De limpiador de tumbas a músico de la avenida caracas

Viernes, 04 Noviembre 2016 14:15
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Robinson García llega todas las tardes a la calle 57 con Avenida Caracas a la espera de alguien que quiera darle una oportunidad a sus dotes musicales. Con 41 años toca guitarra, arpa, bajo, ukelele y tiple.

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El ibaguereño recuerda sus primeros años con nostalgia, pues a su difunto padre José García fue a  quien le heredó la vena artística. Él tenía una pequeña fábrica de instrumentos de cuerda, con ese dinero mantenía a su esposa y 4 hijos. Cuando don José murió, Robinson tenía tan solo 12 años. Su hermano mayor ya tenía mujer y vivía con ella a unas cuantas cuadras de la casa que con esfuerzo construyó su papá, y sus otros dos hermanos también estaban organizando sus vidas fuera de Ibagué. Así que a Robinson solo le quedaba su madre, pero, ella se fue a vivir con otro hombre a los seis meses del desafortunado suceso, abandonó a su hijo en la casa familiar y dejó que él se defendiera como pudiera en la vida.

Por esto, Robinson solo pudo cursar hasta primero de bachillerato, pues con los golpes de vida se vio obligado a empezar a trabajar en la plaza como cotero, y los domingos en el cementerio limpiando tumbas; poco después comenzó a juntarse con malas compañías, con ellos vendía cobre que hacía pasar por oro. Su hermano mayor, al ver la situación que Robinson estaba viviendo, lo envió a la ciudad de Armenia para que trabajara en construcción en compañía de su otro hermano. Pero la plata no le alcanzaba, pues su cuñada le cobraba por la comida, por lavarle la ropa, por dormir ahí, y cuanta cosa más necesitara, así que 10 meses después regresó a Ibagué para trabajar como luthier.

Llegó a trabajar a la empresa de su padre, la cual estaba a cargo de su hermano mayor, pero la historia se repitió, su cuñada le cobraba por todo y de esa forma no podía  darse ni un pequeño lujo. Tampoco le era posible tomar ni una moneda de más, pues aunque su hermano manejaba un taxi y no podía estar pendiente de la empresa, su mujer siempre tenía los ojos puestos en el trabajo de Robinson. En sus ratos libres iba a jugar cartas a una tienda vecina. Y fue precisamente ahí donde conoció a Jorge Leonel, un hombre pudiente de la ciudad que le ayudó a que se independizara.

Un día le dijo que no fuera a trabajar y lo acompañara al centro de la ciudad. Robinson. por subirse en un carro (como pocas veces lo había hecho) no dudó en hacer lo que su amigo le pedía. Para su sorpresa, Jorge le compró lijas, lacas, pinturas y todos los materiales necesarios para que pudiera comenzar su propio negocio. Pero no todo podía ser tan lindo, pues su hermano al ver la intención que tenía lo echó de la casa. Y así fue cómo con 13 años, una mochila con unas cuantas mudas de ropa, sus nuevos materiales y miles de sueños Robinson arrendó una habitación, la dividió con una cortina y comenzó a trabajar. Por un lado estaba una pequeña cama junto a una estufa de petróleo. Por el otro el taller donde trabajaba de ocho de la mañana a seis de la tarde.

Tiempo después conoció a Jakelline Gutiérrez, una niña que con año y medio más que él, aprendió a hacer guitarras para ayudarle con su negocio. La misma a la cual le donó el beneficio que él tenía  para terminar el bachillerato por parte de la academia de música en la que estudió y posteriormente entró a trabajar. Sí, pues un día Robinson le arregló una guitarra al dueño de una de las primeras academias de música de Ibagué, Alberto Portillo, y en agradecimiento por su buen trabajo él le ofreció enseñarle a tocar el instrumento. Así pues, estudiaba de ocho a once de la noche y practicaba las lecciones hasta las dos de la mañana. Con esta disciplina logró aprender en dos meses lo que para muchos lleva años, y así se inició en el mundo de la música.

