Una enfermedad llamada 'tricolor' en el primer partido de Colombia

Martes, 19 Junio 2018 10:21
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Si me preocupa mi selección, me hace doler el corazón y las piernas me flaquean en cada jugada, ¿cómo no se le puede llamar a esto enfermedad?

 

Con goles de Shinji Kagawa y Yuya Osako, Japón consiguió su primera victoria en los Mundiales ante un conjunto sudamericano. Además volvió a ganar en este certamen después de ocho años.||| Con goles de Shinji Kagawa y Yuya Osako, Japón consiguió su primera victoria en los Mundiales ante un conjunto sudamericano. Además volvió a ganar en este certamen después de ocho años.||| Foto: AFP|||
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Todo ese día comienza temprano: Caracol Televisión empieza su transmisión desde Rusia a las cinco de la mañana. Sí, a las cinco de la mañana, porque nos llevan siete horas de ventaja; aun así, las tiendas madrugan, los hinchas también. Me levanta el sonido de una vuvuzela a las cuatro de la mañana, aturdida pensé que podría haber sido la caída de algo en mi casa, pero no, mi vecina de siete años salía con la camiseta amarilla, azul y roja. 

En mi casa todo seguía oscuro, solo un pequeño rayo de luz se filtraba por la ventana y me hacía pensar en la poca luz al final del túnel que había para Colombia en Brasil 2014. Después de tener un inicio de eliminatoria desastroso, estábamos sin director técnico y con las esperanzas en el piso. Pero ese pequeño rayo de luz que nos llegó tenía nombre: José Néstor Pekerman. Él nos salvó y, como el rayo de sol de mi ventana, despertó nuestra hambre de ganar.

El parque estaba desierto, no había ni una persona en la cancha y me sentía sola en el mundo. Quizás así de solo se sintió Falcao cuando supo que no iba a Brasil, quizás así se sentiría la defensa colombiana unas horas después sin Carlos Sánchez y, quizás, así se sentirán los futbolistas cuando la hinchada no los apoya. Un hombre corrió a mi derecha, interrumpiendo mis pensamientos, con la cara pintada, gritaba como si no hubiera mañana: “confirmado, mamá, Quintero juega por James”. Juan Fernando Quintero supliría a un grande nuestro, ese muchachito que fallaría algunos pases horas después y que, al parecer, era el favorito de la madre de ese hombre. La mujer se emocionó como si ya hubiéramos ganado y se entró cocinar, o eso dijo. Creo que ellos también sufrían de la enfermedad llamada “tricolor”.

Una punzada cruzó mi estómago, me obligó a sentarme y volver a rastras a mi casa. Llegando a mi conjunto, el celador entre lágrimas me indicó que íbamos perdiendo 1-0. Narró mejor que cualquier comentarista la jugada: Japón habría entrado en un contraataque, Ospina tapó y, en el rebote, Sánchez cometió un penal, dejándonos con diez en la cancha. El hombre lamentó profundamente ese resultado, un panorama gris para la Sele y triste para la hinchada. Cuando entre al apartamento todo seguía casi igual: nadie conmigo, mi hermana dormida y el partido sonaba al fondo. Al sentarme a desayunar, el televisor indicaba la sustitución de Cuadrado por Barrios y, quienes lo anunciaban, estaban molestos. Creo que su enfermedad llamada “tricolor” no los preparo anímicamente para lo que venía.

Siempre me pregunté ¿qué sentiría un jugador al cobrar un tiro libre decisivo? Nervios, inseguridad, temor o excitación; este martes concluí que eran todas las emociones juntas. La lengua afuera de “Quinterito” lo comprobaba. Fabricó un gol donde no lo había, un gol que pasando por debajo de la barrera japonesa al minuto 37, nos devolvió la esperanza y ratificó porqué nos llamamos “verracos”. El VAR lo tuvo que revisar, pero aun así no hubo duda, habíamos vuelto y eso, que faltaban 45 minutos de acción, para contraer la enfermedad llamada “tricolor”.

El entretiempo se pasó demasiado rápido, ni siquiera pude lavar los platos y ya marcaban el reinicio del encuentro. Japón empezó fuerte y, con justa razón, tenía en su poder un hombre de más. Un error de Davinson me puso a sufrir, pero Ospina tapó y “tu, tranquilo”. Al minuto 57, el partido inició para James y se terminó para el autor de nuestro primer gol. Juntos entrenaron en la misma escuela de pequeños y, esa felicidad de Quintero al irse, dejó claro que estaba contento con el cambio. Los comentaristas se dedicaron a criticar el juego de Colombia, Japón atacó muy fuerte los primeros minutos y nuestra defensa cerrada lo contuvo. Creo que la enfermedad llamada “tricolor” de todo el país tenía sed de más.

A los 73, tal y como lo predijeron, el equipo asiático marcó otro y el sombrío 2-1 nubló mi mente. El cabezazo de Osako, se sumó a la indecisión de Arias y Ospina no pudo. Quince minutos para hacer historia, quince minutos para cambiar la historia y quince minutos para corregir errores. Aun así, no bastaron para lograr el empate y nos estrenamos en Rusia perdiendo. Un David llamado Japón, que venció al Goliat de Colombia. Mi corazón no podía de la tristeza, pero que se le puede hacer. Así es el fútbol, así es el juego y solo queda una cosa que decir: que se tenga Polonia porque aquí va esta enfermedad llamada “tricolor”.