La librería que está en el fondo de un espejo

Lunes, 10 Abril 2017 12:36
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Los libros tienen la capacidad de transportar a lugares recónditos, épocas memorables y universos contrapuestos a la realidad. Torre de Babel es el refugio de aquellos textos pertenecientes a otros dueños que ahora esperan ser parte de la vida de alguien más.

|||||||||||||| |||||||||||||| Foto: Juan Carlos Hernández Mozo||||||||||||||
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En medio del ruido de las calles, los gritos de vendedores ambulantes, los pitos de autos apresurados y el tráfico agobiante del centro de Bogotá, un coloso bíblico se eleva en cuatro pisos de altura guardando tras sus puertas un mágico tesoro para todo aquel que desee perderse en las páginas de los libros usados. Torre de Babel es su nombre, Félix Burgos es su padre y a lo largo de sus 25 años se han almacenado alrededor de un millón de libros, actualmente hay cerca de 250.000, que desde su publicación han pasado por las manos de diferentes dueños hasta llegar a esta catedral de la lectura en busca de que un nuevo amante devore sus letras.

El nombre Torre de Babel deviene de las creencias judeocristianas. Según el Génesis de la Biblia, los descendientes de los hijos de Noé tuvieron la oportunidad de comenzar de nuevo al ubicarse en la región del Sinar luego de vivir el diluvio universal. Allí decidieron construir una ciudad con una gran torre de ladrillo y asfalto que llegara hasta el cielo, querían ser renombrados y admirados. Sin embargo, como relata el Antiguo Testamento, cuando Dios observó esa creación humana decidió confundir la lengua de los hombres, que hasta entonces era la misma, y los dispersó a todos por el mundo.

Félix decidió colocarle este nombre a su librería para generar una evocación en sus visitantes. Él deseaba crear una obra faraónica, algo similar a la pirámide de Keops, anhelaba hacer un templo literario que estuviera repleto por las páginas de libros. Eso quiso construir Félix en este lugar ubicado en la carrera octava con calle 16, que en un pasado fue propiedad del escritor y filósofo Nicolás Gómez Dávila, una de las mentes más brillantes de Colombia durante el siglo XX y quien tenía un amplio gusto por la lectura.

Al bajar por la calle 16, en medio de vendedores ambulantes, cafeterías, restaurantes y librerías, se puede observar el amplio comercio formal e informal que surge del amor por la lectura, no en vano es llamada ‘‘la calle de los libreros’’. Pero en aquel camino, justo al llegar a la carrera octava y dar unos cuantos pasos hacia el norte, en una casa de fachada republicana cuyas paredes entremezclan una tonalidad beige con el amarillo mostaza y su exterior está adornado por balcones de madera; los amantes de las letras pueden navegar un amplio océano literario. Acá es posible embarcarse al compás de la tinta de diferentes temáticas, sus salones están dispuestos para satisfacer la más exquisita lujuria bibliográfica. Desde aquel que es motivado por conocer nuevas recetas de cocina, hasta quien se propone entender los problemas de la física nuclear, tiene la certeza de entrar y descubrir un texto que satisfaga sus deseos intelectuales.

Félix, su creador, es un hombre que oscila los 67 años, quien desde niño ha sido amante de la lectura. A los doce años fue enviado a un internado laico en Cúcuta, en donde se volvió lector, no por curiosidad sino porque no había nada más que hacer. Al regresar a Bogotá no logró adaptarse, no encontraba libros en casa y ellos ya se habían vuelto su pasión. Así que desde los 17 años comenzó a vender libros, inició con un puestico en la Universidad Nacional, en donde estudió antropología, biología y psicología, pero no terminó ninguna carrera. Según él, el ambiente universitario era para vender libros, esos estudios satisfacían más sus curiosidades intelectuales del momento. No le interesaba obtener un título.

Las puertas de la librería se encuentran bajo un arco de coloración blanca, en donde se puede apreciar el eslogan ‘‘Librería Torre de Babel, libros con experiencia’’. En la entrada hay vitrinas repletas de textos que ocupan las paredes. El primer nivel es un corredor que va desde el arco hasta un estante donde uno de los ocho trabajadores del lugar atiende a los primeros visitantes que se inmergen en el mundo de Babel. El recorrido continua hacia a la derecha, por unas escaleras antiguas que parecen ser del estilo de los años 70s que están decoradas con baldosas matizadas como un dálmata, las cuales contrastan con las paredes amarillas del recinto.