Camilo Soto, uno de sus viejos amigos, recuerda enfáticamente una vez que estaba con Robinson y sus dos guitarras por las calles de Ibagué. En ese entonces, con 17 años, iban de bar en bar tocando canciones a la gente por 500 pesos. De canción en canción terminaron en un prostíbulo, donde un borracho los hizo tocar aproximadamente 10 canciones. Ellos emocionados por el dinero que iban a recibir, cantaban con entusiasmo en aquella pintoresca escena donde el borracho tenía una prostituta sentada en las piernas.  Pero, de repente el borracho se puso serio y les dijo que se fueran, que ya no los quería escuchar y que tampoco les iba a pagar, ellos se colgaron las guitarras en el hombro, estaban dispuestos a pelear, con lo que no contaban era con que el borracho se levantara con revólver en mano, les comenzó a disparar a los pies y a los dos jóvenes músicos no les quedó más remedio que huir despavoridos.

Con una pasión y un trabajo, solo le faltaba conformar una familia, y por eso le propuso a su novia que se fuera a vivir con él. Ella no lo dudó mucho, y a los pocos días se mudaron a una habitación de la casa materna de Robinson. Jakelline era la primera y única novia de Robinson, a diferencia de ella que entre risas afirma ‘‘yo tuve muchos novios, todos lindos, y con el único feo que me metí, me quedé’’. Al año y medio quedó embarazada de Laura, y se fueron a vivir a una habitación más grande, pero fue ahí donde comenzaron los problemas. Jakelline dice que Robinson la trataba muy mal en su embarazo (una de las razones por las que no volvió a tener hijos). Él, por su parte, dice ‘‘comenzamos a pelear a cada rato; es que, yo no tuve niñez y comencé a tomar y a consumir drogas. Lo que es perico y marihuana’, droga que no tenía que comprar, muchas veces se la regalaban en los lugares donde iba a tocar.

Cansada con todo esto en el año 1999 Jakelline tomó a su hija que aun usaba pañales, una maleta de ropa y se fue a Bogotá. Una de sus tías tenía una pescadería, así que ahí comenzó a trabajar como mesera, mientras Laura con año y medio pasaba los días en una guardería. Pero Robinson no se quedó quieto, demandó a Jakelline por secuestro. En el juzgado todo quedó a favor de Jakelline, y le dijeron a Robinson que podía ir a Bogotá a ver a su hija los fines de semana. Y así fue, meses después él llegó a la ciudad en la moto con la ilusión de volver a ver a su hija, con lo que no contaban ninguno de los dos, era con que el amor iba a renacer tras el encuentro.

Él le dijo a la novia de toda su vida que se fueran a vivir juntos nuevamente a Ibagué, pero no, ella no pensaba volver a su ciudad natal con el rabo entre las piernas, le dijo que si quería volver con ella, que fuera en cualquier otra ciudad, menos allá. Así que Robinson se devolvió a Ibagué, entregó las cosas que aún tenía en el taller, cogió la poca ropa que tenía, se subió a la moto y su destino nuevamente fue la capital. Llegó a la casa de la tía de su novia, como tenía moto, a la tía de Jakelline se le ocurrió que podía hacer los domicilios de la pescadería. Hoy Robinson lo recuerda entre risas. “Imagínese, muy osado yo, en una ciudad que no conocía, y ponerme dizque a hacer domicilios; me gané muchas vaciadas, porque salía a las once de la mañana y llegaba al lugar del domicilio por ahí a las dos de la tarde’’.

Duró cuatro meses con su trabajo de domiciliario, pero aburrido de los regaños, el olor a pescado y nuevamente que el dinero no le alcanzara, quiso cambiar de trabajo. Un conocido le dijo que fuera a ‘Voces de Colombia’ un instituto de músicos que queda en la calle 69 con Avenida Caracas, pasó la audición inmediatamente y entró a conformar un trio con dos hombres más, un paisa y un pastuso, a ninguno de ellos lo conocía. Quizá esta fue la razón por la cual lo sacaron del grupo al día siguiente para recibir a otro hombre con el que ya habían trabajado; le devolvieron los 40 mil pesos que había pagado de mensualidad para pertenecer al grupo, le desearon buena suerte y por último  le recomendaron ir a ‘Camucol’ (otro centro musical).

