Henry Cabanzo conoció la música cuando tenía dos años de edad, en su natal Vélez (Santander), cuando, gracias a un familiar, llegó a sus manos una guitarra. A sus nueve años, durante la década de los 70, ya tocaba y cantaba en el bar de unos allegados de la familia, donde el dinero que recibía lo gastaba en libros de teoría musical para seguir aprendiendo. Durante su infancia y adolescencia aprendió a tocar diferentes instrumentos, como el tiple, el capacho, la bandola, diferentes percusiones; así como su tan querido bajo baby, un chelo de caja pequeña con el que entró en la orquesta del maestro Lucho Bermúdez, con tan solo 18 años.
Más de 40 años después, luego de participar en festivales de todo mundo, es el orgulloso dueño de HC Records, estudio de grabación ubicado en el barrio San Jorge Central (en el sur de Bogotá). Es un hombre tranquilo, espiritual y amistoso con quien llega, además de estar lleno de historias por contar. En entrevista con Plaza Capital contó anécdotas y reflexiones que surgieron de su experiencia en la música, sobre todo en tiempos de COVID: el arte más allá de las fronteras, su estado actual y lo que vaticina para el mañana.
¿Cómo le ha ido en el último año en medio de la pandemia?
Pues tener esta vaina cerrada y poder sostenerla es una bendición. Me ha llegado trabajito para hacer música, pero también para hacer jingles y bandas sonoras. Estuve trabajando con Eloy, una academia de títeres, para hacer la banda sonora de su película. ¡Una película de títeres! Como no pudieron seguir haciendo cursos de teatro, compraron celulares de alta gama y remodelaron la casa para ser escenografía para la película. Un producto muy bello donde pude trabajar.
¿Cuál fue su trabajo en este proyecto?
Yo hice la banda sonora, entonces todo el tema de efectos sonoros los trabajé; y por otro lado compuse la música. Yo grabé los instrumentos, tanto en vivo como con instrumentos digitales. Edité, mezclé y mestericé el sonido de la película.
Además de su trabajo como productor musical, ¿aun trabaja con la Orquesta de Lucho Bermúdez?
Si claro. Digamos que ya soy parte del inventario allá. Acá en el estudio solemos grabar los discos, además de que sigo tocando el bajo para ellos.
¿Qué es lo último que hizo con la orquesta?
Un trabajo muy interesante. Es la primera vez que la orquesta le hace un homenaje a la música de otro compositor que no es el maestro (Bermúdez). Tomamos la obra de un compositor del departamento de Sucre, llamado Leonardo Gamarra. Resulta que la ciudad de Montería y Sincelejo le están haciendo un homenaje a ese compositor, porque Gamarra le ha compuesto música a estas dos ciudades. Se unieron y parte del desarrollo consistió en que la Orquesta de Lucho Bermúdez interpretara las canciones al compositor homenajeado, en vida. Toda la producción se hizo acá en el estudio y el lanzamiento fue en Sincelejo durante la semana santa.
La Orquesta de Lucho Bermúdez es una institución cultural del país, desde los años 50 se presentan a nivel internacional llevando consigo la música y tradición colombiana ¿Tiene una anécdota alguno de estos viajes?
Le voy a contar una anécdota bien bonita para que vea que la música no tiene fronteras.
Fuimos a darle una serenata a Ceccano, un pueblo de Italia, en agradecimiento porque uno de sus hijos, Oreste Síndici, compuso la música del Himno Nacional de Colombia. Cuando llegamos, oh sorpresa, nos encontramos con que la banda infantil del pueblo tocó pasillos, bambucos, el Intermezzo de Luis A. Calvo, Alma llanera… ¡música colombiana hecha por niños de Ceccano! Y eso no fue lo más asombroso. Al final tocaron el himno colombiano y cantaron todas las estrofas.
¿Cuál fue su reacción al ver esto?
A mí me dio una vergüenza, porque apenas uno se sabe las primeras dos estrofas. Nunca había escuchado todas las estrofas cantadas hasta que lo hice en Italia. Después de la vergüenza me dio orgullo, por el hecho de que unos niños, que no saben hablar español, canten nuestro himno con tanto ánimo. Ellos lo sentían como propio.
