El invaluable legado del fotoperiodista Héctor Fabio Zamora

Martes, 11 Abril 2023 15:46
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Hace un año, el 11 de abril del 2022,falleció uno de los más reconocidos reporteros gráficos y profesores de Colombia, dejando un vacío no solo en la academia, sino en el corazón de su familia, colegas y estudiantes.

El fotoperiodista Héctor Fabio Zamora es el autor de la foto que inspiró el mural de 'El beso de los invisbles', en el centro de Bogotá.||| El fotoperiodista Héctor Fabio Zamora es el autor de la foto que inspiró el mural de 'El beso de los invisbles', en el centro de Bogotá.||| Julián Espinosa|||
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No llegó a la primera clase. “El profesor se llama Héctor Fabio Zamora, ganó el Premio de Periodismo Rey de España en 2009, un premio Simón Bolívar en 2020, entre muchos otros. Está de viaje haciendo un cubrimiento, lo van a conocer la próxima sesión”, nos dijeron. Era una descripción muy vaga para dar a conocer a ese gran maestro a sus futuros estudiantes.

Se hizo esperar una semana para presentarse al que sería su último grupo de estudiantes, algunos de los cuales estaban un tanto desmotivados, pero con muchas expectativas de la clase de Fotoperiodismo. Esa misma sobre la cual se rumoraba que te cambiaba la vida o te devolvía la fe en la profesión.

Héctor Fabio llegó al salón aquel viernes en la mañana y cuando entró con ese paso firme pero parsimonioso, el ambiente se transformó. “El profe” emanaba un aura de respeto y tranquilidad incomparable.

Comenzó a contar sobre su trayectoria profesional e hizo énfasis en que lo menos importante de su carrera eran sus premios, porque sobre todos ellos, había primado un deseo genuino de ayudar a las personas y transformar sus vidas, a través de su gran pasión: disparar una cámara.

 
 
 
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Por más de una década, fue aquella auténtica benignidad la que capturó a cada uno de sus estudiantes de la Universidad del Rosario. De sus ojos brotaba un destello esperanzador cuando veía que sus alumnos, o más bien “colegas”, como él solía llamarles, aprendían a ponerse en los zapatos del prójimo y cuando salían de su zona cómoda para darle reconocimiento a un desconocido.

En otras palabras, cuando a través del visor de la cámara, lograban ver el mundo con ojos de servicio, como solía repetir.

En sus clases, cuando obturaba aquella máquina de retratos y enseñaba algún truco como pintar con luz o usar el flash para duplicar un mismo personaje, se extasiaba. Parecía que se convertía en niño otra vez y su buen humor era contagioso.  Su enseñanza jamás fue una cátedra, se esmeró en que fuera una suerte de aglomeración de colegas en la que se compartían secretos del mundo de la fotografía y se aprendía practicando y recibiendo críticas constructivas.

El profe fue un ser humano abnegado y quiso dedicar siempre su conocimiento a todas las personas. Elsa Victoria, su esposa, entre risas, evoca algunas anécdotas en las que el gran fotógrafo no podía guardarse un consejo y abordaba a cualquier persona con ese carisma que solamente él poseía, como aquellas veces en las que veía a alguien en la calle tomando una foto y sin vergüenza alguna, iba a sugerirle una estrategia para poder lograr una mejor toma: “Agáchate”, “así no se coge el celular, mejor cógelo así”, “este ángulo es el más adecuado”, son unas de las tantas enseñanzas que dejó a desconocidos.

 Así también lo recuerda César Melgarejo, pupilo y colega con quien compartió en el diario El Tiempo, el que le abrió las puertas desde 1998. Melgarejo disfrutó de primera mano de su compañerismo, de su humor donairoso y de sus inigualables reflexiones sobre el sentido de la vida. No se le olvida la reacción de su mentor aquel día de marzo de 2022, cuando César reveló que había sido merecedor del Premio Rey de España por su fotografía “resistir” en el paro nacional, en la que una tanqueta del ESMAD disparaba un fuerte chorro de agua a un manifestante.

 
 
 
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En su mente no había lugar para envidias ni recelo, por el contrario, le brincaba el corazón de orgullo al saber que uno de sus colegas había sido premiado. El profe le dio un caluroso abrazo, lo felicitó y fueron a celebrar al tradicional restaurante “Sopas De Mama Y Postres De La Abuela”, cerca de la redacción del periódico. En la memoria de sus camaradas solo queda enmarcada la vivida imagen de la mirada de orgullo de Héctor Fabio, alrededor de un buen plato de comida, uno de los placeres más grandes de su vida.

Esa fue otra de las facetas del fotógrafo, el frenesí que le producía una buena comida era una anotación siempre presente cuando contaba alguna de sus ocurrencias. A los estudiantes siempre nos recalcó la importancia de aprender a comer de todo, y sobre todo a agradecer a la mano amable que preparaba los alimentos.

En su tiempo ejerciendo se topó con la cara más siniestra de la humanidad: la guerra, el narcotráfico y la pobreza, y aunque todo parecía trágico, constantemente la vida le demostraba que, en medio del caos, también existía amor y bondad, pues hasta en los lugares más recónditos de Colombia, siempre hubo alguna persona que le ofreció un plato de comida sin esperar nada a cambio.

