Revisando las redes sociales en el celular, una de las cosas que más llaman la atención es la cantidad de imágenes de helados, waffles, postres, hamburguesas, ensaladas y demás, mostrando lo popular que se ha vuelto el llamado ‘foodporn’. La necesidad de compartir el placer de una comida deliciosa con los demás se ha vuelto un fenómeno creciente en plataformas como Instagram.
Pero esto no se queda únicamente en las redes sociales en internet. Detrás existen diferentes razones por las cuales las personas lo hacen. La principal es que comer está relacionado con socializar. Por eso, compartir es probablemente la primera reacción que tenemos al ver una comida visualmente apetecible.
“La comida, por más cotidiana que se vuelva, tiene un encanto natural que llama la atención”, expresa Daniela Flórez, estudiante de periodismo que suele compartir fotos de platos frecuentemente por las redes, dándole magia a un acto antes rutinario. “Quería mostrarle a las personas que son cercanas lo que realmente me hace feliz: comer, sentir, contar…”, comenta.
Es ahí donde la estética de la comida juega un papel importante. Pero no siempre fue así. Dándole una mirada al pasado de la Universidad del Rosario, los colegiales entre los siglos XVIII y XIX tenían una dieta estricta que la institución hacía que cumplieran. Papa, yuca y maíz no eran permitidos: eran vistos como alimentos de los nativos y no adecuados para los estudiantes. Asociada al ‘pecado capital’ de la gula, la comida era una de las partes menos importantes del día, según cuenta la arqueóloga e historiadora Cecilia Restrepo Manrique, en su texto “La alimentación en la vida cotidiana del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario”.
Hoy en día se suele apreciar más el placer de comer. En la universidad, la alimentación es muy diferente ahora. Todos tienen la libertad de elegir qué es lo que quieren y en donde lo quieren comer. Esta misma libertad, según la filósofa Carolyn Korsmeyer, hace que relacionemos el sabor con algo efímero, que se desvanece fácilmente. Cuenta la autora en su libro “El sentido del gusto: comida, estética y filosofía”, publicado en 2002, que es a través de una foto que eternizamos la estética del alimento. Es como si el placer de comer se pudiera guardar.
“No puedo negar que a veces las fotos de los restaurantes influyen en mi decisión de visitarlos o no (¡una vez casi me pierdo de una hamburguesa deliciosa porque sus fotos en redes sociales eran muy feas!)”, admitió la bloguera de comida Estefanía Angueyra. Ella tiene un blog en el que sube reseñas de restaurantes de Bogotá llamado La Pobre Viejecita. Además a esto, mantiene un feed (lo primero que la gente ve al entrar al perfil) en Instagram bastante activo, donde publica fotografías de lo que come casi semanalmente.
La imagen ha jugado un papel importante porque el hecho de que un plato se vea apetitoso no quiere decir que tenga buen sabor, y viceversa. Ver las fotos de los restaurantes por internet es algo que puede afectar la decisión de ir o no ir a comer allá. La filósofa Carolyn explica que eso pasa porque se requiere confianza antes de comer, ya que estamos introduciendo algo externo a nuestro cuerpo. La comida tiene que lucir apetecible para que esto funcione.
Por ejemplo, hay un curioso helado llamado Taiyaki. Originalmente es un postre japonés que tiene forma de pargo rojo, se asemeja a un waffle y está relleno de frijoles dulces, pero ahora lo sirven en forma de helado. Es decir que en vez de un cono, tiene únicamente la forma de la cola de pez. Esto visualmente te llena de expectativas. Inmediatamente el sentido del gusto reacciona en tu cabeza y automáticamente lo comes con los ojos. Cuando lo pruebas, sin embargo, es un helado común y corriente. Toda la euforia e ilusión que tenías por comerlo se desvanecen.
El apetito visual puede ser una fantasía que bien se cumple o no. Puedes salir totalmente satisfecho porque las expectativas que tenías por el alimento se dan tal cual como tu mente imaginó. O puede ocurrir todo lo contrario, que el sabor del plato no sea lo que esperabas y te frustres.