Un sábado al mediodía, ingresa Camilo Esteban León Duarte a la sala de urgencias del Hospital Simón Bolívar, tiene dos años de edad y es registrado como Triage 1. Significa que su caso es grave y debe ser atendido de inmediato. La asistencia médica llega 21 minutos después de la anotación sobre su gravedad. Estará hospitalizado hasta la mañana siguiente. Los enfermos de “menor” importancia siguen esperando. En el angosto pasillo de urgencias se escuchan niños llorando y el pedido de socorro por algún hombre ensangrentado. Huele a una combinación entre látex, sangre y ropa vieja.
En uno de los cubículos del Hospital Simón Bolívar de Bogotá está Milly Jenny Gonzalez, asistente de auditoría, tiene 33 años y con frecuencia se dibuja una amigable sonrisa en su rostro. Trabaja de 6 de la mañana a 7 de la noche y de lunes a viernes, ayudando a llevar los registros de eficiencia en la institución. Según ella, la cantidad de ingresos no varía demasiado de un día para otro. “Diría que en el 90% de los días de semana, los registros se mantienen iguales”.
A la pregunta sobre lo que puede hacer variar los indicadores de personas atendidas, la asistente de auditoría responde que los fines de semana puede subir hasta en un 20% la cifra debido al consumo de alcohol. Los viernes en las noches ocurren más accidentes relacionadas con la embriaguez que los demás días.
Pero volviendo a la clasificación triage y la forma en que se reciben los que llegan a urgencias del Simón Bolívar, Milly Jenny Gonzalez se pone más seria. “Según las estadísticas, el tiempo de atención es de máximo una hora, pero la verdad se demora hasta tres horas antes del registro y una hora más para que al fin le den la consulta”, asegura.
La mujer de 33 años asevera que el sistema se encuentra colapsado porque todos se hacen los “locos” y afirma que para poder robarse los dineros públicos,la distribución de medicamentos es obstaculizada con un sinfín de papeleos.
Son las 5 de la tarde en el pasillo de urgencias. Un poco menos de la mitad de usuarios que llegaron al medio día aún esperan por atención médica. De uno de los cuartos asistenciales sale una enfermera transpirando y con el rostro rígido. Hace pasar a un hombre que, a juzgar por su vestimenta sucia con cemento y arena, se luxó la muñeca trabajando en construcción. En este horario el procedimiento se hace más rápido. Quedan menos de dos horas para el cambio de turno, por lo que el cuerpo de trabajadores del Simón Bolívar agiliza el flujo de pacientes, de tal forma que puedan partir a sus hogares tan pronto como termine su itinerario.
Cuando las EPS pasaban por su peor momento financiero, en 2012, Angélica Hurtado, estudiante de derecho en la actualidad, realizaba su servicio social. Con 17 años asistía el trabajo de las enfermeras. Se le preguntó por la experiencia y, como quien habla de algo que prefiere olvidar, relató que en esa época los recursos del hospital eran muy limitados. “Todos los días los trabajadores se quejaban en secreto sobre la plata que no les llegaba”, además de las habituales quejas de los usuarios.
Asimismo, le dijo a Plaza que el célebre hospital es escenario de la violencia capitalina. Angélica Hurtado, narró cómo, en las noches, el INPEC ingresa delincuentes heridos o con problemas psiquiátricos. Están esposados en la angosta sala de espera y se quedan mirando fijamente a las enfermeras que se mueven deprisa para no toparse con ellos.
En 2014, el Hospital Simón Bolívar registró 52.591 consultas por urgencias y un total de 118 muertes a final de año. Sin embargo, para algunos usuarios, dichos números no significan mucho. “Si uno dependiera de la salud pública de este país, ya estaría más que muerta”, opina Rosario Bejarano, una mujer de 72 años que sufre de vértigo, presión alta y problemas en las articulaciones. Prefiere, desde que su situación económica se lo permitió, el servicio privado de salud EMI.
A las 7 de la noche el olor de la sala de urgencias se ha transformado. Por el estrecho pasillo, ubicado en un sótano bajo 8 pisos del Hospital Simón Bolívar, transita un aroma picante a fluidos corporales mal disimulados con límpido. Mientras tanto, una mujer de cabellos blancos y rostro surcado por el tiempo, mantiene su mano en alto desde hace media hora. Sufrió heridas en la mano izquierda que comprometieron los dedos. Está sentada en una camilla con su mano escondida bajo un cúmulo de vendajes mientras espera que le suministren medicamentos. Por el extremo superior de la mano herida, se asoma una gota de sangre. Al parecer ha llegado sola al hospital.
En las otras camillas del pasillo, están tumbados los enfermos que se encuentran en recuperación. Uno de ellos convalece en posición fetal mientras observa la pared con la mirada desorientada. Los demás se esconden bajo las cobijas como tratando de ignorar la realidad.
El cataclismo de las EPS no es una opinión, es un hecho, y el gobierno pretende combatirlo a través de una reforma a la salud. Pero Hugo Hurtado, abogado y contador público especializado en derecho tributario, no piensa que el plan vaya a rendir frutos. “En mi opinión, se trata de otra muestra de la tendencia de nuestros gobernantes a creer que con la sola expedición de una ley ya se solucionan los problemas”, dijo el abogado.
Para él, el verdadero problema de las EPS es financiero “nos encontramos ante un dilema macroeconómico que consiste en la confrontación entre las necesidades ilimitadas en materia de salud de la población y la limitación de los recursos”.
El abogado reafirma su premonición citando el caso de la ley 100 de 1993 que tuvo muy buenas intenciones. Antes de 1993 la salud no era considerada un derecho fundamental sino de segunda generación. La ley 100, propuso catalogar a la salud como derecho de primera generación. Con el tiempo los obstáculos fueron haciéndose más grandes. La realidad sobrepasó los alcances de la ley.
Corre el año 2015. Las quejas siguen, incluso por parte de figuras públicas como el actor Fabio Restrepo que denunció el caso de una señora con cáncer terminal a la que el sistema le negó sus medicamentos.
Probablemente, mientras usted leyó este artículo, llegó una mujer de la tercera edad a una sala de urgencias en cualquier parte del país. Se sentó en una silla que alguien le cedió y aún espero a que le diagnostiquen su caso. Posiblemente esperará una hora más hasta que la anoten en la planilla.
- Triage 1: si su caso es de mayor gravedad y será atendida entre 20 minutos y media hora.
- Triage 2: si es de segunda prioridad y esperará por más de una hora
- Triage 3: su problema será de mínima prioridad y esperará hasta que terminen de atender todos los casos de los otros numerales.