“Atención, algo terrible ha pasado en Colombia, a nuestro amigo y colega Jaime Garzón lo asesinaron”: Aída Luz Herrera, periodista de CM& el viernes 13 de agosto de 1999.
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A las 5:30 de la mañana, prendiste tu camioneta Jeep Cherokee para dirigirte a tu trabajo en Radionet. Te quedaban 10 minutos de vida. Muy cerca de tu destino, a tres cuadras, en el semáforo de la carrera 42B con calle 22F una motocicleta de alto cilindraje se detuvo al costado derecho de tu camioneta. “¡Jaime!”. La última palabra que escuchaste. Eso y, seguramente, el sonido de los cinco disparos calibre 38 que los hombres del vehículo te propiciaron en la cabeza y el cuello. Por instinto, tal vez, aceleraste tu camioneta y te estrellaste contra el poste de la esquina más cercana. Estabas muerto. Todavía tenías el cinturón puesto, pero tus órganos vitales ya no funcionaban. Es irónico pensar que, a pocos días del hecho, decías: “Todos los días uno se prepara para morir: que quede bien elegante. Y ya avisé a la Fiscalía que una cosita de oro que tengo acá se la devuelvan a mi mamá, que no se la vayan a robar. Y en Medicina Legal, que tengo unos zapatos quemados porque si se los roban, pues qué carajo”. Todo el país lloró.
Tu estilo, desde que asististe a clase en la Universidad Nacional, nunca cambió. Saco y corbata, pantalón de paño, medias escocesas y mocasines. Cabello negro, lentes gruesos y, como decía tu hermano, tuviste un pogo dental. Siempre viste a Colombia como un país contradictorio. Nadie te calló. Ni siquiera esos, quienes no se pueden describir con buenos adjetivos. A Pablo Escobar le dijiste: “¿De qué te sirvió iluminar barrios enteros si ahora siembras el terror en los hogares más humildes?”. Tu miedo nunca fue morir. Alguna vez expresaste tus ‘verdaderos temores’: “A mí no me da miedo que me maten, a mí me da miedo es que me dejen como a don Navarro Wolf”.
La noticia se esparció muy rápido, nadie lo podría creer. No, no era posible que hubieran asesinado a Jaime Garzón. Cuando el amor de tu vida, Gloria Hernández (o la Tutti, como le decías) se enteró, pegó un grito que se escuchó por todo el apartamento. En cada casa, oficina y universidad del país hubo un vacío. Se sintió impotencia, rabia y, sobre todo, una gran tristeza. Los retenes de la Policía no dieron espera, estaban requisando y verificando los antecedentes judiciales de cada motociclista. Ese 13 de agosto, cuando el CTI recogió las pruebas, miles de personas se acercaron, cada uno con velas y flores. El dolor estaba vivo.
Ese día Gloria Hernández, sin parar de llorar un segundo, dijo: “Jaime vivió casi cuarenta años como si hubieran sido ochenta. Así fue. Casi no dormía. Aprovechaba cada instante. No tenía tiempo de detenerse”. En Radionet, donde trabajabas, fue algo espantoso. Yamid Amat, tu colega, te vio muerto en la camioneta, se descontroló. Cuando llegó a la emisora gritaba: “¡Mataron a Garzón, lo mataron!”, todos lloraron, se abrazaban y se tomaban la cabeza. Confusión, lágrimas y rabia infinita. El noticiero de CM& solo habló de ti: homenajes y videos de tus personajes (Heriberto de la Calle, Émerson de Francisco, Néstor Elí, Godofredo Cínico Caspa). Cesar Augusto Londoño, uno de tus amigos, debía presentar los deportes: “Cuando terminó la sección, la despedí como todos los días, pero con un sentimiento que no pude controlar: ‘Hasta aquí los deportes… ¡país de mierda!’, exclamé. Mi mano derecha bajó con fuerza y golpeó la mesa. Un intenso silencio invadió el estudio, y mis colegas, con sus miradas lastimeras, acompañaron mi soledad”.
Fuiste un personaje muy particular. Guerrillero, alcalde de Sumapaz, defensor de la Constitución, aviador fallido, amante de las mujeres, piloto de carreras, buzo, navegante y jinete. Siempre concebiste la libertad como el más preciado de los principios humanos, por eso intercediste por los secuestrados. Por eso te mataron. Por eso y porque tenías una virtud que en Colombia suele ser vista como un defecto: decir la verdad. Siempre supiste cuál era la solución: “Nadie podrá llevar por encima de su corazón a nadie, ni hacerle mal en su persona aunque piense y diga diferente: con ese artículo que nos aprendamos, salvamos este país”: Jaime Garzón.