Hay una puerta azul que separa a más de 1.800 mujeres del resto de la ciudad. Es grande, muy grande, como de 4 metros de alto y está incrustada en un muro de piedra gris, manchado por la humedad, aún más grande. Antes de llegar a esa puerta se ha tenido que pasar por una calle larga mal pavimentada; al lado izquierdo, un muro de color verde descolorido. Desde afuera todo parece tranquilo, hasta solitario, nada avisa que al cruzar la puerta azul se cruza también el límite que existe entre libertad y detención. Aunque tal vez por eso los colores sean tan tristes y aburridos, tal vez es a propósito que han decidido opacarse y mancharse, como para hacer alegoría.
Pero adentro, aunque las paredes y las rejas son blancas -de un blanco que hace mucho no se pinta-, se empiezan a ver colores por todas partes. Hay nueve patios, unos con más reclusas que otras, unos con hacinamiento, otros no. No a todos los patios se puede entrar, informa el funcionario del Inpec, tampoco se pueden tomar fotos porque hay que cuidar la intimidad de las reclusas, evítese problemas con ellas y con los guardias.
En el patio al que sí se puede entrar, especialmente guardado para los periodistas, hay un edificio de 4 pisos con alrededor de 10 celdas en cada uno. Estas celdas dan a una especie de balcón que sería balcón del todo sino fuera porque está cercado por rejas en donde se cuelga la ropa recién lavada de las casi 300 mujeres que ahí viven. Y es precisamente esa ropa la que da color al lugar, no hay prendas oscuras –o muy pocas-, la mayoría son de colores vibrantes y por momentos da la sensación de estar en un San Andresito, el mismo ruido, la misma exhibición, tan poco espacio.
No hay ventanas en las celdas, hay un hueco en la pared cubierto con un pedazo de vidrio y unas cuantas barras, pero eso no es una ventana, porque las ventanas se pueden abrir y ese hueco no permite ni que se le vea directamente de lo alto que está. Tal vez por eso el olor, porque no tiene por donde escaparse, no encuentra por donde irse entonces le toca quedarse ahí así no quiera, así nadie quiera. Y ni es capaz de escaparse por la cancha de basquetbol que sí es abierta, no se va porque eso sería fuga y da más años en el encierro, entonces obedece y se queda, sin importar qué.
Pero no es así en todos los patios, porque en el 8 solo habitan 11 mujeres, y tienen beneficios que ninguna de las demás tiene. En el patio 8 no hay que colgar la ropa fuera de las celdas porque, según una investigación de Las2Orillas, hasta lavadoras hay. Ahí no hay hacinamiento. Hay corrupción, claro, pero nada más. En ese patio no hay edificio porque las reclusas viven en una suerte de casas fiscales con ventanas y baño privado -de ahí el olor sí se fuga-.
En toda Colombia hay un total de 8.482 reclusas. En la Regional Central, que comprende los municipios de Cundinamarca, 2.698. En el Buen Pastor :1.808. Es decir, casi el 70% de la población de mujeres presas de la Regional Central se sitúa allí. El 70%. Más de la mitad, mucho más, y la capacidad real es de solo 1.275 personas. Eso deja en evidencia que existen 533 personas -como usted y como yo- que viven hacinadas en un edificio financiado por el Estado.
El porcentaje de hacinamiento en las cárceles del país es de 54,9. En la Regional Central este número se reduce casi a la mitad y resulta el mejor de los escenarios para el que está próximo de ser puesto tras las rejas: 29%. Una última cifra, tan necesaria como las anteriores, en el Buen Pastor es del 41,8%. Inferior al nacional, sí, muy superior al promedio de la regional en la que se ubica, tristemente. Pero hay una diferencia, tal vez, fundamental para muchos que creen que el castigo de una vida indigna es justo para un delincuente. Aquí viven niños. Y viven niños menores de 3 años que no es lo mismo. 15, de hecho. De ellos son los únicos que se puede afirmar inocencia sin ninguna duda e, igual, viven hacinados y lo único que el Estado les propicia es una guardería, a lo mucho, aceptable.
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El Comité Internacional de la Cruz Roja se dedica a realizar visitas a los detenidos del país desde 1969 con el fin de dar recomendaciones al gobierno nacional. Llevan advirtiendo sobre el hacinamiento y las malas condiciones de infraestructura de las cárceles casi el mismo tiempo y todo sigue igual.
Para celebrar sus 100 años de trabajo con presos del mundo, lanzaron, precisamente en Colombia, una campaña que busca generar conciencia en el resto de los ciudadanos sobre la humanidad de los que están privados de la libertad. No es casualidad que hayan decidido realizar la campaña aquí, el CICR tiene la intención de mostrarle a los colombianos lo que saben y deciden ignorar: somos humanos adentro y afuera.
Deborah Schibler, líder del proyecto de detención del Comité Internacional de la Cruz Roja, quien lleva visitando sitios de reclusión desde hace 8 años en todo el mundo, considera que la diferencia entre una cárcel de mujeres y una de hombres es abismal. No por las problemáticas, porque en resumen en ambas son lo mismo, sino por el ánimo. Dice que en una prisión de mujeres la violencia no se percibe, dice que es como estar en el patio de un colegio femenino en donde sí las dejan maquillar.
El 93,3% de los delitos del país son cometidos por hombres, de esos la mayoría están relacionados con homicidio, hurto y porte ilegal de armas. Violencia explícita, si hay que llamarlo de alguna manera. El 6,7% de los delitos restantes son llevados a cabo por mujeres y, en su mayoría, se vinculan al tráfico de estupefacientes y concierto para delinquir. De ahí que el ambiente sea diferente, si es que casi todas las detenidas lo son por delitos que, según Schibler, podrían ser excarcelables. No ve el peligro, ve necesidad y ambición.
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Muchas están en el patio, unas solas, otras acompañadas. Hay muy pocas en la guardería y otras menos en la peluquería -porque en El Buen Pastor hay peluquería-. Todas están maquilladas, se quieren ver lindas y se nota. Se supone que hay un uniforme beige con hombreras de color naranja pero no se ve por ningún lado, todas tienen puesta la ropa que no está colgada en las rejas. Son mujeres sobre todas las cosas, son mamás y esposas, son hijas y algunas serán amantes y otras solteras, pero mujeres sobre todas las cosas.
Entrar al Buen Pastor es sentir la diferencia entre libertad y detención, es verse obligado a aceptar que hay derechos que se nos deben garantizar a todos sin importar qué. Es enterarse de que 1.808 mujeres deben hacer fila desde las 3:00 de la mañana para poder bañarse antes de que corten el agua a las 6. Es no escuchar nombres. Todas son internas a voz de los guardias y amiga o princesa a voz de las demás detenidas. No solo se pierde la libertad, no solo se les limitan los derechos, además se olvidan de su nombre.
Se escucha de una de tantas que no se puede permitir volver, que el mayor aliciente es estar ahí -no usa la palabra aliciente, pero eso es lo que quiere decir-, y ojalá. Ojalá no vuelva y salgan muchas más con ella antes de que otras entren, a ver si se baja el hacinamiento, a ver si también dejan de entrar niños.