Un oficio en vía de extinción

Jueves, 30 Mayo 2013 08:54
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Yaneth Velásquez, a sus 45 años, se desempeña en la que posiblemente sea la profesión más anacrónica: es ascensorista.

||| ||| Foto: María Margarita Rivera|||
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I

En Bogotá, en la carrera Séptima con doce, entre un restaurante llamado La Gran Venecia y el Café Marrón, hay un edificio de fachada antiquísima con un nombre foráneo, bastante sonoro y difícil de pronunciar: Henry Faux.

La construcción, en pie desde 1945, es el albergue de abogados, esmeralderos, estilistas, trabajadores independientes y otros tantos. Yaneth, desde finales de siglo XX, se ha encargado de repartir a los trabajadores por los diferentes pisos.

II

Un tipo cualquiera entró al ascensor del Henry Faux y se sentó en la silla dispuesta exclusivamente para la ascensorista.

  • Señor, párese, no se puede sentar ahí.
  • Yo me siento donde quiera, ¡¿no ve que tengo oficina en este edificio?!
  • dijo el hombre, que, a esta altura, ya se le notaba bastante irritado.
  • Señor, párese o lo paro.
  • ¡Pues páreme!

Yaneth, la ascensorista, no lo pensó dos veces y le hizo caso.

El hombre sacó su pistola y le apuntó, comprometiendo a la persona que se había subido con él, un compañero del gremio de esmeralderos. Gracias a la intervención de su colega, el altercado no pasó a mayores. Esto sucedió en 1999, durante el primer mes de trabajo como ascensorista de Yaneth.

Tres meses después, el hombre del arma le pidió disculpas a Yaneth. Pero no es el único que debiera, siendo que todas las semanas cientos de hombres se pasan, según sus palabras: «cuando está muy lleno el ascensor, no falta el que con el codito quiere tocarme los senos o se me arrima a tocarme. Por eso es que pongo el espaldar de la silla al frente, para sentarme así, por si se llena», interrumpe su intervención y ríe pícaramente dando a entender que la silla, que casi hace que le disparen al inicio de su trabajo, ahora la protege frente a cierto tipo de abusos.

Yaneth se refugia detrás de su mueble constantemente, debido horario de trabajo –de lunes a viernes, de 9 a.m. 7 p.m. o de 8 a.m. a 6 p.m., según la semana. Dice que la parte del día más ajetreada oscila entre las 10: 30 y el mediodía y de las dos en adelante, hasta las cinco. Aunque disfruta su trabajo, su hora de almuerzo y el final del día son los únicos momentos de calma. A pesar de todos los contratiempos de Yaneth durante las agitadas horas, expresa preferencia por estas; le aburren los momentos del día en los que entran dos personas a lo sumo: «en mi caso yo me aburro porque me gusta el movimiento».

Y es comprensible que se aburra. En su reglamento de trabajo, se establece que no puede alternar ninguna otra actividad mientras recibe pasajeros en el elevador, porque lo recomendable es que esté atenta a lo que los usuarios de la cabina requieran.

La que más le recalcaba acerca de cumplir el reglamento del Henry Faux era su mami, como la llama ella con cariño. Su nombre es Ana Meri Ruíz y es la más indicada para reiterarle que acate las normas de su entorno laboral. Yaneth buscaba un empleo nuevo porque el antiguo –trabajaba como mercaderista e impulsadora de algunos productos y marcas extranjeras, por ejemplo Yves Saint Laurent- no le permitía compartir demasiado tiempo con su hijo, Diego Fabián Duarte. Como su madre Ana Meri trabajaba en el ascensor y necesitaba un reemplazo, ella fue la encargada de ser la sustituta de su mami y poco a poco fue haciéndose a un lugar. Y no era para menos: Ana Meri, al igual que Ema Ruíz –abuela de Yaneth-, salió pensionada después de trabajar cerca de 30 años como ascensorista en la edificación. Su abuela Ema trabajó un poco más, aunque su labor, a diferencia de la de su hija y la de su nieta, era de aseadora del Faux. Pero Ema también conocía el oficio porque realizaba reemplazos como ascensorista cuando se requería.

III

En la recepción del Faux hay un celador joven, servicial, rechoncho. Es Edilberto Cuellar y se la pasa afuera de su oficina, que tiene mucha más clase que cualquier caseta de vigilante ordinaria. Al frente de su despacho hay tres elevadores dorados, destellantes, suntuosos, pareciera que estuvieran enchapados en oro; y cómo no: a fin de cuentas, las oficinas del lugar las ocupan principalmente esmeralderos.