Como Robinson no conocía la ciudad, cogió la Caracas hacia al sur  y al ver el letrero del centro musical en la calle 32 frenó en seco su moto y se bajó con una nueva esperanza. En la puerta se encontró con un conocido de su ciudad natal, lo cual lo hizo sentir algo más tranquilo. Sin dudarlo dio el dinero que le acababan de devolver en Voces de Colombia y esa misma noche fue a trabajar con su nuevo compañero. Ganó 200 mil pesos y entusiasmado por su buena suerte le dio la plata a su mujer para que pagara la habitación e hiciera mercado, él sólo se quedó con lo de los buses. Desde ese momento, con tan solo 20 años, se vio destinado a buscar empleo noche tras noche en las calles de Bogotá.

Aun así, el dinero seguía sin alcanzar. Jakelline había perdido su empleo y se quedaba en casa con Laura, su hija. Entonces a  Robinson se le ocurrió comenzar a hacer tamales, su vida era similar a la que se veía en una fábrica textil del siglo XVIII, donde el hombre se vio obligado a convertirse en una máquina de trabajo, el tiempo que le quedaba escasamente era para descansar y el dinero con suerte le alcanzaba para sobrevivir. Pues Robinson trabajaba toda la noche, llegaba a casa en la madrugada para amarrar los tamales que Jakelline había preparado horas antes. Por la mañana iba a ofrecerlos en las tiendas de los barrios (en su mejor momento llegó a vender hasta 500 semanales) y dormía un poco en la tarde, para salir nuevamente de noche.

Carlos Hurtado, un compañero de trabajo y amigo de Robín, como le dicen, cuenta que uno de los mayores sustos que ha tenido en la vida fue junto a él. En una ocasión los contrataron para ir a tocarle a un coronel de la policía en Sibaté, cuando llegaron allá, los mandaron en un helicóptero a Muzo, Boyacá, para que le tocaran un par de canciones a Víctor Carranza (empresario y esmeraldero colombiano), en esas llegó otro esmeraldero borracho y escoltado, que comenzó a amenazar a Carlos. ‘‘Yo no sé por qué se la montó desde que llegamos, yo creo que le cayó mal’, dice Robinson entre risas y con la mirada hacia arriba, evocando el pasado. El esmeraldero sacaba la plata y se las tiraba encima de las guitarras, a los 10 minutos mandaba al escolta a recogerla, con la orden de que si faltaba un solo billete los matara a todos. ‘‘Afortunadamente nos sabíamos todas las canciones que ese tipo nos pidió, o si no también nos hubiera matado’’, dice Carlos. Cuando ya no podían estar más asustados llegó Víctor, le dijo a su amigo que dejara de molestar, que respetara la fiesta o que se fuera, y ahí se armó la trifulca, los escoltas de uno contra los escoltas del otro. Todos con escopetas y ellos cubriéndose con sus guitarras.

Yeison, otro de sus amigos y compañero de viaje, me contó en un billar de la calle 41 con carrera 13 que junto a Robinson y su otro compañero tiene innumerables memorias. Una vez los contrataron para tocar en el cumpleaños número 71 de una mujer. Ellos eran la sorpresa de la noche y por eso debían entrar sigilosamente. Yeison le tiene miedo a las aves y al subir las escaleras se dio cuenta que había una lora encerrada en una pequeña jaula. Respiró profundo y siguió caminando, de repente sintió un pellizco en la espalda, Yeison gritó como si estuviera en una película de terror, dañó la sorpresa y entró diciendo ‘‘¡la lora me mordió, la lora me mordió!’’ la dueña de la casa y cumpleañera le decía ‘‘pero mi lora no pica, cálmese señor’’ eran las 10 de la noche y todos en la habitación se estaban burlando del impasse, Yeison se sentó y tomó agua, mientras los demás músicos aprovecharon para hacer vida social con los familiares de la anfitriona. La serenata tuvo lugar hasta las dos de la mañana debido a la burla que se consolidó en el ambiente. ‘‘cuando íbamos saliendo Robin se seguía riendo, me dijo que el que me había pellizcado era él’’.

