La historia, vida y muerte de Alan Paul Bayona es sin duda alguna trágica en todo aspecto. Criado en el Tolima, se caracterizó por sus ganas de salir adelante y el amor incondicional que le tuvo a su madre durante sus 20 años de vida. Recordar su historia significa revivir lo más crudo del conflicto armado en Colombia, significa darnos cuenta que su paso por la Policía lo convirtió en otro hijo de la guerra; y también, que la brutalidad lleva siendo el pan de cada día de los colombianos durante más de seis décadas.
El 16 de enero de 2019, una camioneta cargado con varios kilos de explosivos detonó en el corazón de la Escuela General Santander, al sur de Bogotá. El atentado, atribuido a la guerrilla del ELN, acabó con la vida de 22 cadetes. El mayor de ellos tenía 26 años. Tras el ataque a las instalaciones de la Policía, los familiares de los cadetes -entre ellos María Leyda- se han enfrentado en la lucha incesante de conocer la verdad, pedir memoria para sus familiares y encomendar a la justicia divina que los guíe y les ayude a sanar.
¿Cuál fue la última vez que vio a Alan?
En diciembre del 2018 él salió a vacaciones. Él me dijo “mami, yo quiero que ahora que salgo vacaciones nos vayamos a pasear, a un pueblito y estemos con Pedro (su hermano). Vamos que yo quiero darle algo que usted se merece amita”. No pudimos viajar, él se fue a Ibagué y estuvo allá unos días con sus amigos y mis hermanas; esa fue la última vez que los vio a todos ellos.
Yo viajé al día siguiente al Tolima. Él me llamaba y me marcaba pero no podía contestarle por la mala señal. Él desesperado me decía “¡amita, amita, contésteme, quiero hablar con usted!”. Durante esos días no pude hablar con él. Yo me vine el 16 del Tolima. Lo que más me entristece es que yo no pude hablar todos esos días con él.
El viernes 17 de enero yo lo llame y no me contestó... Tiempo después una amiga de él me dijo que Alan la había llamado (antes del atentado) y le dijo que tenía mucho miedo. Después unos amigos dijeron: “parce, camine a los vestidores a descansar”. Se iban a ir a cambiar. Él les dijo que después iba. Todos los otros se salvaron. Luego hablé con uno de sus amigos y me dijo que apenas entró a los vestidores, sintió la explosión y ya sabían que Alan había muerto.
¿Cómo fue el paso de Alan por la Policía?
Fue muy complicado. Lo levantaban a las tres de la mañana todos los días. Él me decía “amita, ore. Ore para que Dios me de fuerzas y pueda salir adelante. Porque esto acá es muy duro”.
Después de entrar a la Policía duró unos tres meses y luego lo ascendieron. Le colocaron una estrella en su uniforme. El mayor Juan Sierra le decía “¡Alan, acuérdese de su mama, acuérdese! Todo lo que usted haga y va a hacer es por su mamá. ¿Oyó?”.
Él le enseñaba cosas a sus compañeros para que mejoraran como deportistas. Por eso le colocaron en la Policía “el rey de las pistas”. Cuando Alan entró a la Policía tenía una meta fija: ser alguien en la vida. Luego se propuso sacar adelante a su mamá y a sus hermanos. En todo lo que compitió ganó…por ahí tengo las medallas.
¿Es cierto que usted se salió de donde vivían y se fue a trabajar a un restaurante para ayudar a Alan a cumplir sus sueños?
Sí. Yo quería darles el privilegio que yo no tuve y quería que Alan fuera exitoso. Me vine a trabajar a restaurantes de Bogotá para ayudarles. Uno como madre hace todo para que sus hijos salgan adelante. Pero los gastos siempre fueron gigantes: uniformes, exámenes, transporte, admisiones… Dios es tan grande que a mi hijo no le hizo falta nada ni en la vereda donde vivíamos ni en la Policía.
¿Cómo se enteró de la explosión y de la muerte de Alan?
Ese viernes no trabajé, tenía que ir al sur de Bogotá y tenía que pasar por la General Santander. Cuando pasé por la Escuela vi eso lleno de Ejército pero no me preocupé y dije “mi hijo está bien, Dios me lo guarda”.
Después me llamó una sobrina y me dice que hubo un atentado en donde estaba Alan, ahí me empecé a inquietar. Todos hablaban de eso y ya fue creciendo mi preocupación. Cuando llegué y vi esa escuela toda destruida dije “¡Dios mío!”.
Yo empecé a gritar y decir “¡déjeme pasar, yo tengo un hijo acá adentro!”. Le rogaba a un militar pero no me dejaba pasar, como pude me escabullí.
