Danza y memoria para Bojayá

Lunes, 16 Noviembre 2015 07:21
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Inspirada en los niños y niñas víctimas de la masacre de Bojayá, la compañía colombiana Zajana Danza retrata en su obra Alabao, a través de la danza contemporánea y afro contemporánea, lo ocurrido aquel 2 de mayo de 2002 en el departamento del Chocó.

Danza y memoria para Bojay||| Danza y memoria para Bojay||| Foto: Ma. Jimena Neira Niño|||
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Una mujer afrodescendiente canta sentada en un banquito, se lava brazos, piernas y cabeza con su batea, junto a un río imaginario. Luego, se retira lentamente junto con su canto, el escenario queda oscuro, el Alabao empieza. Inspirada en los niños y niñas víctimas de la masacre de Bojayá, la compañía colombiana Zajana Danza retrata en su obra Alabao, a través de la danza contemporánea y afro contemporánea, lo ocurrido aquel 2 de mayo de 2002 en el departamento del Chocó.

El informe “Bojayá, la guerra sin límites” del Centro Nacional de Memoria Histórica retrata cómo un cilindro bomba que cayó en la iglesia San Pablo Apóstol de Bellavista, en el municipio de Bojayá en Chocó, acabó con la vida de 119 personas, 48 de las cuales eran niños y niñas. El cilindro fue lanzado por las Farc durante un enfrentamiento que estaba teniendo con paramilitares de las AUC y que comenzó el 2 de mayo pero terminó días después con una iglesia hecha escombros junto con el dolor de los habitantes de Bellavista.

Durante el combate se vivieron padecimientos de hambre y salubridad junto con el dolor que deja la muerte. En un momento, la única alternativa que tuvieron en Bojayá fue salir en canoas, mientras esquivaban las balas, arriba y abajo del río Atrato, hacia comunidades cercanas como Quibdó. Así, esta masacre además de muerte ocasionó el desplazamiento de casi 5.800 personas, muchas de las cuales pudieron regresar luego de algunos años. Cuatro días después de acabado el enfrentamiento, las Fuerzas Armadas llegarían al rescate encontrando solamente balas, escombros y muertos.

En el escenario, niños y niñas personificados por bailarines juegan a la golosa, a la pelota, saltan, bailan, ríen. Para René Arriaga, proveniente de Quibdó, quien es bailarín y coreógrafo de la obra, el montaje se centra en la niñez pues siempre es la más afectada por el conflicto armado al impedir el crecimiento emocional, natural e intelectual de los niños y niñas. Es así como la obra narra las diferentes formas en que esta masacre les afectó no sólo su inocencia sino, en general, las formas de actuar y sentir durante su vida.

En un momento el juego se ve interrumpido, los movimientos se vuelven lentos, la alegría se disipa junto con la música. Un sonido que parece tanto lluvia como balas, anuncia el combate. De pronto, cuerdas rojas recorren el escenario como simbolizando las balas que atravesaban la iglesia así como la sangre que pasaba de un lado a otro. Los bailarines quedan atrapados entre las cuerdas, intentan salir pero no pueden, tal como en Bojayá, y de sus ropas sólo quedan retazos. Sus caras están llenas de miedo.

Según René, el interés por retratar un hecho tan delicado como esta masacre a través de la danza, surgió de la importancia que tiene este acontecimiento para la comunidad afro y que no es tan conocido en el país. De esta forma realizan una labor esencial en el conflicto colombiano como lo es hacer memoria y no dejar en el olvido asuntos que han marcado de forma profunda la historia del país, todo esto a través de la danza.

El proceso de documentación del tema para la obra provino, entre otras fuentes, principalmente del informe “Bojayá, la guerra sin límites” del Centro Nacional de Memoria Histórica, de donde tomaron como inspiración el papel de la niñez en este hecho, el cual narraron a través de juegos, pero también del cambio de emociones y pensamientos que pudieron tener los mismos mientras iban entrando en contacto con la muerte.

La misma mujer con la que inicia la obra mientras se baña, esta vez aparece con un ramo de flores cantando un alabao (oración cantada en funerales o celebraciones de los santos, de las poblaciones negras y mestizas del país), mientras camina hacia al frente y los bailarines la acompañan como espíritus a su lado. Es una madre que perdió a su hija, una hija que perdió a su madre, una esposa que ahora es viuda.

La mujer se va una vez más del escenario cantando el alabao “Pregunto por mi madre, nadie me da razón, sólo la voz de un ángel, me dice que murió”. Los alabaos (alabados) son una de las muchas representaciones que tiene un entierro en el Chocó. Son cantos de alabanza a los santos para que sus muertos pasen al otro mundo.

Existen también los gualies, cantos a niños y niñas que han muerto, si es antes de los cinco años, se les cantan gualies y chigualos, junto con arruyos y rondas.

La siguiente parte de la obra tiene que ver con lo que pasa después de la masacre. Volver a los mismos lugares, las cuerdas rojas siguen ahí aunque se siente calma. Los niños y niñas ya no lo son más, miran diferente. Intentan recuperar su vitalidad pero ya no pueden. El daño ya fue hecho. Una música de calma acompaña el momento final, traen globos blancos y comienzan a jugar suavemente, vuelven a sonreír.

Alabao fue creada en 2011 por la academia bogotana Zajana Danza, la cual lleva 12 años enseñando danza. Su coreógrafo René, su directora Xiomara Navarro junto a otros cuatro bailarines como Ana Milena Navarro y Mónica Pineda, entre otros, realizaron esta obra con la cual han ganado premios como la Beca de Creación en Danza de Idartes en 2011. Esta vez, se presentaron este 12 de noviembre en el marco del VIII Festival Danza en la Ciudad, celebrado del 10 al 22 de noviembre de 2015, con la participación de obras de diferentes países como Israel, Alemania y Francia y en los diferentes teatros de la ciudad.

María Jimena Neira Niño