De Mosquera a Bogotá, 24 kilómetros y (casi) la misma rutina de cuarentena

Miércoles, 29 Abril 2020 21:11
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Un nanoscópico virus mantiene en casa a la población colombiana, en distintas situaciones y condiciones. En un momento donde la distancia y el aislamiento preventivo es lo común, los ciudadanos viven algunas rutinas parecidas, otras no tanto. Comparamos las vidas de dos personas, separadas por 24 kilómetros de distancia, de Mosquera a Bogotá. 

Orlando en su proceso de desinfección||| Orlando en su proceso de desinfección||| Orlando Camargo|||
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Nunca se había pensado que para salir a comprar algo al supermercado o a una tienda se necesitaría de tanta preparación. Bañarse, vestirse y arreglarse ya no son suficientes para acudir a la calles. Edwin Rodríguez, de 46 años, un ingeniero del municipio de Mosquera, ha cambiado la corbata por un tapabocas, el maletín por un par de guantes de látex y la colonia por un desinfectante de mano. Sus recorridos se han limitado a unas siete cuadras máximo para comprar los alimentos y productos necesarios para que él, su hija y su esposa pasen el día a día.

Cambios de rutinas, cambios de vida

A 24 kilómetros y a un peaje de distancia, Orlando Camargo, de 55 años, cumple exactamente la misma rutina en la ciudad de Bogotá. Centímetros antes de la puerta, celebra toda una nueva rutina de preparación preventiva, como si tratara de exponerse a radiación. Unos mismos zapatos para todas las salidas junto con algunas chaquetas abrigadas lo acompañan en su corta pero inquietante travesía. Estos tapabocas y unos guantes son sus escudos estrella para protegerlo de la exposición al Covid-19. La salida no es permitida hasta que su porte no esté completo para salvaguardar su salud. 

Centímetros antes de la puerta las ideas llenan la cabeza de Edwin. Por su mente pasan las imágenes del noticiero que vio en el día anterior, donde informaban que el hospital Maria Auxiliadora de Mosquera había iniciado el montaje de nueve camas nuevas para la unidad de cuidados intensivos. Se cuestiona sobre la efectividad de esta medida al recordar que por cada mil habitantes hay dos camas. Prefiere alejarlo de su mente, pero Orlando, al otro lado, no puede evitar pensar que Bogotá maneja 1.762 contagiados al día de hoy, con un 3,15% de casos en UCI. Edwin, por su parte, tiene presente que Mosquera cuenta con cinco casos confirmados, de los cuales uno se encuentra en UCI y dos ya recuperados. A pesar de que las cifras se encuentran muy alejadas la una de la otra, la preocupación y la angustia manejan el mismo nivel en los dos casos.

Para prevenir que estas cifras sigan subiendo, el 24 de marzo el gobierno nacional, en cabeza del Presidente Iván Duque, decretó un aislamiento obligatorio preventivo. En cada zona del país se ha vivido de manera diferente, dado que los gobiernos locales han implementado restricciones que hacen cambios significativos en la rutina. Y aunque Mosquera y Bogotá D.C estén solamente a 24 kilómetros de distancia, las medidas que han tomados sus respectivos alcaldes y el gobernador de Cundinamarca hacen que por sus calles sus habitantes transiten de manera distinta. Aunque Edwin y Orlando compartan la característica de ser hombre, sus salidas a la calle son muy distintas.

Edwin cuenta que debido al cierre temporal de su empresa ha dejado de lado su horario de ocho horas de trabajo de 7:00 am a 5:00 pm, en los cuales se encargaba del servicio técnico de computadores de una empresa. Abandonó temporalmente esta rutina para adaptarse a las tres horas permitidas afuera de la casa, de acuerdo a su último dígito de documento, según ‘pico y cédula’ dispuesto por el alcalde Gian Carlo Gerometta. En sus salidas, se encuentra en el supermercado con filas de hombres y mujeres, con una distancia preventiva de dos metros. Para Orlando, el panorama es similar, pero en sus filas no se encuentra con mujeres. A excepción de unas pocas que incumplen el decreto de ‘pico & género' decretado por la alcaldesa Claudia López.

