Como salidos de un cuento de fantasía, los dibujos pintados en la fachada de un edificio del barrio La Candelaria, en Bogotá, saltan a la vista por el colorido de sus trazos. Construida sobre la calle más empinada del Chorro de Quevedo, Casa Locombia ha hospedado por más de 11 años a artistas de todo el mundo.
El hostal de tres pisos, vecino de la Plaza de la Concordia y de los Cerros Orientales, es cuatro veces más grande de lo que parece desde la acera. Cuenta con un pequeño teatro, una cocina que comparten con gusto y 12 camarotes repartidos en seis habitaciones. Casi todas sus paredes están pintadas de un color diferente. Los cuartos mantienen un fuerte olor a incienso y a menudo aparece entre las sombras algún habitante caminando despreocupadamente en calzoncillos.
Casa Locombia es conocido por la comunidad como ‘La casa del circo’, pues cirquero callejero que llega a la zona, cirquero que pasa al menos una noche en esta antigua casona, que recibe entre fiestas, títeres y malabares a los nuevos invitados. El nombre también se ha popularizado porque sus administradores son profesores de circo y artes escénicas en Teatro de Sueños, un modesto teatro ubicado en cercanías de la vivienda bajo la dirección de ‘Santi’ Martínez, un barranqueño de 64 años, largos cabellos plateados y enorme sonrisa amarilla.
Familiar es tal vez la palabra para describir la convivencia de la fonda. Para desayunar, almorzar y cenar, los huéspedes recolectan el dinero suficiente para que todos coman, así hayan llegado ayer o lleven diez años durmiendo en sus desgastados camarotes.
Juan Puello, un tamborilero de Cartagena, comienza el día enguayabado después del recibimiento de dos equilibristas chilenos. ‘El Chongo’, como llaman a Puello porque lleva su cabello con un estilo afro, lleva cerca de dos años visitando la posada porque según él, es de los pocos lugares en los que se aprende diariamente de un nuevo arte junto a una cerveza o un rato entre amigos. Malabaristas, músicos, trapecistas, artesanos y un sin número de artistas, enseñan desinteresadamente a los demás comensales el secreto de sus oficios.
Afanado porque va tarde a un ensayo de tamboras, ‘El Chongo’, quien dicta clases de percusión los miércoles en Teatro de Sueños, amarra rápidamente los cordones de sus zapatos deshilachados junto al vehículo de la casa. La carnavalesca furgoneta del siglo pasado permanece estacionada mientras Juan Carlos Castillo, fundador de este espacio cultural, aborda su dinosaurio de lata y enciende el motor.
Castillo creó Casa Locombia para que los artistas del barrio La Candelaria compartieran lo “bonito” de su arte callejero. Hoy, 11 años después, dicho espacio ha sido el principal impulsor de Circo Cuenta Teatro, un colectivo artístico que se presenta bajo el padrinazgo de Castillo con el fin de dar a conocer el talento local.
Angélica Martínez, residente de La Candelaria y amiga de ‘Santi’, cuenta que el viejo teatrero debe estar explicándole a un nuevo grupo de estudiantes cómo manejar un títere tamaño persona en uno de los salones de Teatro de Sueños. Angélica vende dulces en un extremo del callejón más concurrido del Chorro y conoce a los cirqueros de Casa Locombia porque según ella, la mayoría del barrio los distingue y recomienda sus funciones.
Son las siete de la noche y ‘Santi’ cierra la puerta de su teatro, guarda las llaves del candado en el bolsillo izquierdo de su pantalón y cuenta que le agrada la vida en ‘La casa del circo’, pues allí siente que después de una década se mantiene la unión y la solidaridad del albergue.
Casa Locombia es un hostal en el que se pagan 15mil pesos la noche, pero si algún viajero requiere hospedarse y no cuenta con el dinero, a cambio puede cuidar la puerta, hacer el aseo o cocinar luego de que entre todos recojan la ‘vaca’ del festín.