La pandemia obligó a cesar actividades en las escuelas y equipos de fútbol infantil desde mediados de marzo del 2020: Jugadores, entrenadores y padres de familia han tenido que adaptar los entrenamientos e incluso las competencias que se estaban llevando a cabo cumpliendo las medidas de bioseguridad que exigen las autoridades. Sin embargo, esto ha generado afectaciones a nivel económico, así como a la salud de los menores de edad que entrenaban en las escuelas de formación deportiva.
Alejandro Sanabria es uno de los fundadores de la escuela de fútbol infantil Bubamara Monserrate, la cual, antes de la pandemia llegó a tener 80 jugadores de edades entre los cinco y los 15 años. Para él, la pandemia ha causado estragos irremediables a nivel económico en los equipos infantiles: “Actualmente estamos trabajando con 20 niños, muchos no regresaron y otros fueron llamados por otras escuelas”.
Bubamara Monserrate se creó en 2015 como un proyecto para apoyar a niños de escasos recursos a alejarse de los peligros de la calle y usar su tiempo libre entrenando. Según cuenta Sanabria, al principio no se cobraban los entrenamientos, para facilitar el acceso a más menores. Con el tiempo, se empezó a cobrar una mensualidad de 40 mil pesos, para cubrir costos como los espacios deportivos y el material.
Pero con todo lo ocurrido recientemente, ha sido poco el apoyo que le han podido brindar a los niños, pues los entrenamientos se han realizado intermitentemente y con muchas restricciones. “Hay papás que no entienden y se enojan porque no programamos entrenamientos. Así mismo, hay padres que no envían a sus hijos a entrenar cuando se puede porque le tienen pavor al contagio”, Relata el entrenador de Bubamara. Por consiguiente, se encuentran en una encrucijada, ya que no pueden brindar el servicio óptimo como lo hacían antes de la pandemia y hay padres de familia que se disgustan por el aplazamiento de los entrenamientos. Esta compleja situación le ha traído afectaciones a nivel económico a los clubes.
Falta de fútbol, falta de dinero
“Yo soy ingeniero ambiental y no vivo de esto, vivo para esto. Sin embargo, tenemos profesores que sí viven de entrenar. Ellos han tenido que trabajar a la vez para otras escuelas y a algunos les hemos tenido que colaborar con mercados, por la situación”, explica Alejandro Sanabria frente a los impactos que ha tenido la pandemia en la economía de entrenadores de muchos equipos como Bubamara, que han visto una baja considerable en las inscripciones de jugadores.
Medardo Bustos, actual profesor de la categoría sub-11 A, del club Caterpillar Motor de Bogotá asegura que la pandemia ha llevado consigo un incremento de trabajo y una reducción de ingresos. “Por la situación, el club decidió reducir a la mitad las mensualidades que los jugadores tienen que pagar para entrenar. De la misma manera, el salario de los entrenadores también se nos redujo a la mitad”, reseña además que para el año 2021 el costo de la mensualidad no se incrementó, por lo tanto, los sueldos tampoco lo hicieron.
Sin embargo, otros entrenadores corrieron con peor suerte. “Categorías completas de jugadores desaparecieron en el club, sobre todo los de mayor edad. Los entrenadores de esas categorías se quedaron sin trabajo, pues ya no había jugadores a los que dirigir”, asegura Medardo. Por esa misma razón, los profesores de fútbol tuvieron que idear actividades para mantener a sus jugadores motivados a seguir entrenando en medio del aislamiento obligatorio.
En el caso de Bustos, habló con padres de familia y jugadores tratando de tener un seguimiento de los entrenamientos de los menores. Igualmente, inventó competencias de técnica, que consistían en poner a prueba las habilidades de los niños de su equipo frente otros equipos, incluso de otros países como Argentina o Costa Rica; todo desde la virtualidad. Así logró que ninguno de sus jugadores faltara una vez se pudo volver a los entrenamientos presenciales.
Se juega a medias
Por obvias razones, cuando se pudo volver a realizar entrenamientos de manera presencial, en los meses de octubre y noviembre del 2020, se tuvieron que adoptar medidas especiales para reducir la posibilidad de contagio entre los jugadores y sus acompañantes.
“Nosotros estamos entrenando por cajones, demarcados con cintas en el pasto. Cada jugador ocupa su cajón y no debe salir de allí”,explica Alejandro Sanabria sobre el método de entrenamiento que está llevando a cabo con su equipo, que tiene jugadores que rondan entre los 4 y 6 años de edad. Además, agrega que en ningún momento los entrenadores se acercan a los niños, los jugadores y profesores deben usar su tapabocas y se evitan prácticas como la hidratación en grupos, o hacer sonar el silbato.
El entrenador de Bubamara comenta que “los niños, al ser tan pequeños, son inquietos e intentan empujarse o agarrarse. Nosotros tenemos que hablar con ellos y explicarles que el virus es como gotas y se esparce en el aire”. Al ser una categoría de jugadores tan jóvenes, no son necesarios muchos ejercicios en grupo, que impliquen contacto con otros, más bien, se hacen trabajos de fundamentación técnica.
