La ventana hacia el Tequendama

Lunes, 02 Mayo 2016 17:26
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La construcción de cinco pisos es el edificio más cercano al Salto del Tequendama. Suicidios, fantasmas, recursos naturales e historia son solo algunas partes del encanto de la antigua casona: El Hotel el Salto.

Casa Museo Salto de Tequendama, Biodiversidad y Cultura||| Casa Museo Salto de Tequendama, Biodiversidad y Cultura||| Fotografía: Laura Guayacán|||
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Correría el año 63 y dos corresponsales de El Tiempo y El Espectador parecían expectantes mientras observaban al solitario hombre que se paseaba en cercanías al Salto del Tequendama, a unos 30 kilómetros de la capital del país. Dejando una carta sobre una roca vecina a la caída de agua el hombre saltó, llevándose de paso a Carlina Garibello y a Adolfo Neuta a las profundidades de la imponente cascada, que en su inútil intento por conseguir la primicia del suicidio lucharon hasta caer ellos también.

Estas tres personas hacen parte de la extensa lista de fallecidos en el Salto del Tequendama e historias como estas contribuyen a la creencia de que el lugar está embrujado, no solo por quienes saltaron buscando acabar con sus vidas sino también por aquellos que habitaron en algún momento la casa blanca de aspecto lúgubre ubicada a unos pocos metros del Salto:  la hoy Casa Museo Salto de Tequendama, Biodiversidad y Cultura.

La vieja mansión de cinco niveles que actualmente se encuentra en remodelación parece asomarse tímidamente entre la espesa niebla que rodea el lugar y que engaña a la vista. Sin fijarse bien se podría asegurar que la vieja casona, única en la zona, tiene solo tres niveles y un balcón que debería funcionar como un mirador, pero es tal el clima que no es posible observar los dos pisos prácticamente enterrados en la montaña, ni la pequeña caída de agua que hoy es el Salto.

La leyenda cuenta que en la época de los Chibchas la fuerte lluvia fue causante de inundaciones que arruinaban los cultivos y que estaban acabando con la tribu. En un intento desesperado por solucionar el problema, los caciques recurrieron a Bochica, quien les había enseñado a cultivar y a orar. Finalmente, con su vara dorada, Bochica abrió las piedras y dio paso a la caída de agua de unas 220 varas según las crónicas de Humboldt, haciendo asi que surgiera el Salto del Tequendama.

En la época de la colonia, ilustres figuras como Mutis y El sabio Caldas realizaron viajes para conocer la impresionante caída y se encargaron de pintar el increíble paisaje a través de sus escritos, maravillados por la gran cantidad de agua y la fuerza con la que caía. Del sonido brutal que generaba hoy queda solo un murmullo. María Argenis Bonilla, bióloga de la Universidad Nacional, indica que la evidente perdida de gran parte del caudal se generó gracias al desvío de parte de las aguas que desembocaban en esta cascada hacia la represa del Muña.

Hacia el año 1923, el presidente Pedro Nel Ospina ordenó la construcción de la mansión color piedra que solo contaba con un nivel visible y dos sótanos. Inicialmente funcionó como la estación final del Ferrocarril del Sur, llevando a las elites capitalinas a conocer el lugar, donde se observaba la caída de agua y se tomaban fotografías a los visitantes. Al ingresar a la construcción se hace difícil no fijarse en la cantidad de detalles tan particulares que posee y cómo cada uno de ellos están dispuestos.

Sobre la puerta principal se encuentra el escudo de Santa Fe de Bogotá de la época y el pórtico está sostenido por dos gruesas columnas tras de las cuales se ubican las largas puertas blancas a través de las cuales es posible acceder al tercer nivel de la casa. Con más de un metro de diferencia, la casa parece estar enterrada en el suelo y los vehículos que transitan la vía pasan a la altura de los hombros. Sonia Jiménez, guía de la Casa Museo y anfitriona del lugar explica que la casa es mucho más antigua que la carretera y por eso da esa impresión.

Lo que alguna vez fue una impresionante mansión exquisitamente adornada, hoy está llena de polvo y prácticamente vacía. A los dos costados de la puerta se encuentran pequeños ventanales en los que alguna vez se sellaban y entregaban los tiquetes de los viajeros que visitaban el lugar. Las gruesas paredes evidencian que se ha conservado la estructura inicial, pero solo una banderita de Colombia que se asoma por una de las ventanas es lo que da la impresión de que alguna vez cumplió ese propósito.

Al continuar el recorrido por la casa, llaman la atención la cantidad de figuras y arabescos que adornan las cornisas y el alto techo del lugar. “Cada figura fue tallada a mano y cada una tiene un significado especifico, la mayoría de ellas están inspiradas en la simbología muisca”, indica Jiménez. Pequeñas ranas y renacuajos de yeso parecen estar sostenidos de las vigas, rodeados de naturaleza y algunas figuras mitológicas como ninfas, sátiros y plantas adornan cada rincón del lugar.

“Mucha gente ve los sátiros y por los cuernos y la lengua afuera asumen que es el diablo y que eso tiene que ver con que la casa pueda estar embrujada o que aquí haya espantos, pero son puras supersticiones”, indica la guía. José Ignacio Pareja fue el cuidador de la propiedad durante el tiempo en el que estuvo abandonada y contó al periódico el Tiempo que más de una vez se “había encontrado con el más allá y que en la casa había muchos espantos”, pero es cada visitante al recorrer el lugar quien determina si se encontró o no con algún espíritu.

El encanto del escenario parece desatarse al ingresar al gran salón que en algún tiempo funcionó como sala de espera del ferrocarril y posteriormente como uno de los restaurantes más exclusivos y reconocidos de la región. La madera del suelo, que resulta rechinante a cada paso, da la sensación de desnudez, pues alguna vez estuvo cubierta por una gruesa alfombra. La exposición sobre expediciones naturales ubicada en el centro del amplio lugar hace complejo imaginar que alguna vez funcionó también como salón de baile y que albergó a reconocidas figuras, como el mismo presidente Ospina.