Robinson y su novia vivían en San Jorge Sur, Jakelline consiguió trabajo nuevamente como mesera de un restaurante. Pero ya ni siquiera tenían tiempo para verse, pues sus horarios se cruzaban y a duras penas compartían la cama en la que dormían. Además comenzaron los chismes, a Jakelline la llamaban noche tras noche a decirle que Robinson estaba con la amante, mientras ella lo esperaba en casa cuidando a su hija. Así una y otra vez, Robinson pensaba que Jakelline se había inventado todo eso porque la que tenía amante era ella, mientras Jakelline creía que todos los compañeros del trabajo de su esposo se estaban burlando en su cara. Robinson se desesperó por las llamadas que recibía su mujer noche tras noche, vendió las cosas que habían conseguido, compró un camarote y se fue a vivir con su hija y su mujer cerca al instituto musical.

Pero las llamadas no cesaron. Por el contrario, cada vez eran más recurrentes, hasta que una noche llamaron a Jakelline sin contar con que Robinson se encontraba en su casa jugando con su hija. Los dos quedaron sin palabras y atando cabos se dieron cuenta de quién era la persona que estaba perturbando su relación. Era un compañero de trabajo que tenía celos de lo bien que le estaba yendo y quería mortificarlo de alguna manera. Esa misma noche salió a buscarlo, se pusieron a tomar y entre tragos Víctor le confesó lo que él ya sabía, se pusieron a pelear, casi acaban con el bar y no volvieron a hablar nunca. El instituto los suspendió a los dos y Robinson no quiso volver a trabajar allá, así que se independizó, abrió una página en internet y desde ahí es independiente.

El año pasado, después de 20 años de convivencia, tras duros momentos y constantes peleas Robinson y Jakelline se separaron. Él dice que a ella se le subió la plata a la cabeza por el restaurante que tiene, mientras ella afirma que le toca muy duro, que está enferma, que ella siempre ha mantenido la casa y Robinson no le ayudaba en nada. Él dice que ellos años atrás llegaron a un acuerdo, que él pagaba todas las cuentas tanto de la casa como de la educación de Laura y así ellos podrían ahorrar todo el dinero que dejará el restaurante para comprar un apartamento. Ella insiste en que fue una relación tormentosa porqué Robinson no le dedicaba tiempo, era malgeniado, se aislaba mucho y cuando estaba en casa se encerraba en su estudio musical, mientras él afirma que era ella quien siempre decía estar cansada, a quien no le gustaba nada y la malgeniada de la casa.

Los empleados del restaurante de su ex mujer hablan muy bien de Robinson, Arelis, jefe cocina y Adrian ‘el flaco’ como todos lo llaman. Dicen que su ex patrón siempre fue muy amable, lo recuerdan como un hombre alegre y entusiasta, que ante cualquier dificultad siempre actuaba con paciencia y júbilo. ‘El Flaco’ me dice que la única forma de que Robinson se pusiera de mal genio era viendo que alguien se estaba metiendo con Jakelline o con Laura. Por esto, todas las anécdotas que tiene junto a Robinson son de peleas. Recuerda una vez que llegaron dos jóvenes con la camiseta de Santa Fé a tomar, y se sentaron al lado del sobrino de Jakelline, ‘‘se la comenzaron a montar porqué el pelado tenía plata’’ dice Adrian. Jakelline fue a intervenir para que los dos jóvenes se calmaran y se fueran, pero comenzaron a insultarla, en ese momento Robinson iba entrando al restaurante ‘‘Robin le zampó un puño al barrista, y el pelado le tiró el casco de la moto, él se corrió y le cayó a Jakelline. Ese hombre se emputo, sacó la navaja y casi lo mata’’ cuenta Adrián entre gestos de pánico y risa.

Su hija también piensa como su madre, de hecho ella no tenía una buena relación con su padre. Su relación mejoró cuando él se fue de la casa, además, también se enriqueció el trato con su madre, pues cuando Robinson estaba en la casa, peleaba también con su hija. Jakelline, sin saber qué hacer, porque no quería ponerse de parte de ninguno de los dos, se quedaba callada, por lo que Laura siempre pensó que a ella no le importaba y hasta hace un año siente que ha aprendido a conocer a su madre y a verla feliz. Además.

Con su hogar diluido y su hija a puertas de terminar su carrera en esteticista, Robinson se va para USA a probar suerte, pues le han dicho que allá los músicos ganan más. La próxima semana llegará a Miami, no le preocupa que no hable nada de inglés ya que va a una ciudad llena de latinos donde el manager que lo contactó desde acá lo espera con promesas de viajes, trabajo y vivienda.