Al menos 600 personas en Barranquilla subsisten como carromuleros, de acuerdo con cifras de la alcaldía distrital. Ninguno de ellos puede dejar de trabajar. Ni la amenaza de un virus mortal, ni las órdenes decretadas a nivel nacional han logrado que se queden en casa.
“Manguito de azúcar, aguacate, guineo 15 por 2 mil”, el estrépito de los carromuleros despierta a los barranquilleros casi a diario. Algunos por megáfono, otros a viva voz, van anunciando sus productos por las calles de la ciudad. Ni el vocerío, ni las ventas paran. Ni siquiera en época de cuarentena. Sobrecostos, malversación de fondos y compadrazgo son algunos de los escándalos que en tiempos de pandemia causan revuelo en el Atlántico, uno de los departamentos más corruptos del país. En una ciudad donde las ayudas llegan a escasas manos, dejar de trabajar no es una opción.
Trabajar o comer
Fabián tiene 48 años, es padre de dos y, por azares del destino, desde hace años trabaja como carromulero. Pasa todos los días por las calles con la carretilla de madera llena de frutas diferentes. A veces vende todo, a veces le sobran cosas que vende al día siguiente más baratas. Tenía una mula con la que pasaba todos los días por las calles del centro de Barranquilla vendiendo mango, aguacate, papaya, yuca y limón. A veces más cosas, depende del día. Hace pocos meses la mula murió, ahora son solo él y la carretilla.
Hace dos meses funcionarios de la alcaldía llegaron a su casa en el sur de la ciudad y le dijeron que, por un tal coronavirus, ya no podía salir. Le dieron, según él, una bolsa de espagueti, un litro de aceite, una libra de arroz y poco más. Le dijeron que se aguantara con eso quince días y se fueron. “Si no trabajo, no hay comida”, así de simple lo dice Fabián. Todos los días sale, ‘protegiéndose’ con un tapabocas de tela y unos guantes de látex ya rotos por el uso. Camina arrastrando su carretilla por largas horas bajo el resplandeciente sol de Barranquilla, vendiendo lo que compró en el mercado puerta a puerta y huyéndole a la policía.
Jaime también le huye a la policía. Se levanta a las 3 de la madrugada para abastecerse en el mercado antes de que ellos lleguen. Los que no madrugan y llegan a las 6 son atrapados por las patrullas incumpliendo las medidas de salubridad y multados. Lo cierto es que para los cientos de carromuleros en Barranquilla, la multa es un mal menor: lo que les preocupa es que les incauten la mercancía o se lleven sus mulas, burros o caballos.
Después de 30 años manteniendo a sus tres hijos gracias a su trabajo como carromulero, a Jaime no le hizo gracia el aislamiento. A su casa las ayudas nunca llegaron, así que ni pensó en parar de trabajar. Dos meses después de iniciada la cuarentena, en los que no se quedó en su casa ni un día, le perdió el miedo al virus. Se cuida usando un tapabocas y guantes, de vez en cuando, porque no se acostumbra a ellos. Con unas croc’s roídas, una pantaloneta desgastada por los años de uso y una camiseta sale del mercado a empezar a vender antes de las 6 de la mañana. Camina durante 12 horas antes de regresar a su casa. Pero vende más. Dice que como la gente no puede salir, le compra muchos más a los vendedores ambulantes como él, porque les llevan la comida casi que hasta la puerta de la casa.
Nadie sabe cuánta mercancía ha sido incautada, ni cuántos animales se ha llevado la policía, pero es un fantasma al que todos le temen
Las cientas de familias que sobreviven gracias al trabajo de los carromuleros son casi que invisibles para el sistema. Los trabajadores no tienen seguridad social, pensión, ni ARL. No saben cómo funciona eso. Con lo que ganan cada día pagan arriendos, servicios públicos y alimentación. Orlando tiene solo 32 años, es joven y confía en su salud, a pesar de que la última vez que vio a un médico fue en el 2008. El coronavirus le asusta porque le es extraño, pero se cuida, dice, lavándose las manos frecuentemente y usando tapabocas. ‘En mi casa me muero de hambre y ni al gobierno ni a nadie le va a importar’, argumenta. Como él, son miles los colombianos que sienten el abandono del Estado durante la pandemia.
Él vive con su caballo. No tiene hijos, ni esposa, pero no conoce otro trabajo, ni otra forma de vida. Ahora no se preocupa por la pensión, ni por el futuro. Tiene una carretilla enorme, llena de gran variedad de frutas coloridas y verduras, halada por un caballo fuerte y vigoroso. Su lugar de trabajo es pintoresco, agradable. La paga tampoco es mala, según Orlando. Luz Marina ha vivido en la misma casa de Chiquinquirá, un barrio popular de Barranquilla, durante 40 años. Ya todos los carromuleros la conocen, la saludan y le preguntan por los hijos, los nietos y la salud.
Muchas veces se detienen en la puerta de su casa gritando “manguito de azúcar, aguacate, guineo 15 por 2 mil” o anunciando lo que sea que lleven, hasta que ella sale a comprarles o a decirles “hoy no hay, mijito”. Para ella la cuarentena sería otra sin los carromuleros. A pesar de que tiene precaución con todos los productos que compra, les compra para ‘ayudarles’ y se siente cómoda al no tener que salir de su casa. “Si no vinieran ellos, me tocaría ir a hacer fila con un montón de gente en la tienda”, dice.
¿Qué dice la alcaldía?
Pocos días después del inicio de la medida de aislamiento obligatorio, la Alcaldía Distrital inició la entrega de ayudas con alrededor de 1,500 mercados y, desde entonces, las denuncias por irregularidades en este proceso no se han detenido. El Atlántico es uno de los departamentos más investigados por irregularidades en el manejo de fondos destinados al control del COVID-19. Miles de familias de escasos recursos son quienes sufren por eso.
De acuerdo con el DANE, en febrero del 2020 al menos el 48% de los colombianos sobrevivía con ingresos de trabajos informales, muchos de los cuales se llevan a cabo sin las prestaciones adecuadas y en condiciones paupérrimas. No hay cifras exactas de las condiciones actuales de estos millones de trabajadores. En una ciudad donde la informalidad sobrepasa el 56%, el pasado 11 de mayo retomaron labores 220 empresas, en medio de estrictos procesos de bioseguridad y acompañamiento de la administración distrital.
El alcalde de Barranquilla, Jaime Pumarejo, anunció que en las próximas semanas miles de trabajadores volverán a la vida productiva, pero sobre aquellos que nunca pararon y que siguen trabajando sin protección, ni auxilios, nadie dice nada.