Los espejos en el salón principal tienen corrosión en las esquinas e hicieron parte del cambio que se hizo a mediados de siglo en la casa, cuando esta fue vendida, pues según Jiménez en el momento en el que funcionaba la estación, en su lugar se encontraban grandes cuadros. Pocos son los objetos de la casa que aún se conservan, pero entre ellos salta a la vista un candelabro de metal que se ubica a la salida del gran salón.

El techo está lleno de grietas que parecen superficiales por el grosor de las paredes y se asemejan a pequeñas venas, alterando así también las cornisa que están en todas partes, parecen las venas de la propia casa. El arquitecto Francisco León indica que el proceso que se está haciendo en la actualidad al intentar reconstruir la casa es largo y costoso, “sería más económico derrumbarla y construirla desde ceros, pero hace parte del patrimonio, así que este es el único paso a seguir”.

Acceder a los pisos superiores se hace misión imposible al observar el estado actual de la escalera principal que está cubierta de papel de principio a fin, a través del cual se entrevén algunas partes de madera oscura y otras blancas. “Cuando se inició el proceso de restauración solo estaban las primeras seis escaleras, el resto se habían podrido, al principio se usaba una escalera metálica para subir”, dice León.

Al no ser posible desplazarse por las escaleras internas de la casa, la única forma de conocer los sótanos es por las escaleras de piedra ubicadas al lado derecho. Los gruesos escalones permiten detenerse a dos niveles de altura distintos en los cuales se observa la nueva tablilla con la cual se busca imitar el suelo de madera original. El amplio espacio vacío de los sótanos funcionó desde la apertura del restaurante como un bar en el cual los comensales esperaban su turno para poder ubicarse una de las exclusivas mesas en el piso superior.

Al continuar la ruta de las escaleras es posible llegar al punto más bajo de la casa y de paso el más cercano al Salto y a lo que sea que dicen que oculta sus profundidades. El silencio es casi sepulcral y solo prestando bastante atención es posible escuchar como el agua golpea las rocas ubicadas al fondo, señal inequívoca de que al otro lado de la casa hay una cascada que no suena ni luce como lo hizo alguna vez.  En este punto y separados del abismo solo por una baranda metálica la cantidad de suicidios no parece tan descabellada, la profundidad es evidente y la visión se hace escasa, quien saltara indudablemente no quería ser visto de nuevo.

Tal sería esta creencia que Felipe Gonzales Toledo, un cronista de la época, se refería a la popularidad de este método diciendo que “gracias a esta forma de suicidio, las familias de los desdichados se ahorraban los costos del entierro, pues la caída garantizaba una desaparición total”. Se habían hecho múltiples intentos de recuperar el cuerpo de alguno de los suicidas, pero había sido imposible hasta 1941. Después de que un miembro de los Taxis Rojos hubiera saltado, sus colegas de trabajo tuvieron que hacer nueve intentos para recuperar el cadáver de su compañero, siendo así los primeros en lograr esta hazaña.

Quien tiene la oportunidad de observar el Salto detenidamente o de acercarse más a la caída de agua, tiene también el chance de ver a la Virgen de los Suicidas, una pequeña estatua ubicada como máximo a un metro de distancia desde el punto principal y la cual parece observar la casa y las profundidades del Salto. La historia del expolicía José Suarez es una de las cuales genera más curiosidad. En 1941 este hombre cayó como víctima de la piedra de los suicidas, pues sin intención alguna y en un paseo que hizo con su novia al lugar, saltó de manera inesperada.

Se dice que hay una fuerza que impulsaba a las personas a saltar, aunque no se sabe si son espíritus al fondo del barranco de suicidas de otras épocas o es la magnificencia del lugar que lleva a las personas a terminar en sus profundidades.

Es que de ahí se decían muchas cosas”, dice Josefina Flores, quien trabaja en una de las casetas ubicadas informalmente después de la casa. “Eso decían que cuando uno se lanzaba se abría una cueva y que debajo del chorro de agua había era oro, pero vea usted, con ese chorrito tan chiquito y por ahí no se ve nada”.

La creencia de que las almas de buena parte de los suicidas aún se encontraba atrapada en el Salto y en el hotel, condujo a que el programa El cartel paranormal de la emisora La Mega realizara una transmisión en vivo en la cual se pretendía ayudar a las almas atormentadas a atravesar al otro lado con la ayuda de uno de los parapsicólogos, quien mantuvo a la audiencia informada sobre la presencia de almas atrapadas en el lugar y algunas otras accidentadas en la zona que acudían a su ayuda, contribuyendo así a reafirmar el mito.

Gracias a la Alianza Francesa para el Desarrollo, el proyecto de restauración es posible y cuenta con factores que no solo permitirán una reconstrucción arquitectónica del lugar, sino buscan proporcionar a los visitantes el acceso a cada uno de los lugares de la casa. La sala de diversidad del Tequendama y la sala Ventana al Rio Bogotá ya se encuentran en funcionamiento casi en su totalidad y se espera dar apertura a la sala de arqueología, de energía y el salón de lectura, en los cuales se expondrá material informativo para los visitantes sobre los recursos naturales del lugar.

También el proyecto contará con una habitación totalmente ambientada a la época en la que el museo funcionaba como hotel y con una muestra de trajes representativos que ya han sido diseñados y confeccionados por estudiantes de diseño de modas de la Fundación Universitaria del Área Andina, permitiendo así que se conozca la importancia del lugar y la historia detrás de la casa del Salto del Tequendama.