Permítame cambiar de tema, porque me resulta impresionante ver el estudio que tiene detrás. Desde la cantidad de instrumentos, pasando por los equipos de grabación y edición, hasta la misma cabina insonorizada. Es una inversión de muchos años y varios millones de pesos. Con todo eso ¿qué piensa del uso de tecnologías para hacer música, viendo que ahora se poder grabar y sonar de calidad sin invertir mucho dinero?
Es bueno. Si Mozart o Händel hubiesen tenido la tecnología que ahora tenemos habrían hecho y desecho. Habrían sido un fenómeno universal, que ya lo fueron, multiplicado por mil o diez mil veces. Ellos en ese entonces podían ver la música en su cerebro, y la escribían así. Pero sólo se escuchaba hasta que una orquesta la trabajaba. Ahora puedes escuchar lo que vas trabajando, a tiempo real, en tu programa. Colocas los chelos, las violas, las cañas y ahí mismo puedes escuchar lo que tienes en tu cabeza.
El problema es que se pierde el proceso de realización, porque puedes hacer una obra, si tienes la posibilidad, pero una orquesta pública, como la Orquesta Sinfónica de Colombia, no va tocar tu obra. A ellos no les interesa. Pero tienes tu grabación casera y con eso ya “realizaste el sonido”. ¿Luego qué? La publicas y entra dentro una playlist más. No la ves tocada como se debe con una buena orquesta. Eso es lo que se pierde, que cada vez se valoriza menos al artista.
¿Qué cree de los artistas actuales, como J Balvin y Maluma, que son los más valorados por las masas?
Hoy en día veo artistas que traen ideas súper locas, y tienen un plan y la cosa, pero no tienen bases musicales ni culturales para transmitir las ideas que tienen. Yo puedo acercarme y decirle “oye, eso está mal. Lo mejor sería que lo hicieras de esta otra manera para que tu idea se lleve a cabo de la mejor manera.” Pero esas personas se levantan y defienden lo que hacen porque sí. No tienen argumentos pero ellos sienten que tienen razón. No se puede dialogar y luego tenemos productos que son fríos. Estamos perdiendo una cultura de creación, porque no tenemos valores suficientes para crecer.
Se podría decir que este tipo de artistas pueden estar cómodos en casa, pues no tienen que parar de producir música por la pandemia, pese a que dejaron de presentarse en escenarios. Sin embargo, ellos son la punta del iceberg, y detrás de ellos hay una industria compuesta por muchas personas, las cuales no tienen trabajo desde hace un año. ¿Cómo ha visto la posición del Estado frente a los artistas y miembros de la industria musical?
Pues no lo sé. Está bien para algunos, que no lo han necesitado, como yo, gracias Dios. Pero no pasa un día sin que me llame algún compañero o colega a pedirme ayuda porque no tiene con qué comer. Es que con la pandemia lo primero que cerraron fue el arte. Y mientras tanto el Estado te manda una “ayuda”, cada seis meses, de 200 mil pesos. No tiene sentido. Pero es un resultado del desequilibrio social que hay en todo el planeta. El arte ya no tiene lugar en nuestra sociedad, porque el hombre se ha vuelto soberbio. Es tan arrogante que hasta cuando se está equivocando sigue con su ley. Busca cómo hacer para que la manera en que consumimos se mantenga, pero no analizamos que el problema real es la manera en que consumimos.
¿Qué cree que pase con la creación artística a partir de esta situación de pandemia?
No creo que pase algo como lo que pasó luego de los grandes sucesos de la historia, como las guerras y otras pandemias. Creo que la vuelta artística que podamos generar luego de esto será muy espiritual, porque no tendremos de dónde agarrarnos. El consumismo es algo que nos quema como especie. El interés de los grandes poderosos es de llenarse el bolsillo de dinero y poder, lo cual nos tiene jodidos. El daño que le hemos hecho al planeta es incalculable. Y con esto vimos que el dinero no puede comprar la salud, y el medio ambiente tampoco.
Luego de que nos sentemos a analizar lo que pasó, cuando tanta gente haya muerto a causa de nosotros mismos en guerras, o por una forma no directa, como con esta enfermedad o con el cambio climático; entenderemos dónde está la respuesta, o las respuestas a nuestras dolencias. La religión es uno de esos espacios donde encontramos los valores que nos hace falta, por ejemplo, y a partir de eso vamos a reflexionar en el arte, o en la música.
¿Y si no pasa eso?
Llegaremos a un tope de creación, donde no habrá cosas nuevas. Y es malísimo porque el ser humano sin arte no tiene sensibilidad. No tiene espíritu.