Miradas de extrañeza era con lo primero que recibía al preguntar por artículos que tuvieran referencia al papa Francisco. La llegada del sumo pontífice a Colombia es algo que concierne a toda la población católica del país, ya sean jóvenes, adultos o adultos mayores, por lo que las respuestas cortantes y la sensación de desconfianza fueron algo que no me esperaba.
Bajo un cielo azul y un clima levemente cálido me aventuré por las calles del barrio La Candelaria en busca de tiendas religiosas. Entre las calles décima y 11 con carrera 6 logré encontrarme con lo que estaba buscando.
“El Relicario II”, con su aviso grande en rojo y letras doradas, es la primera tienda de artículos religiosos que me encontré. Su vitrina estaba llena de estatuillas y cuadros de toda clase de vírgenes y santos, sin embargo al acercarme más me encuentro con algo que no había notado a primera vista.
Pequeñas estatuas del papa Francisco, tazas y velones con la bandera de Colombia y fotos del Vicario de Cristo ocupaban un espacio considerable de la vitrina, pero lo que más me impresionó fue el busto grande color blanco del pontífice. Me esperaba los velones, las estatuillas, las imágenes y medallas, pero jamás un busto. En mi cabeza surgió la pregunta: ¿será que alguien sí comprará esto?
Al entrar en la tienda lo primero que hice fue preguntar a la señora que atendía por artículos del papa. Era una mujer de edad mayor, con las típicas gafas de abuela y un cabello más que todo blanco. Me miró como diciéndome “¿por qué me preguntas por eso?”, y con un tono cortante me respondió “la vitrina al fondo”.
Durante los cinco minutos que duré viendo la mercancía papal no me dejó sola un segundo, me hizo sentir que le producía desconfianza, como si quisiera robar algo de la tienda. La única explicación que encuentro para tal comportamiento hacia mí era mi edad, ya que iba vestida muy normal: jeans, camiseta, chaqueta y tennis, incluso tenía puesto mi maletín de la universidad.
En la vitrina había muchas medallas con imágenes del papa, la mayoría de estas tenía la bandera de Colombia. El sentirme perseguida me causó fastidio por lo que no pregunté por más mercancía, tan solo me marché.
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“Concilio Vaticano”, una tienda con una vitrina grande e igualmente llena de imágenes, estatuillas y velas de santos y vírgenes, fue la que más impacto me causó. Al entrar de inmediato pregunté por la mercancía del papa, las miradas de extrañeza no faltaron, por lo que decidí añadir que quería, supuestamente, darle un regalo a mi abuela, ya que asistiría a una de las misas. El cambio en la actitud fue inmediato. Me mostraron velones de todos los tamaños con imágenes del Francisco y la bandera de Colombia, muy parecidas a las de la tienda anterior. “¡Señorita, aquí también vendemos camisetas exclusivas!”, con emoción dije que por favor me las mostraran.
“¿Por casualidad no tendrán camisetas tallas S o M?”, ya que tal vez yo “acompañaría a mi abuela a la misa en Cartagena”. La respuesta fue negativa, diciéndome que solo tenían tallas L o XL, “las tallas que usualmente buscan las señoras”. Con cara de decepción dije que no había problema alguno y que le enviaría fotos a mi abuela de la prenda para confirmar si le gustaban y, de ser así, volvería para comprarle una, cada una de estas costaba 16.000 pesos. En esta tienda tampoco faltaron las tazas, los rosarios, las pulseras, ni las estatuillas del papa Francisco, incluso tenían pequeños bolsos de tela con demos el primer paso escrito en letras negras y grande. “La mercancía del papa de casi todos los almacenes por aquí fue traída precisamente por la visita”, no me extraña. Al menos aquí, gracias a mi abuela, no me persiguieron por toda la tienda.
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En “Almacén Venecia: Artículos Religiosos” me recibió una señora seria pero muy amable. Aquí no sentí la necesidad de decir que buscaba regalos para mi abuela para evitar la desconfianza y el ser perseguida. Fue el almacén en donde menos mercancía papal encontré, tan solo unos pequeños kits que costaban 6.000 pesos. Constaban de una pequeña vela blanca, un llavero con una foto del papa, un rosario de madera y un imán para la nevera con otra imagen de él frente a la bandera de Colombia. Además de esto tenían tan solo unas cuantas medallas y llaveros del sumo pontífice, cosa que me pareció rara. “No trajimos mucha mercancía, eso es lo único que hemos tenido desde hace más o menos dos semanas”, me informó la señora que atendía en el local.
Por último me acerqué al almacén “Relicario I”, otra versión del que anteriormente fui. Este contaba más que todo con joyería, ya fuera de fantasía u oro, plata y otros metales. Había muchas pulseras, rosarios y collares. Algo que diferenció a esta tienda de las demás fue que el que atendía era un hombre pero, al igual que en las demás, fue un poco grosero.
De nuevo utilicé mi historia del regalo para mi abuela, y fue esta la forma que logré para que sacara de entre las vitrinas los productos, me dejara verlos y tomarles algunas fotos, incluso pude medírmelos. Dos estatuillas del papa sobre una vitrina pegada a la pared captaron mi atención. “La pequeña cuesta 130.000 pesos y la grande $250.000”, “¿podría acercármelas por favor?, quiero tomarles una foto, ¡a mi abuela le encantaría una de estas!”. Después de tomar varias fotos con mi celular, me marché satisfecha de la última tienda que visité.
Al salir de esta última tienda agradezco a mi ingenio por utilizar la historia de mi abuela, ya que parece que aunque la publicidad del papa Francisco en Bogotá se muestre como una muy incluyente, por medio de mis visitas pude concluir que, de hecho, no es así.