El incendio del armadillo

Martes, 13 Octubre 2015 09:27
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Como casi todo pueblo campesino, los ritmos de la vida son diferentes a los de las ciudades. A pesar de que Villa de Leyva es muy turístico y a veces pueden llegar de visita miles de turistas en fines de semana, puentes y festivales, entre semana suele ser un pueblo muy quieto. Aunque a finales de agosto esto cambió.

El incendio afectó  la parte superior del cerro, que está negra por las llamas||| El incendio afectó la parte superior del cerro, que está negra por las llamas||| Foto: Iván Parada|||
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Villa de Leyva, en el departamento de Boyacá, es uno de los municipios más vulnerables a los incendios forestales

Villa de Leyva es un pueblo de puro estilo colonial. Casas blancas que brillan cuando sale el Sol, puertas y ventanas verdes oscuro que contrastan con el blanco de las casas y techos de tejas del color de ladrillo, que forman canales que guían el agua hacia abajo cuando llueve. Las calles están empedradas con piedras de río, porque así lo quiso el general Rojas Pinilla, quien tenía una casa cerca del centro.

Como casi todo pueblo campesino, los ritmos de la vida son diferentes a los de las ciudades. A pesar de que es muy turístico y a veces pueden llegar de visita miles de turistas en fines de semana, puentes y festivales, entre semana suele ser un pueblo muy quieto. Aunque a finales de agosto esto cambió.

Los villaleyvanos describen que altísimas columnas de fuego se veían por el sector del Boquerón, donde el río más importante de la zona, el Cane, nace. El humo no alcanzó a cubrir el pueblo, pero si las veredas aledañas hacia el norte de Villa de Leyva por días enteros. Las llamas consumían hectárea tras hectárea de bosque en la montaña que enmarca al pueblo.

Las llamas se veían desde la entrada del pueblo, formadas en una línea en la cara de la montaña? explica Gloria Hernández, artista de Bogotá quien tiene un local de artesanías en el centro de Villa de Leyva.

El viento extendía el fuego, que se acercaba a las casas de los campesinos que viven en la ladera. Muchos fueron evacuados por temor a que quedaran atrapados por el incendio, pero los damnificados no tenían a donde ir, y no tenían con qué para irse a vivir a otro lado. Muchos pidieron ayuda a vecinos y amigos que los acogieran a ellos, sus familias y sus enceres.

Óscar Cortés, bombero de 38 años que ejerce su profesión hace 11, cree que el último incendio forestal se produjo, hace poco más de un mes, fue provocado por un campesino que trataba de cazar armadillos quemando sus madrigueras.

¿Es difícil saber lo que pasó, algunos creen que el incendio lo inició un campesino cazando, otros que fue un meteorito que cayó? señala el bombero.

Óscar se encuentra en una casita chiquita, muy chiquita para ser la estación de bomberos del municipio. Hay cuatro chiquitos carritos de bomberos frente a la pequeña casita, demasiado chiquitos para responder a grandes emergencias. La casita, que tiene apenas unos tres cuartos, chiquitos, claro está, está decorada con todos los equipos de los voluntarios: cascos, chalecos, herramientas, gafas, mascarillas y lo que un bombero pueda necesitar.

El hombre, que aparenta más años de los que tiene, es alto, casi no cabe en la casita. Tiene pelo negro corto, con unas pronunciadas entradas a los costados de su frente, ojos verdes que contrastan con el color trigueño de su piel. Debajo de su nariz tiene un bigote largo y peinado. Está vestido con su uniforme azul oscuro de los bomberos, que en las mangas tiene parches de la institución, mientras que está sentado frente a un televisor de plasma que no cabe en el cuartito.

En total, entre los bomberos del pueblo, de otros pueblos, de otros departamentos, de Ejército, Defensa Civil y voluntarios civiles había casi mil personas colaborando. Óscar comandó uno de los grupos de aproximadamente 10 personas que se encargaron de apagar el incendio. En la pequeña estación de bomberos hay 7 bomberos y cada uno se hizo cargo de un grupo.

Cada día, Óscar se levantábamos a las cinco de la madrugada, se ponía el uniforme y se iba a al lugar de impacto para organizar los grupos. Al de Óscar le correspondía estar en el pie de la montaña con estas personas, cuidando la parte baja de la línea de incendios y guiando los carrotanques de la gobernación de Boyacá. La jornada terminaba casi a las 10 de la noche.