De hecho, según cuenta Alejandro, ya hubo un caso de un niño contagiado de covid-19 que fue a entrenar presencialmente, por lo que tomó medidas de urgencia: “Tuve que hacer el cerco epidemiológico. Como los entrenamientos están siendo grabados, pudimos establecer quiénes habían estado en contacto con el niño y avisarles. Estuve llamando a cada niño todos los días para saber si se encontraban bien de salud”.
Sin embargo, equipos como el sub-11 de Caterpillar Motor, que son un poco mayores y tienen un nivel de competencia, han tenido que tomar otras medidas. “Al principio, en los entrenamientos presenciales se hacían ejercicios individuales. Con el tiempo, se fue abriendo el espacio para realizar trabajos en grupo, pero siempre con el tapabocas puesto”, afirma el entrenador del equipo. Bustos agrega que, para que los jugadores no se sientan asfixiados, se hacen turnos de respiración activa sin la mascarilla, pero de manera aislada.
Su equipo ya ha tenido la posibilidad de jugar algunos partidos amistosos e incluso entraron a un torneo con otras escuelas. “En los partidos se deja elegir a los jugadores si quieren o no llevar el tapabocas puesto, pues es un nivel de exigencia es mayor al de los entrenamientos”.
Sandra Piñeros, madre de Nicolás, jugador de 9 años del equipo Bubamara Monserrate, también cuenta las preocupaciones que ha tenido del regreso y las medidas que la han tranquilizado para enviar a su hijo a entrenar. “Al principio me daba miedo enviarlo, sin embargo, con las medidas como no compartir aguas con otros niños, o tener cada uno sus implementos marcados, me dio más seguridad”.
Poco ejercicio, problemas de salud para los niños
Al haber pasado tanto tiempo sin hacer actividad física considerable, como lo estaban haciendo antes de la pandemia, los pequeños jugadores han presentado afectaciones en su salud, tanto física como psicológica. Incluso, les ha costado recuperar el estado de forma en el que se hallaban compitiendo antes de los aislamientos obligatorios.
“Un niño de doce años regresó pesando 57 kilos, que para un cuerpo tan pequeño es excesivo”, afirma Alejandro Sanabria con preocupación. “Parece que en el encierro lo pusieron a jugar Playstation y no se alimentó adecuadamente. Cuando se dieron cuenta, el niño tenía sobrepeso y el médico les dijo que, incluso, tenía riesgo de sufrir un infarto”.
El tema de los videojuegos parece un factor común de preocupación entre padres y entrenadores. Medardo Bustos afirma que, debido al aislamiento, muchos jugadores adoptaron hábitos poco saludables con estos aparatos, y ahora se debe trabajar para separar un poco a los niños de las consolas de vídeo.
Sandra Piñeros, cuenta cómo fue el cuidado y los efectos de un parón de actividad física en los niños del equipo de su hijo: “La actividad que mi hijo ha hecho desde los cinco años es el fútbol cada fin de semana. Antes de la pandemia tenía un muy buen estado físico. Cuando volvieron a entrenar, mi hijo y sus compañeros llegaron con algo de sobrepeso”. Menciona además que a los niños les fue difícil permanecer activos porque no había mucho espacio en las casas y las actividades del día a día no les permitían realizar ejercicio.
Para Nicolás también fue evidente el deterioro de su estado físico a causa del encierro. “Me sentía muy cansado y no podía correr como antes”. También se sintió mal anímicamente durante el encierro, pues no volvió a ver a sus compañeros con los que entrenaba, “La mayoría de mis compañeros no volvieron. Al principio me sentía triste porque no los iba a volver a ver”.
Alejandro, Medardo y Sandra concuerdan en que la actividad física es muy importante para los niños y niñas, y que el hecho de volver a las canchas les da un respiro y algo de tranquilidad, pues también les hace falta interactuar, así sea de lejos, con otros menores. El estado de ánimo de los niños mejoró un poco cuando volvieron a ver a sus compañeros y entrenadores, y pudieron volver a jugar fútbol.
Por su parte, los entrenadores, además de la situación económica, se quejan del hecho de no poder entrenar con sus jugadores, pues es una actividad que también disfrutan y lo hacen con total entrega. “Uno lleva muchos años haciendo esto, y cuando tiene que parar así, se empieza a poner mal de salud. Esto para mí no es un trabajo”, señala Sanabria.
Por ahora, con el tercer pico de la pandemia en curso, Bubamara Monserrate tuvo que volver a cancelar sus entrenamientos presenciales, y la categoría sub 11 de Caterpillar Motor, dirigida por Medardo, sigue haciéndolos entre semana, a espera las nuevas medidas de control de contagio. Mientras tanto, jugadores, entrenadores y padres siguen esperando el momento en el que puedan volver a la cancha con la tranquilidad que lo hacían antes de que todo cambiara a causa del virus.