El terror a envejecer: el ideal de la “eterna juventud” en la mediana edad

Viernes, 31 Octubre 2025 17:10
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Envejecer debería ser plenitud, pero la violencia estética convierte la madurez femenina en invisibilidad, ansiedad y riesgo de depresión.

 

 

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  • Coautor 1: María Alejandra Villamil Ramos

Por años, la juventud ha sido convertida en una especie de moneda de cambio que regula la valía social de las mujeres. A medida que se acercan a la mediana edad, el espejo no solo refleja arrugas o canas: refleja también un mandato estructural que dicta quién sigue siendo visible y quién empieza a ser excluida. Esta presión no es individual, sino cultural y profundamente estructural.

La antropóloga Claudia Margarita Cortés explica que las prácticas de belleza funcionan como “tecnologías de control del cuerpo, pero también como tecnologías de control del tiempo”. Según ella, la industria y la cultura popular instauran una idea de que el envejecimiento es un error que debe corregirse. “Los productos antiedad y la cosmética correctiva refuerzan una falsa idea de que el tiempo es una enfermedad a tratar”, advierte Cortés.

El mercado laboral cuando se “agota” la juventud

La violencia estética funciona como un mandato estructural, un conjunto de reglas no escritas que dictan que la relevancia de las mujeres se desvanece al perder juventud. Más del 70% de las mujeres mayores de 50 años reporta sentir una presión intensa por ajustarse a los estándares de belleza, según la Asociación Estadounidense de Personas Jubiladas. Aunque ya no exista la expectativa social de la maternidad, sí persiste la exigencia de la juventud, recordándoles constantemente que envejecer se paga con invisibilidad.

El cine ha encontrado un espejo para retratarlo. La película de terror corporal La Sustancia (2024) lo dramatiza: una actriz pierde su trabajo por su edad y, desesperada, recurre a un químico que le devuelve temporalmente su versión joven. El mensaje es claro: envejecer no solo duele en el cuerpo, duele en la aceptación social. “Cuando a una mujer se le transmite que su valor profesional depende del parecer joven o de cumplir con estándares estéticos, muchas veces imposibles, eso afecta profundamente su autoestima”, explica Alejandra Urdaneta, psicóloga de la fundación Renacer. El mensaje constante de que “envejecer es fracasar” se convierte en una voz interna que mina la confianza.

En el mercado laboral, esta violencia es tangible. Según un estudio de la Universidad del Rosario, ocho de cada diez mujeres entre 50 y 54 años enfrentan barreras estéticas para conseguir o mantener trabajo. En Colombia, la discriminación se materializa en comentarios sobre “baja capacidad intelectual” o presiones para que abandonen sus cargos.

Salud mental: el tránsito hacia la mediana edad

La violencia estética no siempre proviene del entorno externo: se interioriza. “Lo que empieza como un comentario externo, termina convirtiéndose en una voz interna que guía cómo se siente una con su cuerpo”, dice Urdaneta. Cortés coincide y agrega que la violencia estética “se comienza a internalizar casi desde el momento en que nos enseñan que la belleza es algo natural en las mujeres”. Esa pedagogía temprana del cuerpo femenino, según ella, “actúa como una especie de entrenamiento para mirar cómo el cuerpo termina siendo un objeto”.

Con el tiempo, las decisiones dejan de ser libres. “Muchas de las decisiones estéticas dejan de ser por gusto propio y empiezan a estar marcadas por la presión de cumplir con un ideal”, dice Urdaneta. Cortés advierte que esa presión se disfraza de elección: “Esa violencia estética se vuelve más sutil porque se disfraza como de unas pautas de libertad o de cuidado personal. En realidad, no es una cosa de cuidado: es una exigencia estructural que define quién está y quién no está”.

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En México, la prevalencia de depresión en mujeres mayores de 60 años alcanza el 7,4%, más del doble que en los hombres de la misma edad. La vejez, en un mundo que mide a las mujeres por lo que dan y no por lo que son, se convierte en un terreno fértil para la soledad y la autocrítica. El envejecimiento femenino no solo enfrenta la violencia estética, sino también la crisis de lo que se considera “utilidad social”. Muchas mujeres han sido valoradas históricamente como cuidadoras: madres, hijas, esposas que sostienen y atienden a los demás. Cuando ese rol cambia, surge una fuerte sensación de invisibilidad y vacío. “Esto afecta la salud mental de las mujeres porque empiezan a preguntar ‘¿Quién soy yo si ya no cuido a nadie? ¿Qué valor tengo si ya no soy indispensable para otros?’”.

La industria estética: el lucro detrás de la “eterna juventud”

El sistema de belleza, señala Cortés, convierte la apariencia en una obligación estructural: “La belleza se ha vuelto un mandato más que un deseo”. Ese mandato sostiene un sistema económico que se alimenta del miedo a envejecer. “La industria de la belleza se alimenta justamente del miedo a perder la juventud, del miedo al deseo de permanecer igual, del miedo a la negación de la transformación”, afirma. Este sistema se sostiene en la medicalización de la belleza, donde el cuerpo “parece ese lugar que se debe intervenir constantemente en busca del bienestar”. El botox, dice Cortés, “ya no es un lujo, sino parte del mantenimiento”.

Cada peso invertido en esta carrera por la juventud no solo refleja la presión social, sino que reduce la seguridad financiera de las mujeres a largo plazo. La industria global de la apariencia factura cifras gigantescas. Solo en Estados Unidos se gastan anualmente 300.000 millones de dólares en productos y servicios relacionados con la estética, más de dos veces el presupuesto aprobado para el funcionamiento de Colombia en 2024.

Envejecer: un acto de resistencia

Para Cortés, el cuerpo femenino se ha convertido en “un campo de batalla donde se cruzan consumo, culpa y poder”. Las arrugas, dice, “no son vistas como parte del estar, sino como desarreglos”. En ese contexto, envejecer sin ocultarlo se convierte en un gesto político, una forma de desobediencia cultural.

Envejecer debería ser un derecho a la plenitud, no una condena a la invisibilidad. El reto es cultural y estructural: desmontar el mandato de la juventud eterna, reconocer el valor de la experiencia y construir referentes donde la madurez femenina sea sinónimo de fuerza, sabiduría y legitimidad. Porque envejecer no es fracasar: es existir, seguir contando, seguir estando. Y esa es la belleza más radical que puede sostenerse en tiempos de violencia estética.

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