Infografía sobre las diferentes medidas. Por Karoll Rodríguez y Sara Camargo

 

Caurantena una línea que se divide entre lo real y lo deseable

A veces las leyes pintan un mundo utópico que en las calles cobra realidad. Eso es algo que Orlando ha aprendido en estos días de aislamiento, sus ojos han tenido que presenciar cómo la necesidad empuja casi que a la fuerza a las personas a incumplir los mandatos. Como él afirma, su trabajo lo ha obligado a salir un par de días. “De mi depende el bienestar de mis clientes y de mi familia, y no hablo solo en términos económicos”, cuenta. Con pandemia, o sin pandemia, Orlando dirige su propia empresa de asesorías en cualquier tipo de trámite legal, de salud o administrativo. Por eso ha tenido que salir a realizar algunas afiliaciones y pagos que no dan espera, inclusive en uno de estos, comprobó que las obligaciones no son un traje de protección antes las autoridades. Cuando hacía una fila para pagar los servicios, la mujer que se situaba delante de él fue multada por estar en la calle el día que no le correspondía. Ella debía pagar el internet para que su hija pudiera seguir estudiando y hasta ese día tenía la plata completa. Con angustia y desespero, le entregó su dinero a un hombre de la fila confiando en que este le ayudará mientras ella era escoltada por la policía.

Al otro lado del peaje, Edwin observaba cómo dos mujeres violaban todas las normas interpuestas para prevenir el contacto, mientras charlaban en un andén, tomando café, con menos de medio metro entre ellas. En un lado, multada por salir para abastecer una necesidad, mientras al otro lado no respetan las medidas aplicadas ante la contingencia. “Se pasan por la galleta los cuidados y distanciamientos que los hogares, fábricas y establecimientos han adoptado”, afirma Edwin sobre el acto de irresponsabilidad. Dos mil sanciones interpuestas por el incumplimiento de la normativa son el grito de oposición a la creencia de que Mosquera es un pueblo, donde 'no pasa nada' y que la policía no molesta en lugares pequeños.

Entre el Departamento de Cundinamarca y Bogotá se acumula el 35% de casos confirmados de Covid-19. Eso es lo que hace que Orlando y Edwin procuren tomar todas las medidas necesarias para que el exterior no traspase las barreras de sus casas. Pensando en su hija y esposa, Edwin se detiene a la entrada de su hogar y deja a un lado las bolsas del mercado. Se quita los zapatos y la chaqueta para rociar su cuerpo entero en alcohol. Sin tocar ni puertas, ni manijas, ni interruptores, ni grifos, pasa a lavarse las manos antes de tener contacto alguno con su familia. Allí, limpia las posibles causas de un suceso trágico en su familia ocasionado por el tan nombrado coronavirus.

Orlando, con su hija, suegra y esposa en mente, se quita cuidadosamente los guantes y el tapabocas. Los limpia cuidadosamente. Al igual que su cuerpo, con una mezcla preparada por su esposa de vinagre, cloro y alcohol, recomendada por la doctora con la que su esposa se consulta. Las prevenciones obedecen a que en casa lo esperan personas del grupo de riesgo, como su suegra de 74 años y su esposa recién operada. Su ropa “de calle” es llevada al área de lavado en una bolsa, evitando que toque algo o alguien dentro de la casa. Al pasar varias horas afuera, entre la compra de víveres y trámites personales, debe pasar por una ducha requerida para evitar cualquier riesgo. En ella, se despoja de todos los miedos e inseguridades que las calles, las noticias y el voz a voz le invaden todo el tiempo, al menos por unos cuantos minutos.

El protocolo que empezaron hace un mes, y no saben cuánto más dure, tiene como propósito el bienestar de ellos y su familia. En sus vidas reina una nueva rutina que, a pesar de los kilómetros de distancia, es compartida entre varios colombianos. Este es un escalón vital para volver a lo que se suponía que era “normal”, pero que está cambiando su presente y para intentar mantener a salvo su futuro.