Al subir por los escalones se pueden ver en las paredes, entre otros cuadros decorativos, un retrato de Frida Kahlo, una copia de La Gioconda de Da Vinci y un cartel de la comunidad indígena Quimbaya. El segundo piso recibe al visitante con una puerta cerrada de gran tamaño, justo frente a la escalera, en cuyos costados hay dispuestos dos anaqueles de madera que tienen almacenados tras una barrera de cristal algunos de los libros más valiosos del lugar. La entrada al Salón Dédalo es por el costado derecho de la escalera, en donde una puerta que tiene volúmenes de cuero sobre ella dan la bienvenida. Su nombre se debe al personaje de la mitología griega que construyó el Laberinto de Greta, una edificación de incontables pasillos que parecía no tener ni comienzo ni final y en donde, como cuenta la leyenda, el rey Minus encerró a Asterión, el Minotauro que venció Teseo.

Un aroma congelado en el tiempo se siente al entrar, es algo húmedo, lejano y gastado, es como si el olor se hubiera concentrado desde hace años. Hay cajas llenas de libros, los anaqueles van desde el suelo hasta el techo, todos colmados de textos de diferentes tamaños, colores y temáticas. Pareciera que las paredes no fueran de cemento sino de libros. Aunque dentro del lugar no se produce ningún ruido, solo la titilante resonancia de las bombillas, por los corredores de la sala se alcanzan a inmiscuir los sonidos de las calles bogotanas, las cuales pueden verse desde los balcones de la Torre.

Desde obras de ciencia ficción, literatura europea, biografías, teorías políticas, fotografía, filosofía, hasta poesía latinoamericana, arquitectura, agronomía, evolución, cine o historia, pueden encontrarse en esta sección. Sobre unos estantes reposan las esculturas de El Quijote y Sancho Pansa y, al final del corredor, frente a unos anaqueles sellados con puertas de vidrio, hay una sala de muebles deslucidos y ásperos de tonalidad blanca que, en vez de cojines, sostienen decenas de libros. A su lado, hay cerca de veinte cajas con diferentes volúmenes a la espera de ser abiertos, leídos y catalogados.

Desde el Salón Dédalo se puede entrar por dos pasajes al Salón Jorge Luís Borges, un corredor largo que termina en un portón de gran tamaño que da la impresión de no tener final. Esta habitación es más amplia, en su centro hay ubicadas dos extensas filas de anaqueles que no son tan altos como los que se encuentran contra el muro y los balcones. Sobre la sección de gramática hay una máquina de escribir, justo frente a la escultura de una dama vestida al estilo victoriano. Títulos sobre música, matemáticas, antropología, psicología, francés, inglés, química orgánica, pedagogía, algebra y geometría pueden leerse en esta sección, la cual concluye en una gran puerta de madera de aproximadamente seis metros de altura que da una perspectiva de laberinto sin fin al plasmar las imágenes reflejadas de un espejo, en donde se pueden leer las secciones ‘‘libros prohibidos’’ y ‘‘temas del inframundo’’. Parece un corredor mágico sacado de uno de los cuentos de Ficciones de Borges.

A la izquierda del gran espejo está la Sala Colombia, la cual también tiene una entrada que irradia los reflejos de otro. El mascarón con forma de sirena, que hacía parte de la proa de un antiguo barco tallado en madera, marca el límite entre las dos secciones. Está justo al lado de una pequeña sala en la que Félix suele hablar con sus clientes. En esta sección destacan los títulos de todo tipo de literatura nacional, genealogías, ensayos y ejemplares que tratan el arte colombiano. En ella, hay una réplica del cuadro de la Torre de Babel de Escher vista desde arriba, matizada con diferentes tonalidades de grises y blancos que revelan unas formas geométricas admirables que dan una sensación placentera de profundidad.

Para ir al Salón Hispania es necesario subir al tercer piso. Al volver a la escalera, hay una especie de pasadizo que bloquea el paso, como la biblioteca de la abadía de El nombre de la rosa de Umberto Eco. La designación de esta sección está inspirada en esta novela, en la cual había una biblioteca construida en forma de laberinto, dividida en zonas y en donde se creía que había la más amplia colección de manuscritos del siglo XIV. Fue en esta sala que el monje veterano y ciego Jorge de Burgos, personaje inspirado en Jorge Luís Borges, ocultaba el segundo libro de la Poética de Aristóteles.

