El gobierno de Gustavo Petro llegó al poder con un discurso progresista que incluía, entre sus banderas más visibles, la defensa del feminismo. Figuras como Francia Márquez y Susana Muhamad fueron símbolos de un cambio prometido al ser incluidas en su campaña, pero tras el bochornoso consejo de ministros del 4 de febrero —donde el presidente las calificó de "sectarias” porque “ha visto feminismos que destruyen al hombre”, se dejó al descubierto la verdadera naturaleza de este supuesto compromiso con las mujeres.
Esa es la evidencia más cruda de cómo la política instrumentaliza sus luchas para vender una imagen progresista mientras perpetúa, sin ningún pudor, las mismas dinámicas de poder que dice combatir. Petro se llenó la boca hablando de feminismo, pero al mismo tiempo protegió a Armando Benedetti, actual ministro del Interior, un hombre acusado de violencia de género contra su esposa. Y también mantuvo en su cargo a Hollman Morris, acusado de acoso laboral dentro de RTVC, allí murió el discurso de proteger a las víctimas antes que a los presuntos agresores.
El instituto Nacional en 2023 declaró la violencia de género como un problema de salud pública siendo 75% de los casos registrados en el país, luego de instaurar la ley 1257 de 2008 hecha para la protección de las mujeres. Además, la Contraloría General reveló que en 2022 se ejecutó apenas el 42% del presupuesto destinado a equidad de género, con presuntas irregularidades en su ejecución ¿Dónde está, entonces, el compromiso?
Siga leyendo: Ley Ángel, una legislación que ha marcado un antes y un después en la protección animal en Colombia
Esta contradicción no es casual: es el purple washing en su máxima expresión, esa práctica que usa el discurso de igualdad de género como carnada electoral, pero se niega a implementar las reformas estructurales que harían posible un cambio real. En las elecciones de 2022, las mujeres ocuparon apenas el 20% de los escaños legislativos, y aunque algunos partidos incluyen la igualdad de género en sus plataformas, el informe preelectoral de las elecciones nacionales del 2022 de la Misión de Observación Electoral reveló que solo el 15% financia programas reales para apoyar candidatas. Las cuotas de género, en este contexto, no son más que un maquillaje para ocultar la ausencia de voluntad política.
El purple washing no es ingenuo ni accidental. Es una estrategia calculada que prioriza la imagen sobre la sustancia: se usa el feminismo para ganar votos, pero se niegan los recursos y las reformas que podrían desafiar al machismo. Los partidos cumplen con poner mujeres en las listas para llenar fotos protocolarias, pero no las mentorizan para liderar, ni destinan presupuestos reales para cerrar brechas. El resultado es un país que, según ONU Mujeres, ocupa el puesto 75 en el Índice de Brecha de Género, mientras sus líderes se regodean en discursos vacíos y sus calles son cada vez más inseguras para ellas, siendo el 2024 el año con peores cifras de violencia contra la mujer con 745 feminicidios, según un informe de la Defensoría del Pueblo con corte a octubre.
Claro, hay más mujeres en política que hace una década, con un aumento del 6% entre 2010 y 2022 según la MOE, e incluso la misma vicepresidenta ha enfatizado en el aumento de participación con enfoque de género. Además, a lo largo de su gestión el Ministerio de la Igualdad informó que se capacitaron a 2.000 mujeres en temas de política y elecciones con el objetivo de aumentar su autonomía económica y presencia en el ámbito político, destinando presupuesto para priorizar la inversión.
Pero ¿de qué sirve esta participación si no se traduce en poder real? ¿De qué valen los escaños si las leyes no las protegen, si los feminicidios aumentan y si un presidente puede reducir a una guerrillera a "la más bonita" sin que pase nada? Esta es la cruda realidad detrás de los discursos: un sistema que usa el feminismo como eslogan, pero que sigue viendo a las mujeres como adornos, amuletos o, en el mejor de los casos, como piezas intercambiables en su juego de poder.
Colombia merece más que presidentes que usan el feminismo como propaganda y ministras que deben soportar mansplaining en vivo. Las mujeres necesitan menos discursos y más acciones: presupuestos ejecutados, leyes aplicadas y espacios donde no sean reducidas a caricaturas de sí mismas. El purple washing no solo engaña; mata. Y mientras los gobernantes sigan creyendo que la igualdad de género es un tema de marketing y no de vida o muerte, las mujeres seguirán siendo "las más bonitas" de un sistema que las devora sin piedad. La pregunta es: ¿hasta cuándo vamos a seguir creyéndoles?
Lea a continuación: Después del amor, nosotras: el primer libro de Virginia Petro que transforma el dolor en poesía