La Plaza de Rumichaca: vestigios de un patrimonio en ruinas

Martes, 24 Septiembre 2024 19:39
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El lugar de congregación en la localidad de la Candelaria fue demolido en 2023 tras años de deterioro y nula intervención para su cuidado.

Foto del espacio donde solía estar la Plaza Rumichaca||| Foto del espacio donde solía estar la Plaza Rumichaca||| Santiago Camargo Ruiz|||
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Sobre la Carrera Tercera Este yace un espacio baldío, solo fantasmas de lo que algún día fue un punto de encuentro para comerciantes, campesinos, habitantes del sector e incluso turistas quienes gozaban de desconectar del caos citadino en esta estructura reconocida como patrimonio cultural por Instituto Distrital de Patrimonio Cultural (IDPC). Ya son dos años sin la presencia de la vieja y agitada plaza que daba vida a toda una localidad. Solo los vestigios de este lugar permanecen sobre esta vía que a unos cuantos metros se encuentra con la mítica Iglesia de Egipto.

Justo enfrente se distingue una fritanguería donde se reúnen los habitantes que pasan sus tardes y fines de semana jugando en una cancha de microfútbol. Allí los jugadores sacian su sed con cerveza y otros licores. Es un lugar frenético, justo como lo solía ser la plaza los domingos: las frutas, legumbres, pescado y carne se vendían de muy buena forma.

La fachada recibía a los compradores con unas rejas verdes y paredes de ladrillo. Un techo hecho de tejas de barro le daba un aspecto colonial. Contaba con una gran cantidad de mesones hechos de ladrillo y cemento divididos por columnas que marcaban la propiedad de los puestos de cada vendedor, además de una disposición muy específica: a la izquierda, las cocinas, fama y pescadería, a la derecha los baños y completando el cuadrado perfecto que era la plaza, estaban los puestos de vendedores. En sus años mozos, el lugar alcanzó a albergar 125 puestos de mercado.

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El puesto que se encontraba a primera vista era el de la señora Rosa Quiroz, un puesto amplio y semejante a un desfile por los colores de las frutas y verduras que vendía. Era una cantidad ingente de estos productos que decoraban y daban vida a los aburridos puestos grises. Ella solía permanecer sentada en su silla esperando por compradores, ofreciendo fruta en cosecha y pesando en su báscula las libras vendidas. Gallinas correteaban y revoloteaban sin rumbo fijo, desorientadas como peces fuera del agua en medio del bullicio, lejos del corral. Pero algo que definía la esencia de este mercado era la mezcla del aroma de la tierra remanente en los costales y el penetrante hedor que emanaba, evocando las tradiciones rurales que moldearon a Bogotá.  

Otro de los que vivió la plaza fue Pedro Rodríguez. Él junto a su esposa tenían un puesto donde vendían frutas y verduras. Pedro nació en Bogotá y según él ha conocido casi todas las plazas de la ciudad, pero la conexión que tenía con Rumichaca era especial. Recuerda cuando se les entregó este lugar, en el año 1986, después de que los desalojaran de la plazoleta de Egipto, lugar que solía ser un mercado popular. Muchos de los padres o abuelos de los vendedores de Rumichaca empezaron su labor en la plazoleta hasta que les ofrecieron este punto, tal como a un pueblo se le ofrece la tierra prometida.

El principio del fin

Pero la estructura, que permaneció por casi 40 años en pie, empezó a notar el deterioro propio de las construcciones capitalinas. Tristemente, las quejas no se hicieron escuchar lo suficiente y una de las plazas más icónicas de la capital, en uno de los barrios más tradicionales, quedó reducida a un simple recuerdo por culpa de los malos manejos de la que fue víctima por casi toda su existencia. Los trabajadores no tuvieron más opción que renunciar a su espacio tradicional para buscar suerte en otros lugares.

Pedro recuerda vívidamente cuando la demolición empezaba a asechar el lugar: “cuando había daños venían personas de la alcaldía y nos dijeron que iban a ayudar a buscar algún aporte, pero no vinieron. Con el tiempo se siguió cayendo y no respondían por nuestra vida ni por la de los compradores, entonces nos tocó salirnos y armar carpas para seguir vendiendo”. La plaza fue clausurada e invadida de cinta perimetral que anunciaba la precariedad de la estructura, fuertemente golpeada por el invierno bogotano de 2022, que aparece cada tanto con una fuerza inclemente. 

Rumichaca parecía un paciente terminal, muriendo lentamente y deteriorándose silenciosamente sin que las autoridades prestaran atención a su decadente situación. Todo llegó a un punto de quiebre en noviembre de 2023, se les comentó a los comerciantes que tenían que derribar ciertas partes del techo por la seguridad de todos, pero no se quedó solamente en eso: una excavadora de oruga, con el tamaño perfecto para entrar por la puerta del frente de la plaza, se instaló y desde adentro destruyó todo reduciendo el patrimonio a escombros.

Pedro atesora un video de ese momento como la última carta de despedida que tiene de la Plaza de Rumichaca. En su celular, busca con dificultad estas últimas fotos del lugar. Sus manos hinchadas y redondas, testigos de su arduo trabajo, recorren la pantalla del móvil y con una voz melancólica, diferente al tono tosco que suele manejar reflexiona con los ojos entrecerrados: “esto era muy chévere, se vendía bueno”, refiriéndose a su amada plaza.

Existe poca certeza entre los exvendedores de la plaza sobre lo que pasará con el espacio que dejo la demolición. Algunos han dicho que se puede convertir en un centro de recreación, un parque, una galería de restaurantes y artesanías. Mientras tanto, pocos vendedores y campesino, alrededor de ocho, se congregan todas las mañanas de los domingos como en tiempos anteriores a Rumichaca en la plazoleta de Egipto: sin carpas, sin mesas y con el temor de ser desalojados por invadir el espacio público.

La Plaza de Rumichaca una historia de un pasado glorioso, un presente triste y penoso y un futuro incierto. Una historia de negligencias que acabaron con un patrimonio cultural e histórico de Bogotá y que afectó a todos los residentes de este recinto comercial.

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