Al medio día, en la Carrera Séptima del centro de Bogotá, entre la multitud y el ruido, se encuentra Isabela Ordóñez Cárdenas. Sentada en un pequeño banco negro, con una guitarra acústica sobre sus piernas, interpreta melodías de música clásica y boleros. A diferencia de muchos otros artistas callejeros, esta chica de 15 años no toca canciones con el objetivo principal de recoger dinero. Hace su breve concierto con agrado y mantiene la ilusión de mostrar su talento a las personas que cruzan frente a su particular escenario: la calle. Delgada, con el cabello oscuro al borde de sus hombros, usando ropa sencilla color negro y un pequeño atrapa sueños en su oreja, Isabela recorre los trastes y cuerdas de su instrumento.
Lleva tres años de formación musical, ha tomado clases con un maestro colombiano de la Universidad Nacional y actualmente cuenta con el apoyo de una maestra argentina para seguir estudiando música. El amor por el arte la hereda de su padre. Él es un dibujante y caricaturista callejero quien, a pesar de su reconocimiento en esta área y los premios obtenidos por su talento, acompaña a su hija en las presentaciones callejeras. Juntos han recorrido América en un pequeño auto y planean seguirlo haciendo en un futuro no tan lejano. Los famosos viajes de mochileros son uno de los propósitos que tienen. Este año Isabela también está estudiando inglés y, a mitad de año, se graduará de un colegio virtual. Con ello, planea emprender su carrera musical por el mundo.
Todos los días de 11 a 2 de la tarde, después de su clase de yoga, la joven se dispone a emitir música a través de las cuerdas de su guitarra. En este espacio se vuelve la protagonista y parece que las melodías que la acompañan en sus manos llenan el interior de Isabela quien al finalizar cada canción levanta la mirada y deja aparecer una leve sonrisa en su rostro. Varias veces se ha enfrentado a escenarios profesionales, aun así ella cuenta que la sensación de presentar su talento espontáneamente en las calles es aún más satisfactorio. Es por esta razón que decide adornar la séptima con su talento y así continuar con el ejemplo que le da su padre.
La guitarra color marrón sobre sus piernas parece ser una extensión de su cuerpo. Mientras toca se aísla del mundo que la rodea. Su mirada se posa únicamente sobre las manos que recorren los trastes con gran agilidad. Al lado derecho, en un pequeño gorrito, la gente da voluntariamente un aporte a su talento. Pasados 15 minutos, está ya al tope de billetes y monedas. Recibe este aporte con humildad y agrado. Son con estos recursos que viajará por el mundo con su padre dentro de unos meses. La satisfacción de tocar en las calles va más allá del valor monetario que logra recolectar día a día. La joven considera que aunque allí, en las calles, haya una gran variedad de personas y reacciones es también el lugar donde se encuentra el público más sincero y atento.
Actualmente reside en un apartamento en el Centro de Bogotá con su madre y su padre. Isabela es hija única y lleva tan solo tres meses de muestras artísticas callejeras en este país. La idea de optar por este escenario poco convencional surgió en su viaje de cuatro meses a Machu Picchu (Perú). Allá su padre realizó una exposición con sus caricaturas y cuadros en las calles y le pidió que le acompañara tocando música clásica latinoamericana. Según cuenta este es el inicio de su carrera como guitarrista, no se ve en otra cosa diferente a esta profesión. Por ello, quiere mejorar sus técnicas y dominar aún más a su guitarra compañera.
Isabela no considera necesaria la formación universitaria para ser profesional y quiere continuar con su método de aprendizaje personalizado a través de maestros. La música es su pilar de vida y como bien lo dice: “A mí no me importa dónde ni como sea, a mí lo que me gusta es siempre tocar mi música con la guitarra y mejorar en eso”. Los nervios desaparecen siempre y cuando se enfoca en cada una de las notas de las canciones que elige tocar en la calle. Mientras invierte en su carrera como guitarrista, el violín y el piano quedaron en un rincón de su pasado.