Solo dos de los ascensores funcionan. En el del medio es donde labora Yaneth desde hace 14 años y fue en el del lado izquierdo –el último desde la entrada- donde le ocurrió el incidente con el hombre armado en el 99.

El que Yaneth labore como ascensorista en 2013 no es en lo absoluto un despropósito. A Olga Almanza, administradora del Faux desde hace poco tiempo, se le presentó una vez la misma inquietud ante el oficio, innecesario en apariencia. Un encargado del mantenimiento del elevador le dijo que alguien debía estar pendiente de que no hubiera sobrecupo en el ascensor. Esto se atribuye a la antigüedad tanto del edificio como de los ascensores, pues, como se dijo, el edificio lleva casi setenta años en pie. En total, durante cada viaje, hay once personas máximo, incluyendo a Yaneth. En la recepción del Faux hay filas constantemente: la gente quiere subir a su destino con prontitud. El primer ascensor –es decir, el que queda a mano izquierda de Yaneth- no se utiliza con regularidad, pues constantemente está en reparaciones.

Los de la fila, acostumbrados ya, esperan a que Yaneth les abra diligente y amable, con una sonrisa tan curvada como su pelo. Su cara ovalada y ojos oscuros permiten entrever que está satisfecha con el trabajo que le tocó y del que se pronostica se va a jubilar. Lleva aretes largos y celestes que contrastan con su uniforme oscuro. Por último, cada que la cabina se encuentra en el primer nivel, el elevador se llena de gente y, en cinco minutos, desciende Yaneth sola o con quienes recoja mientras baja. Y recomienza el ciclo: recibe gente en el primer nivel, asciende hasta el noveno piso de la edificación –son diez niveles, pero el ascensor solo sube hasta allí-, y luego realiza el descenso con poca o ninguna compañía. Durante su primera hora de trabajo, Yaneth ya habrá preguntado unas cuantas veces: «buenos días, ¿para qué piso van?».

IV

A lo largo de los años, más allá de la bala que pudo recibir, a esta bogotana hincha de Millos no se le han presentado mayores contratiempos. Solo dos veces se ha varado el ascensor. Una vez estaba sola y la otra vez acompañada y, en una ocasión, el tiempo de espera fue de casi media hora. La otra vez tuvo que esperar el doble. «Una vez me quedé con un esmeraldero, el hombre era claustrofóbico. Estaba desesperado, empezó a coger la puerta a patadas y a forzarme a mí para que le abriera». Desafortunadamente para el claustrofóbico Yaneth es ascensorista, no rescatista.

Su elevador no fue siempre el del medio. Al principio, debía operar en el tercero, que era de manivela y justificaba por sí mismo la presencia de un ascensorista. «Era mucho más rápido que los otros dos. Primero lo tenían para los trasteos y para la seguridad de un japonés que tenía su oficina en el edificio. Venía escoltado y tocaba su violín por ahí». Con el tiempo, la administración del edificio decidió cortar los servicios del arcaico ascensor. Y no era para menos: solo ese elevador, para entonces, generaba una cuenta de luz de 3 millones de pesos, valor equivalente a lo que marcaban los otros dos ascensores. Una decisión administrativa decidió inutilizar la tercera cabina. «Ese –refiriéndose al descontinuado- sí me daba… como eso que le da a uno el estómago… ¡Un vacío, así! En ese sí me tocaba, como dicen por ahí, apretar barriga».

V

Martes, 12 de marzo de 2013. Yaneth retoma su trabajo después de unas vacaciones de ocho días que le debía el edificio. Son las 8 a.m. y ella, enérgica, es la primera en subirse al elevador del medio del Henry Faux. Conforme la jornada avanza, tanto el centro de la ciudad como el edificio se atiborran de visitantes. Tres personas se bajan en el sexto piso. Otros dos esmeralderos ascienden hasta el décimo pero se bajan en el noveno, porque el elevador solo sube hasta allí. En el recorrido de bajada una persona acompaña a Yaneth y la conversación surge espontáneamente. La persona sale del ascensor y lo último que escucha, al tiempo que se suben otras tres personas, es a Yaneth recitando su consabido coro: «buenos días, ¿para qué piso van?»