“Muchachos, tenemos que mostrar lo bueno de nuestro país”, decía exhaustivamente, mientras mostraba imágenes de comunidades indígenas en medio de la selva, aletas de ballenas jorobadas en el pacífico, besos apasionados en la plaza de Bolívar y los paisajes más icónicos. Se veía un tinte de tragedia en sus ojos usualmente sosegados, cuando hablaba de aquellos periodistas que por vender más o por tener la mejor foto olvidaban la esencia del oficio, que, según él, era retratar las diferentes realidades con el fin de ayudar o dar conocer lo bueno.

Era enfático al explicar que, como profesionales, es esencial presenciar las más grandes tragedias y las acciones más desgarradoras y brutales de los seres humanos, pero siempre debía hacerse enmarcado en la empatía y el sentimiento, jamás desde el morbo y el amarillismo.

Tal como lo hizo incontables veces, con su fotorreportaje ganador del premio Simón Bolívar en el que un funcionario de la fuerza pública pateaba bárbaramente la cara de una manifestante que iba en bicicleta. Con amargura y desaprobación por dichas acciones, y a través de su arte, hacia un reclamo a la sociedad colombiana, a la Policía y al Estado.

Su hambre de justicia era motivada por su ferviente anhelo de que las personas pudieran ponerse en la piel del otro y ser empáticas con la situación. Tal vez sea esa una de las pocas razones por las cuales el profe podía enfadarse. Melgarejo, su compañero, cuenta que, aunque casi siempre mantenía la calma, en algunos cubrimientos terminaba dando serios sermones de papá a otros fotógrafos que querían acaparar todo el cubrimiento: “Hermano no te nos metás en frente, hay campo para que todos podamos lograr la foto, estamos todos haciendo la misma labor, no hay que ser egoístas”, le dijo alguna vez a un hombre empedernido en ser el único que conseguiría la foto de un político.

No era solamente un hombre ejemplar en el ámbito académico, sino también en el familiar. Fue padre adolescente a los 17 años, y con el sudor de su frente sacó adelante a cuatro hijos: Guadalupe, Jacobo, Juliana y Daniel. Elsa Victoria, madre de Guadalupe y Jacobo y compañera de Zamora por más de dos décadas, llena de fortaleza, pero con la voz quebrada, agradece por la vida de su marido y por haberlo rodeado de amor hasta su último aliento. Siente que es la mujer más afortunada del mundo por haberlo amado y por haber sido ella la merecedora de su más genuino amor.

Entre viajes, trabajo en la redacción de El Tiempo, muchas clases por dictar e incluso los 300 kilómetros que separan a Manizales de Bogotá, Elsa y Héctor se sostuvieron la mano en cada momento. Los altos y bajos que vivió la pareja, solamente sirvieron para estrechar su vínculo, cada piedra en el camino fue un recordatorio de que, en palabras de su esposa “ese hombre, sin ser perfecto, era de otro mundo”. La responsabilidad, la honestidad, la confianza y el amor infinito caracterizaron a este personaje en su vida privada tanto como en la pública.

Pasó su vida estando obsesionado con sus hijos, y a pesar de que en ocasiones su trabajo le impidió gozar de su presencia física, no desaprovechó ninguna oportunidad para profesarles su amor de todas las formas inimaginables. Todo el tiempo apoyaba a Jacobo, de 18 años y estudiante de Arquitectura; fue su gran pilar en las noches de trasnocho universitario y su inspiración para siempre darlo todo. Y con Guadalupe, de cuatro años, compartió el amor más puro y perpetuo, fue su consentida y el retrato favorito del lente de su cámara.

El 9 de abril viajó a Manizales para el cumpleaños de su pequeña, se regocijó un fin de semana con la compañía de quienes más lo aman, y el 11 de abril fue llamado de este plano terrenal y abandonó su cuerpo físico, pero, sigue vivo en el corazón de su familia, colegas, estudiantes y allegados. Elsa dice que pese a que siente que tiene el alma rota, está profundamente agradecida, porque sus creencias le aseguran que dejó la vida de manera justa, como lo merecía, sin sufrimiento y en la dulzura de su hogar.

A Guadalupe, su mamá le explica todos los días que Dios llamó a su papito al cielo porque no se aguantaba las ganas de pasar tiempo con una persona tan ejemplar, para disfrutar de su ternura y buen humor. Esas son las historias que permitirán que el gran Héctor Fabio siga viviendo en la memoria de su familia.

Los momentos inmortalizados con su cámara y sus enseñanzas de calidad humana, no son únicamente un legado que deja, son el motor y la motivación de sus pupilos para continuar con la labor que el inició. Cualquier persona que se haya encontrado con el coleccionista de momentos perfectos, tiene una lección de vida que jamás será borrada.

Seguirá viviendo en los sueños de Elsa Victoria, en dónde ella lo invita a que en su próxima vida sea un poco más egoísta y se dé tanta felicidad a el mismo como la que le dio a los demás; en las creaciones arquitectónicas de Jacobo, en las historias que escucha Guadalupe antes de dormir sobre su papá comiendo pizza hawaiana en la luna; en las miles de imágenes firmadas con su nombre que quedaron impresas en el periódico El Tiempo; en cada fotografía tomada por sus colegas y en cada acto de servicio de los futuros fotoperiodistas de Colombia.

 En homenaje a Héctor Fabio Zamora Pabón, para muchos un ángel en la tierra y la viva imagen del lema que profesó siempre: “Quien no vive para servir, no sirve para vivir”.