Alguna vez me preguntaron si estaba de acuerdo con pintar las calles o incluso tener la violencia como una opción a la hora de salir a marchar. Mi respuesta fue no. Sin embargo, en un proceso de deconstrucción, me di cuenta de que el privilegio nos hace cegarnos a las realidades, y yo, como mujer, estaba cegada a lo que estaba escondido detrás de un simple graffiti. Desde mi feminismo, no me veo agrediendo, pintando las calles o incluso teniendo acciones violentas contra alguien. Yo no he vivido la violencia de una forma en donde me hayan desfigurado con ácido alguna parte de mi cuerpo, o donde haya sido víctima de una agresión sexual. Soy una feminista privilegiada. Pero ahora estoy segura que el privilegio no me ciega a las realidades que miles de mujeres viven día a día. No critico, ni descalifico la manera en que las mujeres marchan y hacen justicia por sus derechos, porque si me hubiera tocado a mí, estoy segura que haría lo mismo.