A sus 88 años, Aurelio Sánchez recuerda con lúcida memoria aquel 9 de abril de 1948. Para ese entonces, tenía 22 años de edad y se hallaba a pocas manzanas del lugar donde Gaitán cayó. 66 años después, don Aurelio vive alejado del bullicio capitalino y guarda con profundo recelo un pañuelo untado con la sangre del líder político. Al momento de hablar de aquel día, su voz se fragmenta, y por más que intenta disimular la nostalgia sus ojos delatan su profunda tristeza.
P: ¿Conoció a Jorge Eliécer Gaitán?
D.A: ¡Pero claro que sí! Le estreché la mano varias veces. Era un verdadero caballero, claro que con un temperamento fuerte. Siempre se le veía bien vestido, era muy elegante. Por algo le dirían “El Jefe”. Gaitán era un hombre intachable, y ese sí que unió a godos (conservadores) y a cachiporros (liberales).
P: ¿Usted era liberal o conservador?
D.A: Mi familia era muy liberal, pero yo me volví gaitanista desde el primer momento en que escuché un discurso del “Jefe”. Es que eso sí que era una maravilla. Ahorita los políticos gritan es por hacerse los verracos, pero ¡qué va a ser! Si hoy el buen político no existe, esas ideas se quedaron en el siglo pasado. Ahorita sí que entre el diablo y escoja… (risas)
P: ¿Qué pasó el 9 de abril de 1948?
D.A: ¡Ay Virgen Santísima! Más bien pregúnteme qué no pasó. Ese día Bogotá parecía el mismísimo infierno. Yo estaba frente al hotel Regina, que para ese entonces estaba en la Séptima con Jiménez, yo repartía periódicos cuando de pronto escuché unos tiros. Al principio pensé que había sido alguna otra riña por política, como mataban por matar, no le paré muchas bolas. Sin embargo, cuando fui a mirar, la gente estaba alebrestada, eso parecía que hubiesen visto al mismísimo diablo.
Entonces me acerqué para ver a quién le habían dado. Me metí por entre toda esa mano de gente, y cuando veo que se estaban llevando al doctor Gaitán en un taxi…(pausa) ay Dios mío… ahí me reventé en llanto. Entonces la gente que estaba en el lugar donde “El Jefe” había caído, estaba limpiando con sus pañuelos los rastros de sangre que habían quedado por la acera, yo hice lo mismo. Estaba aún tibia y más personas se iban acercando para untar lo que tuviesen a mano con la sangre de Gaitán. Después las personas pusieron una bandera de Colombia encima. Ese pañuelito todavía lo tengo, es como una reliquia para mí porque es la sangre de un hombre santo.
Pero lo fregado fue después. Mientras ocurría eso, la gente se ensañó contra el asesino, lo llevaban arrastrado por toda la Séptima. Los emboladores le daban duro en la cara con sus cajas de embolar. Ese pobre cristiano quedó deforme. Yo iba ahí, atrasito del señor que lo iba arrastrando. Todos gritábamos: ¡A Palacio! Y fue cuando toda la gente empezó a romper vitrinas, a saquear y a matar a quien se le atravesara…
P: ¿Y usted qué hacía mientras pasaba eso?
D.A: Pues unirme a la turba enfurecida. ¿No ve que ese era mi deber?
P: ¿Por qué era su deber, Don Aurelio?
D.A: Porque habían matado al padre de Colombia, y eso sí que debía vengarse. Yo no le puedo negar que en ese momento de rabia tremenda, uno comete muchas bestialidades. Resulta que mientras estábamos caminando hacia Palacio, un tipo intentó asaltarme con el machete, yo del susto agarré mi cuchillito y lo pinché. Después salí a correr, pero vaya a saber Dios cómo habrá quedado ese hombre. La joda era que si no hacía eso, hoy no le estaba contando el cuento (risas).
P: ¿Qué imágenes se le quedaron grabadas el día del Bogotazo?
D.A: Uy mijo: los edificios quemados, el montón de hombres muertos que se regaban por todas las calles, los robos, los gritos, la humareda tan tremenda por la quema del tranvía… mejor dicho… y todo por la muerte de un hombre… lo que le digo mijo, Gaitán era un santo.