A diferencia del segundo piso, acá no se escucha ningún ruido. Solo se perciben las gotas de lluvia que chocan y se escurren en el tejado. Frente a la escalera se hace visible otro espejo que multiplica el tamaño del espacio. Da la impresión de ser un laberinto. Las luces no se han encendido y el ambiente parece ser un poco sombrío. Ver tantos anaqueles, cajas, escritorios y armarios repletos de libros antiguos hacen pensar que se está en el Cementerio de los libros olvidados, el lugar inventado por Carlos Ruiz Zafón. Del techo cuelgan dos barcos de madera, pareciera que navegaran por un mar de letras, tintas y páginas. Sobre uno de los estantes se puede ver una réplica en bronce de la figura del escultor flamenco Giambologna, en donde aparece Hermes, el mensajero de los dioses, preparándose para emprender el vuelo.

A la derecha de la sección hay un pequeño corredor que termina, como las otras salas, con una puerta con un espejo en su interior. Acá, entre otras obras, pueden encontrarse libros sobre derecho, política latinoamericana, Estados Unidos, Alemania, ética y arte. Frente a la estatua de Hermes, tras el pasadizo de libros, se puede subir al cuarto piso. Este no está abierto al público, es la gran bodega de la Torre de Babel. En esta especie de ático el espacio para caminar es muy reducido por la cantidad de libros ubicados en los estantes, parece ser la bóveda de un banco intelectual, en donde hay decenas de cajas llenas de sabiduría esperando a que un visitante venga y se atesore de ellas.

Félix edificó este lugar hace 25 años y considera que hasta ahora va a mitad de camino. Lo cierto es que, como el crecimiento de un niño, Torre de Babel se ha ido desarrollando hasta convertirse en lo que ahora es. Los libros no siempre han habitado toda la casa. De hecho, Félix menciona que en sus inicios solo ocupaban el primer y segundo piso, pero a medida que el hambre de Babel por adquirir libros fue creciendo, se fueron apropiando los demás espacios de la casona.

Antes de adquirir la identidad de Torre de Babel, luego de haber sido propiedad de los Dávila, este lugar fue una escuela de química, un restaurante y un centro educativo de validación del bachillerato. Félix llegó a este lugar porque estaba entre las opciones disponibles, inició arrendando el espacio y ahora comparte una sociedad con el dueño. Para él, más que su sitio de trabajo, Babel lo es todo.

Don Crispiniano, uno de los vendedores veteranos del sector que lleva más de 45 años en el comercio de los libros usados, tiene una relación amistosa con Félix, lo considera como una persona honesta y cree que es un buen complemento para el negocio. Aun así, cataloga de manera despectiva al lugar como un edificio que se asemeja a un centro comercial. Por su lado, Johana Amesquita, dueña de la librería Contemporánea y quien lleva 26 años en el oficio, cree que Torre de Babel es muy completa, resalta su amplio manejo de literatura y destaca el hecho de que es una librería con amplio reconocimiento en Bogotá.

Félix describe a su hija como sabia, bella, grande, organizada y, en ocasiones, por su excesiva curiosidad, puede llegar a ser ambiciosa. No por querer más títulos, sino por el deseo de adquirir cualquier libro del que se enamora. Dice que la magia de los libros usados consiste en que hay algunos que no han sido abiertos nunca, mientras que otros llegan masacrados. Acá, en este refugio de las letras, cada universo literario vuelve a tener la oportunidad de ser valorado y apreciado por un nuevo dueño.

Francisco Chivata, quien también es lector desde niño, lleva siete años trabajando con Félix organizando la gran torre. Tiene la habilidad de manejar baste información a causa de su memoria fotográfica, lo cual le ha ayudado organizar y reconocer las obras con facilidad. Él ve a Félix como su maestro, dice que al trabajar con él se ha dado cuenta de algunas falencias suyas y ha ido corrigiéndolas, a la vez que mantiene una relación cordial en la que no siempre están de acuerdo en todo. Francisco cree que Torre de Babel envuelve una magia de aventura, en la cual una persona puede llegar buscando un libro en específico y tiene la oportunidad de descubrir autores que no había explorado antes. Los encuentra por revelación. Además de su enorme cantidad de conocimiento, Francisco considera que Babel en ocasiones juega bromas, no de mala fe, sino a partir del espacio con el truco de los espejos.

‘‘Los libros están llenos de fantasmas’’, afirma Fernando Denis, uno de los poetas colombianos más reconocidos del país y quien es cliente frecuente de la Torre de Babel. Denis conoció a Félix hace 28 años cuando llegó a Bogotá y trabajó con él en aquella época en su anterior librería La Oveja Negra. Ambos se fueron haciendo amigos a través del diálogo sobre las letras y cree que la secreta lucidez de sus anaqueles, sus aires de conspiración y su magia hacia la literatura es lo que lo une a Babel. Denis compara el encantamiento de los libros usados con el de los hoteles, haciendo una analogía con la narración de Borges en Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, cuento del cual Félix se inspiró para ubicar los espejos en su librería. Según él, tanto los libros como los hoteles están llenos de memorias, viajes a otros lugares y fantasmas arraigados a un pasado. Por ello, Denis cree que uno no escoge a los libros, ellos lo escogen a uno, por lo cual ‘‘hay que conjurar las letras para que los fantasmas dejen acercarnos a ellos’’.

