
-Lo que tú quieras. -me dije.
Me responde con una risa, elige un poema y se acerca ligeramente. Estoy tenso, con una mano sostengo la cámara y la otra la tengo entre un bolsillo. Su voz cambia cuando lee, se hace más frágil, y cada verso lo siento temblar contra mí como luna en el agua, como el reflejo nocturno y oscuro de su corazón volátil sobre el mío, como el frío que ya no siento con su cuerpo frente al mío. Me pierdo entre la poesía, a veces no la escucho, sólo siento cómo ella la transmite, no me importa qué me diga, sino cómo lo diga y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y dejarme llevar por su voz que cada vez se hace más intensa, con mayor riesgo de quebrarse. Allí en ese momento nuestras mejillas se juntan y siento cómo cada palabra sale de su boca, como si saliera de la mía también… una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla en mis más profundos deseos.
Termina y me pregunta que cómo me había parecido. No puedo articular más de una frase coherente. Le hablo de que encontré demasiados sentimientos, que realmente había sentido la poesía en mi interior, y le señalo mi estómago alborotado.
-Sabes, ya entiendo por qué se llama Burdel Poético.
-¿Por qué? -me pregunta como retándome.
-Porque uno puede llegar a sentir experiencias muy similares a través de la poesía, incluso más intensas, diría yo… porque, en un momento, cuando me leías y nuestras mejillas se juntaron sentí de todo… si no fuera porque conozco sus límites -de las putas poetas- y sé cuál es su verdadera labor… te hubiera robado un beso.
-Ah, ¿sí? Y ¿por qué no lo hizo? -levanta una ceja y sonríe. Mi corazón está a punto de estallar.
-¿Sí, cierto? Uno nunca pide permiso para robar un beso…
Nos acercamos, cerramos los ojos y el tiempo se congela, sus dulces labios entreabiertos coinciden perfectamente entre los míos, y siento el delicado sabor del humo que se queda perdido entre su boca, un sabor a fruta madura. Toda la poesía que se puede recitar en una vida me la dio en ese beso, un beso que al abrir los ojos ya no estaba porque se había fundido entre el humo del cigarrillo y mis deseos.
Volvemos al bar, cada uno retoma su posición, yo trato de concentrarme en qué historia contar y ella a la espera de algún cliente más. Olvido eso, Roxanne es una puta. Pero pienso que tal vez no me besó Roxanne, la mujer que dentro del bar vende sus versos por 2000 pesos, sino Stefhany, la chica normal que afuera de él quién sabe qué hará. Porque es evidente que para ninguno de los integrantes del Burdel ésa es su labor. Hay desde maestras de primaria hasta estudiantes de literatura. Detrás de esos trajes sugestivos habitan Luna, Laura, Camila, Darío, Eliana, Francisco y… Stefhany. El dinero que consiguen sólo se reinvierte en el mismo colectivo, en talleres, en sus proyectos, en lo que necesiten.
***
Siento que ya me puedo ir, que debo dejar lo que ocurrió como ocurrió y no hacer nada que lo pueda llegar a arruinar. Sin embargo el sabor de sus labios me llamaba por más, me había intrigado tanto esa mujer que necesitaba siquiera volver a verla. Voy y compro otra lectura, esta vez me dan un papel porque las fichas de casino se acabaron. De nuevo el olor del cigarrillo me conduce fuera del bar. Voy a la misma esquina oscura y la encuentro. Le digo que charlemos…
-¿Por qué Roxanne? -le pregunto por su nombre de puta.
-No. No le voy a decir.
-¿Sabe? Tal vez esa respuesta esperaba. Roxanne posiblemente no tenga un origen o una razón de ser… sólo es y ya.
-Ajá, sólo es. ¿Usted sabe que yo tengo más clientes que me esperan?
-Sí, yo sé, pero yo también soy un cliente. -le muestro el papel que me dieron por la lectura.
-Sí, pero es que usted es el que me emboba…
No logro comprender completamente qué quiso decir con eso, pero sólo trato de disimular mi impresión.
-¿Usted se va a quedar más tiempo?
-… no sé. -le respondo tímidamente.
-Espéreme. -me dice sonriendo.