El festín de la censura

Viernes, 19 Mayo 2017 12:21
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La libertad de expresión: más que un derecho, un privilegio.

Carolina Sanín||| Carolina Sanín||| Foto tomada de Las2orillas|||
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Según Coetzee, “el censor es un lector entrometido, un lector que entra por la fuerza en la intimidad de la transacción de la escritura. Lee las palabras con desaprobación y actitud de censura.” Eso es la reencarnación de Pablo Navas y de la Universidad de los Andes  para Carolina Sanín. A finales de 2016, la controversia que suscitó la publicación de un meme publicado en el grupo conformado, en su mayoría, por estudiantes uniandinos “Cursos y Chompos Ásperos Realoded”, en el que bajo una imagen burlesca y satírica se ubicaba a la literata y docente. La respuesta de la implicada replicaba a los insultos proferidos de la misma manera.

La polémica fue más allá, al punto de convertirse en una pugna entre la universidad y la escritora. Por medio de comentarios en su red social enfatizaba en que la institución por codicia admitía cada año más estudiantes y que a la par apilaba un nuevo edificio. Encontró que el símil más adecuado a la situación era una cárcel en la que no sería extraño que cada vez se criara a más delincuentes, refiriéndose a los estudiantes que habían sido participes de la burla. Resulta paradójico para algunas personas que una mujer que constantemente está haciendo uso del humor negro, de las palabras intrépidas y del comentario soez, pida que se penalice a quienes hicieron un chiste bajo los mismos formatos que ella generalmente emplea.

A pesar de que las directivas académicas impusieron procesos disciplinarios a los alumnos que se vieron envueltos en la problemática, la profesora tuvo que enfrentar no solo el despido por responder a los insultos con más insultos, sino también encarar la autocensura a la que estaba siendo sometida. La jefatura de asuntos laborales de los Andes arguyó que Sanín había afectado la convivencia de la comunidad por sus declaraciones en las que afirmaba la “cultura carcelaria” que fomentaba la Universidad; la formación de delincuentes dentro de ella; la avaricia de la institución para lucrarse de la pobreza y la incitación de la docente para que los estudiantes cometieran acciones inapropiadas.

La libertad de expresión, entendida como un derecho humano del cual gozamos todos los individuos – al menos en la norma – en Colombia, como en muchos otros países, parece que aún se topa con unas barreras invisibles que la limitan, transgreden y violentan. En la Sentencia T-391 de 2007 se contempla que en el marco constitucional serán protegidos todos los contenidos, sin importar si el discurso es chocante, ofensivo, vulgar o perturbador. Al poseer una gobernabilidad democrática como la que dice tener el Estado colombiano, el ejercicio de proferir cualquier manifestación por medios audiovisuales, escritos u orales no debería ser un privilegio. Si es este el agente garante de un derecho fundamental no tendría por qué condicionar a una persona por lo que piensa. De lo contrario, estaría favoreciendo la censura y, por ende, rompería con los principios normativos que rigen la ley.

Sanín, de acuerdo con la Corte Interamericana de Derechos Humanos, actuó bajo la legitimidad que se le otorga para expresar lo que desee sin temor a inquietar u ofender a una comunidad, como la Universidad de los Andes dice que lo hizo. El tono o estilo tajante, agresivo, satírico e irrespetuoso en el que lo haya hecho no es motivo para despedirla y convertirla en blanco de ataques, sin olvidar lo más importante: silenciarla.  La libertad de expresión y opinión no solo protege las afirmaciones decorosas y recatadas, sino también las irreverentes, las que despiertan emociones a través de oprobios y críticas.

El debate público se construye con el otro. Es cuando se confronta y promueve el diálogo que podemos construir un puente con nuestros pares. La omisión y la reserva de una idea, información o juicio solo llevan a condenarnos, a evitar algo de lo que estamos hechos. Según Navas, rector de una de las universidades más prestigiosas del país, Sanín había incurrido en un acto de indisciplina al haber hablado de su jefe y de la comunidad académica con malos tratos e infamias. Su lucha no fue contra los “Chompos” y el material sexista o violento que reproducen, sino contra la censura como el castigo impuesto por decir lo que pensaba con el lenguaje y medio que quiso.

El 11 de noviembre de 2016, Cristhian Meneses escribió para la Silla Vacía la “guía definitiva para entender el show de Carolina Sanín”. Primero, calificar de “show” lo que una mujer hace para defender un derecho primordial resulta atrevido cuando se ve más allá de la simple fachada de groserías que, políticamente o no incorrectas, expresa la literata. Segundo, ¿desde cuándo se convirtió en delito hablar mediante palabras despectivas e irónicas sobre determinado tema?  Según la UNESCO, la libertad de expresión es un instrumento crítico que ayuda a consolidar e institucionalizar la democracia y la discusión. En consecuencia, cualquiera es libre de exhibir su opinión sin limitaciones o interferencias, es más, sin fronteras.

Meneses aclara que “una mujer puede tener una voz fuerte, abundante en argumentos y conocimiento, pero no necesita usar un vocabulario soez para mostrar esa fuerza”. Una idea que a primera vista parece sacada de una sociedad machista que cree que el género femenino, porque  él enfatiza en el papel de la mujer, se ve fea fumando o diciendo groserías. Si uno va a criticar a alguien, al menos debe hacerlo con fundamentos, no basándose en un discurso que sigue reforzando la inferioridad de unos frente a otros. “Le recomiendo a la profesora Sanín, y a quienes estén leyendo esto, que sean fuertes con altura, con raciocinio, con objetividad, sin victimizarse, sin hacer infantiles y caprichosas las quejas femeninas”. ¿Hacer infantil una queja feminista o machista es hacerlo a través del humor negro? Expresar una opinión con términos ofensivos y chocantes no es quitarle “altura” al comentario. Tampoco es victimizarse imponer una tutela contra la universidad de los Andes por sentir que los derechos le han sido vulnerados.

Termina su diatriba explicando que a Sanín no la critican ni le tienen miedo por ser mujer y aquí vale hacer un paréntesis – ¿de dónde saca qué ella infunde temor? – sino que el rechazo se debe a la soberbia, al “lenguaje pandillero” y a su “tarjeta de víctima profesional”. Pero no se da cuenta de que está reproduciendo lo mismo que critica en su texto. No solo se violenta con juicios vulgares, también se hace a través de la censura. Meneses, quien debe ser íntimo conocedor del derecho a la libertad de expresión, pues es escritor y debe, o al menos eso presumo, conocer lo que ello implica, sabrá que los únicos discursos que pueden ser prohibidos en el marco de la legalidad son cuando se hace propaganda a favor de la guerra, apología al odio o genocidio y, finalmente, cuando se trata algún tema de pornografía infantil.

El juez Heriberto Prada Tapia, quien se pronunció frente a la tutela de segunda instancia hecha por Sanín, expresó, en pocas palabras, que en su labor como docente tenía “prohibido pronunciarse públicamente en las redes sociales” y, además, denunció que su comportamiento incitaba a los estudiantes a llevar a cabo acciones violentas, vandálicas e ilícitas. Aunque resulte más ilegal e irreverente censurar a una persona, en Colombia la libertad de expresión es una utopía que parece alejarse más conforme pasan los días. Si complacer al jefe se convirtió en hablar bien de él y de su entorno laboral, ¿qué podemos esperar del país? Hacer una crítica se convirtió en delito. Ah, hacerlo con groserías le da un valor agregado. La esencia del debate no está en callar al otro, sino en compartir, dialogar y pelear, siempre y cuando se dé bajo el respeto, lo que no excluye las palabras perturbadoras.