Ya estando adentro llamaba a mi hijo y no me contestaba… ahí empecé a sufrir. Yo empecé a decirles a todos “yo soy la madre de Alan Paul Bayona”. Todos me decían algo diferente, que estaba bien, que estaba en algún hospital, que lo tenían aislado, que estaba escondido; pero ellos ya sabían que había fallecido. Fui hasta a la capilla a averiguar, y nada. Cogí a un cadete que estaba por ahí, lo agarré de la corbata y le dije “¡Usted me va a decir dónde está mi hijo! Es Alan Paul Bayona, todo el mundo lo conoce, así que usted me va a decir donde está”, se quedó mirándome y agachó la cabeza, y yo apenas vi eso dije en mi cabeza “¡mi hijo murió!”. Yo tenía la esperanza de que mi hijo se hubiera escondido, o salido corriendo.
Como a las seis de la tarde, nos llamaron a todos los papas, y decían uno por uno acerca de sus hijos. Me llamaron y me dijeron que mi hijo había muerto. Yo sentí que se me había acabado la vida, que la tierra me comiera, yo gritaba “¡señor! Yo no voy a resistir esto”. Después de Dios estaba mi hijo que yo amaba tanto, mi hijo era tan joven, tenía tantas metas, tantas ilusiones. Es el golpe más terrible que le pueden dar a una madre. Él solo quería servirle a la policía, a Colombia, quería dar amor al que lo necesitaba… pero no se le cumplieron los sueños.
Familia de Alan Paul Bayona en su funeral. Enero de 2019. @Tomás Tarazona
¿Cómo nació el gusto de Alan por el atletismo?
Desde chiquito todo lo hacía corriendo; los favores, los mandados, todo. Corra y corra y corra. Hubo una vez que se hizo un concurso que reunía a todo el municipio de San Luis (Tolima). Recuerdo que el profesor convocó a todos los niños del municipio; a Alan le gustó y participó. Recuerdo que en esa competencia participaron unos 150 niños, y el único que siguió perseverando fue mi hijo.
¿Cómo era la vida de Alan cuando comenzó a hacer atletismo?
Le tocaba muy pesado. Mientras que entrenaba también le tocaba estudiar y trabajar, pues no teníamos los recursos necesarios. Nunca tuvo descanso. A Alan no le interesaba que no hubiese dinero. Si no había dinero para irse de la casa al estadio donde entrenaba, él se iba a pie. Él siempre me decía: “amita, yo quiero sacarla a usted adelante a través de este deporte que me gusta”
¿Cómo fue la infancia de Alan?
Me da nervios contestar… Alan nació en una familia humilde conformada por sus hermanos y yo. Nació en Bogotá y luego nos fuimos a vivir al Tolima. Él hizo sus estudios allá en el Tolima, siempre tuvo excelencia académica.
¿Cómo recuerda a Alan?
Era un joven que tenía muchos sueños. Él quería ser piloto de la Policía o guardia del presidente. Así como iba, Alan llegaría a ser una gran persona.
Él me decía: “quiero ser el mejor deportista del mundo” el admiraba a un tal Bolt, y tenía una carpeta con fotos y recortes de él. “Yo la voy a sacar adelante mami, vamos a lograr muchas cosas amita”.
Cuando lo regañaba y le decía que no peleara y no contendiera con nadie, él me bajaba la cabeza y me decía “bueno amita”. No solo lo recuerdo yo así, su profesor de la Policía mucho después me dijo que Alan tenía un gran corazón y gran humildad.
¿Cómo es su vida ahora?
Mi vida hoy no sigue siendo la misma de antes, se llevaron lo que yo más amaba. Se llevaron mi confidente, mi amigo, la persona que me daba amor y comprensión. Después de que mi hijo se fue, nada es igual; se llevaron la mitad de mi vida. Dios me ha hecho entender que nosotros tenemos que partir un día.
Llevaré a Alan en mi corazón hasta que Dios me llame a cuentas, pero algún día estaremos en el cielo y reiremos. Aquí no importa el dinero, una vida vale más. Seguiré luchando para llevarlo en mi corazón. Tengo que salir adelante porque no me puedo quedar ahí estancada, la vida sigue. Tengo que luchar por mi otro hijo. Yo no tengo rencor contra nadie, no odio a nadie. Lo digo de todo corazón.
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Alan logró cumplir lo que siempre quiso en su vida: sacar adelante a su mamá y a su hermano Pedro. Con el dinero con que el Estado indemnizó a Leyda, ella se pudo comprar una casa propia y se dedicó a trabajar en iglesias y a educar a Pedro. Día tras día, Leyda recuerda las últimas palabras que su hijo Alan le dijo antes de morir: “¡amita, yo no quiero que usted sufra más! Quiero que tenga la vida que se merece, sin trabajos humillantes. Lo único que Leyda quiere de aquí en adelante, es que su otro hijo, Pedro, salga adelante y que el nombre y logros del rey de las pistas nunca se olvide.
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