La lluvia no fue un impedimento. El sábado, a las ocho de la mañana, Fernando González, luego de desayunar un potente caldo de costilla, fue a cosechar plátanos, naranjas, tomates y mandarinas para ir al parque central del pueblo, realizar un arco y participar junto a cientos de campesinos en las fiestas tradicionales de Anolaima, la capital frutera de Colombia.
Anolaima es un municipio de Cundinamarca ubicado a 71 kilómetros del sur de Bogotá. Cada año, en junio, se celebran cuatro días de feria en honor al mes del campesino y a la celebración católica del Corpus Christi. Marcado por la música y el folclor cundinamarqués, este evento es uno de los más llamativos del departamento por las carrozas, los arcos y las figuras con frutas y verduras que realizan los campesinos anolaimunos para agradecer por la fertilidad de la tierra.
El día de preparación
Las cuatro vías principales del parque están cerradas. Es sábado en la mañana y desde la noche anterior los campesinos que vienen de las 34 veredas del municipio ya han empezado a hacer las estructuras de guadua para realizar las figuras, animales y objetos con frutas y verduras, de la mejor calidad, que traen de sus propias cosechas.
La Alcaldía Municipal le asigna a cada persona un espacio en las vías que rodean el parque. Incluso, las escaleras de la iglesia se convierten en un lugar para que los participantes ubiquen sus palcos. A esta hora se pueden ver los esqueletos de los animales, los armazones de los carros y las estructuras de las casas hechas de guadua verde y seca. Por donde se camina hay canastas llenas de frutas frescas y verduras, hay cabuyas en el suelo y mallas de colores en las cuales los campesinos colocan sus productos para embellecer a los arcos.
Junto a las voces de todas las personas que están en el parque suena la música. En frente de cada tienda hay parlantes, gente sentada conversando en frente de las puertas, tomando gaseosa o cerveza, trabajando para que el tiempo rinda y esmerándose para que sus estructuras sean merecedoras de un premio.
La elaboración de los arcos es una oportunidad que tienen los anolaimunos de compartir en familia. Niños, jóvenes, adultos y ancianos arman con alegría y dedicación cada figura, pensando en dónde ubicar las frutas para que su trabajo tenga un significado. Fernando cuenta que antes se ubicaban los palcos en la plaza de mercado, pero ahora, se han trasladado al parque central para que los turistas puedan participar y observar el trabajo de los campesinos.
Cada año, la familia de Fernando realiza un arco. Esta la primera vez que él, oriundo de la vereda Montelargo, realiza una estructura con su amigo Yeison Villamil. Yeison recuerda que desde pequeño su padre participaba en las fiestas y él siempre le ayudaba a hacer las figuras. “Para salir de la rutina. Quien no lo arma, se integra viendo”, dice, mientras empaca tomates en la malla roja para llenar las alas de la mariposa que está haciendo junto a Fernando.
Este año hay más de 200 figuras en el parque. Como forma parte de la tradición católica del Corpus Chritsi, aún hay quienes realizan representaciones religiosas. Ese es el caso de Luis Alberto Rivera, que viene de la vereda San Juanito, y lleva 20 años realizando arcos con significado religioso. Este año realizó un cuadro de la virgen María utilizando granos y una camándula hecha con limones traídos de su finca.
Así como hay estructuras imponentes, animales gigantes como bueyes y elefantes, Jeeps Willys hechos de naranjas, chivas a las cuales las personas pueden subirse y tomar fotografías, también hay trabajos de admirar por su dedicación y detalle. Así ocurre con los cuadros hechos totalmente de granos que pueden representar cualquier imagen.
Javier Posada Sánchez tiene 44 años y viene de la vereda La mesita. Desde pequeño realizaba arcos con su familia. Él lleva cuatro años consecutivos participando con sus propios palcos los cuales hace junto a su esposa y sus dos hijos. Este año realizó un cuadro de una chiva de carga, de las que se usan en las veredas del municipio, sobre un arco decorado con naranjas y flores de platanito.
No hay un solo espacio vacío en su obra. Utilizó semillas para pájaros, frijol rojo, negro y blanco, lenteja anaranjada, arroz, alverja verde seca y maíz. “Lo que a mí me gusta es que la gente que viene se lleve una idea de lo que nosotros hacemos en nuestro pueblo, con lo que nosotros trabajamos que es la fruta”, cuenta Javier con mucha emoción, pues él desde temprano se ubica en su puesto para mostrar y explicar su trabajo a los visitantes.
Las noches y los amaneceres
Como la mayoría de las ferias y fiestas en los pueblos, la noche es el momento más esperado. El clima es fresco, no hay necesidad de usar abrigo, aunque muchos visitantes y campesinos van con poncho y sombrero. Las personas caminan alrededor del parque para ver los arcos y tomar fotos. Cada vez se avanza con más dificultad, pues van llegando más turistas y grupos folclóricos tradicionales para unirse a la celebración.
Las personas se sientan en las escaleras y los andenes, se asoman desde los balcones y las terrazas. La tarima se impone en el centro del parque donde se presentan los grupos de danza y música tradicionales. Este año se presentaron las bandas sinfónicas de pueblos cundinamarqueses como Tibiritá, Sopó y Albán, interpretando música típica de la región como el san juanero, la pulla y el fandango. Al son de las bandolas, los tiples y las guitarras, se presentaron las escuelas de cuerdas pulsadas de Guatavita y Anolaima.
Hay gente que amanece bailando. Hay otros tantos que madrugan el domingo para poder apreciar las estructuras de frutas ya terminadas y sacar fotografías antes de que sea cada vez más difícil caminar por las calles del pueblo, pues a las nueve de la mañana la gente que está en el municipio sale con sus familias a recorrer el parque y a comprar los productos que se ofertan en las ferias, desde globos y sombreros, hasta cervezas y cholaos.
Un fructífero final
El lunes, a las diez de la mañana se lleva a cabo la premiación. La Alcaldía Municipal da un reconocimiento económico a todos los participantes, evaluando el tamaño del arco, la cantidad de fruta y el esfuerzo que hicieron los campesinos para realizar sus estructuras. A todos se les da un reconocimiento, mínimo de 50.000 pesos, y el ganador puede llegar a obtener hasta más de dos millones de pesos.
A mediodía el parque, que durante tres días fue un centro de celebración, un escenario y una pista de baile, ahora se convierte en una plaza de mercado inmensa. Los campesinos desarman con prisa sus figuras, bajan las frutas, cortan las cabuyas y se apresuran para acomodar en canastas sus productos y ofertarlos a los visitantes.
La música de las bandas sigue sonando mientras el pueblo tiene todo el movimiento del desarme. Pasan hombres con bultos al hombro, personas con canastillas llenas de fruta la cual ofrecen para compensar el esfuerzo que hicieron con su arco y no perder la cosecha.
La lluvia no fue un impedimento. Las lloviznas nocturnas humedecieron y limpiaron las calles de la celebración. Es lunes festivo, el último día, y Fernando Gonzalez y Yeison Villamil recogen su arco. Ahora, en frente de las escaleras de la plaza solo queda la estructura de guadua. Fernando, contento con su resultado, espera a que llegue el próximo año para participar nuevamente y seguir continuando con la tradición que ha tenido su familia, y su pueblo, desde que él tiene memoria.