Las herramientas de un bombero en Villa de Leyva son pocas, pero es lo que tienen. Óscar y su gente usaron machetes, azadones, rastrillos y palas. Varias motobombas utilizadas para extinguir el fuego fueron prestadas por civiles y otras por la gobernación y otras instituciones. Los carritos a la entrada de la estación no pudieron ser llevados por que la zona es de muy difícil acceso.

Las que motobombas que llegaban fueron transportadas por civiles como Arturo Pardo, de 60 años. Arturo se iba por los caminos de tierra en su vieja camioneta Susuki, donde solo cabía de a una motobomba por viaje, y se las entregaba grupos como los de Óscar. Fueron pocos los que ayudaron a hacer esto, porque no todos los carros llegaban a donde era necesario, por lo que a los voluntarios les tocaba recoger los suministros y seguir el camino a pie.

La forma de la montaña hizo todo esfuerzo, como los de Arturo, más difícil. José Luis Rosales, voluntario de la Defensa Civil de Villa de Leyva, explica que los caminos hacia el Boquerón y sus alrededores son pocos y son pura trocha. Además de esto, son también empinados, por lo que a voluntarios les tomaba entre dos y tres horas llegar hasta el lugar de impacto.

¿A nosotros, los de la Defensa Civil, nos tocaba hacer de todo: subir agua, almuerzos, motobombas, coordinar grupos y apagar fuego.? cuenta José Luis, sentado en la recepción del hotel donde trabaja como portero.

José Luis es joven, como de unos 23 años, lleva siempre una gorra. Está vestido de jeans y camiseta. Tiene pelo negro que le sale por debajo de su cachucha. Es de tez muy blanca, como es común en Boyacá, y ojos negros, algo ojerosos por dormir poco. Hace poco menos de un año es portero de un hotel, donde trabaja de tres de la tarde a cinco de la mañana. Cuando se incendiaba el cerro, a veces ni dormía, ya que salía en la madrugada del hotel directo a la montaña para ayudar con lo que podía.

Fueron 10 días de mucho trabajo para los cerca de mil voluntarios, pero al final, el fuego cedió. Óscar dice que de las casas que fueron amenazadas por el incendio, ninguna sufrió un daño y sus dueños pudieron regresar a ellas cuando la zona era segura. Al día de hoy, el ingreso a la zona de impacto está prohibido por las autoridades, por miedo a que otro incendio sea provocado.

Aun así, las consecuencias de los incendios se pueden ver en otras zonas un poco más alejadas del pueblo. Recientemente hubo otro brote de llamas, un par de semanas después de que el del Boquerón fuera controlado, que tuvo lugar directamente adyacente a la carretera que conduce a Villa de Leyva desde Tunja. El panorama es devastador.

Tanto el cerro del pueblo como la zona afectada en la carretera comparten muchas similitudes. A distancia se ven negros estos lugares. Los bosques no afectados contrastan por su verde junto a estas partes quemadas, que parece que las hubieran pintado con carbón en toda su superficie. Si uno se acerca un poco más, la cosa se pone peor.

La tierra es muy oscura, casi negra, por todo lo que el fuego consumió. De la vegetación que había en estos lugares, solo quedan unos raquíticos esqueletos chamuscados, sin hoja alguna que los adorne. Los animales que vivían aquí ya no están, ya sea porque murieron en el incendio o escaparon de él.

Según el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible, desde el inicio del fenómeno del Niño, alrededor de 3759 incendios forestales han afectado 92 mil hectáreas en Colombia, afectando casi 100 municipios en 10 departamentos. En los incendios de Villa de Leyva, dice Óscar, unas 500 hectáreas fueron afectadas. Gran parte de éstas hacen parte de la reserva natural de Iguaque, donde está la laguna de la leyenda muisca, de la que salió Bachué.

Es irónico, una zona tan especial para nuestros ancestros es muy mal cuidada por quienes viven a su alrededor. Hace un año, esa misma montaña sufrió otro incendio, esta vez porque un campesino hizo una quema de basuras sin permiso ni supervisión. Las administraciones han hecho más bien poco para evitar estos desastres.

¿Villa de Leyva se quema desde hace mucho tiempo como para que las alcaldías no tengan un plan de contingencia­? señala Mónica Parada, quien lleva viniendo a Villa de Leyva desde muy pequeña.