Denis dice que Babel tiene una memoria infinita, como Borges, a la vez que sus libros gravitan y llaman a quien visita sus corredores y escaleras. Por su lado, Eduardo Bassi Burgos, ganador del Premio Nacional de Arquitectura del año pasado, cliente frecuente de Torre de Babel y primo lejano de Félix Burgos, opina que además del agradable ambiente y su característico estilo republicano que conserva detalles coloniales, Babel es un sitio con géneros, temáticas e ideologías muy diversas, por lo cual, tras sus estantes se juntan personas interesantes de todos los campos intelectuales que enriquecen el conocimiento. De hecho, como mencionó Francisco Chivata, el año pasado vino el exvicepresidente Germán Vargas Lleras en busca de un libro de la Torre.

Son múltiples las anécdotas que han surgido del hechizo de Babel, que en hebreo significa confundir. Félix recuerda que hace alrededor 10 años fue a comprar unos libros a la casa de una secretaria que se había pensionado. Obtuvo una gran variedad de textos y, por último, la secretaria le ofreció un manuscrito por el valor de 10.000 pesos. Félix ya había hecho un buen negocio y creyó que esa cantidad no afectaría la venta, lo adquirió más por curiosidad. Al llegar a Babel se percató de que era algo importante. Era el diario de un espía de Simón Bolívar escrito en 1828. El autor era un coronel del ejército mexicano que estaba en Bogotá como Secretario de Comercio de la embajada de ese país. Era una bitácora compuesta de cartas en donde se exhibía la preocupación de la nación azteca por el crecimiento de la Gran Colombia. Según recuerda Félix, en ella el espía escribió que: ‘‘si ya tenemos al norte de nuestras fronteras un coloso, mal haríamos si fomentamos que en el sur se forme otro coloso, el día que esos dos choquen lo harán sobre territorio mexicano’’.

Este libro fue a parar a manos de una fundación venezolana hace unos años. Lo cierto es que más libros de interés histórico, mapas antiguos como el segundo hecho sobre el Amazonas y primeras ediciones como la de El amante de Lady Chatterley han tenido como destino este lugar. Sin embargo, Félix menciona que en este oficio uno no puede quedarse con todo lo que le gusta, porque por lo general lo más atractivo es lo más valioso. Dentro de su biblioteca personal los estantes ocupan un aura más íntima, conserva algunos libros obtenidos desde que tenía veinte años: ‘‘muchos de ellos están subrayados, sería un crimen venderlos, sería una deslealtad conmigo mismo… sería privarme de una imagen de lo que yo era antes’’.

Denis hace memoria de otro suceso en el que se encontró un ejemplar que se le había aparecido en sueños. Él quería leerse Versiones y diversiones de Octavio Paz, libro que en aquel entonces era complicado de conseguir en el país, a tal punto que solo podía divisarlo mientras dormía. Un día, luego de haber amanecido en la casa de Félix tras tomarse unos tragos la noche anterior, se dirigió junto a él a Babel para ayudarle a organizar unos libros. En ese lugar, entre las decenas de títulos que se encontraban en las cajas, apareció aquella obra como si estuviera esperando a Denis. Ni siquiera Félix sabía que poseía ese libro, a causa de que no lo había catalogado aún.

Denis menciona que si Babel hablara nos daría una lección sobre la disciplina de la lectura. Pero más allá de los consejos literarios, cree que nos contaría la historia de los libros, sus escurridizos destinos, sus fantasmas ocultos y los viajes que emprenden en el cosmos de la tinta. En La Biblioteca de Babel, Jorge Luís Borges dice que ‘‘hay un espejo, que fielmente duplica las apariencias. Los hombres suelen inferir de ese espejo que la Biblioteca no es infinita (si lo fuera realmente ¿a qué esa duplicación ilusoria?); yo prefiero soñar que las superficies bruñidas figuran y prometen el infinito...’’. Y es así que la infinidad de Torre de Babel no se debe a la configuración de los espejos, sino a lo que ellos mismos representan. Esa percepción de desconcierto espacial que se conjuga con la confusión de las lenguas del pasaje bíblico de Babel es un acertijo que pone a prueba al visitante para que descubra lo que realmente es inagotable: el conocimiento que se puede obtener del universo de las letras de un libro.