El 17 de agosto, el sacerdote Eduardo Vélez participaba en un rosario en la Capilla Filial San Benito, en la ciudad de Machiques. La ceremonia de oración había comenzado en la tarde y se extendía hacia la noche. Las velas, en medio de la capilla, brillaban con su luz cálida. El canto de los rezos, entrelazado con el murmullo de la congregación, llenaba el aire de una serenidad que contrastaba fuertemente con lo que estaba por ocurrir.
De repente, el murmullo se transformó en gritos de angustia y de alarma cuando los funcionarios de la GNB, con sus uniformes de camuflaje y sus rostros serios, entraron en la capilla con una autoridad que no admitía objeciones.
—¿Qué está pasando? —preguntó una mujer, con el rosario aún entre sus dedos, mientras miraba aterrorizada a los militares.
—¡No puede ser! ¡Estamos rezando! —exclamó un hombre mayor, quien intentaba entender la situación.
Los feligreses, paralizados por el temor y la confusión, miraron con incredulidad cómo los uniformados se dirigían directamente hacia el sacerdote.
—Padre, ¿qué quieren de usted? —preguntó una joven con los ojos llenos de preocupación.
Eduardo Vélez, con su sotana blanca, fue abordado con brusquedad. Los funcionarios, sin mediar palabra, procedieron a arrestarlo.
—¿Qué hacen? ¡Suéltenme! Estoy en medio de una ceremonia religiosa, ¡esto es un abuso! —protestó el sacerdote, tratando de liberarse de los funcionarios.
Condujeron a Vélez hacia la salida mientras los asistentes al rosario observaban en un silencio atónito.
Frente a la capilla, la camioneta del sacerdote permanecía estacionada. Los agentes de la GNB obligaron al padre a subir al vehículo, colocaron la camioneta en una grúa y se llevaron al sacerdote junto con ella. La gente observaba cómo la camioneta, con su carga inesperada, se alejaba lentamente hacia el destacamento 114 de la Guardia Nacional Bolivariana.
La imagen del sacerdote en la camioneta remolcada se ha convertido en un poderoso recordatorio de las tensiones y el sufrimiento que enfrentan muchas personas en Venezuela, un país donde la fe y la esperanza a menudo se encuentran en la cuerda floja. En el país sudamericano, la sombra de la represión se cierne sobre los ciudadanos y líderes que se atreven a desafiar el régimen de Nicolás Maduro.
El "plan terror" del chavismo para reprimir las protestas contra el fraude electoral del 28 de julio ha llevado a un número de detenidos sin precedentes en las cárceles de Nicolás Maduro. El Foro Penal, tras semanas de registrar y clasificar a los arrestados, ha confirmado que hay 1,674 presos políticos, una cifra que supera con creces el récord previo de 305 presos. Según el Foro Penal, este es el mayor número de presos políticos conocido en Venezuela en el siglo XXI.
***
El padre Eduardo Vélez se encontraba en una celda oscura y fría en el destacamento 114 de la Guardia Nacional Bolivariana. Las paredes estaban cubiertas de humedad y moho, el olor a encierro se mezclaba con el miedo palpable que flotaba en el aire. El sacerdote, aún con su sotana, estaba sentado en el suelo de concreto, encogido por el frío y el agotamiento.
Un guardia se acercó a la reja y la golpeó con su porra.
—¡Levántate, traidor! —gritó con su voz llena de desprecio.
Vélez levantó la cabeza lentamente, sus ojos cansados se encontraron con la mirada dura del guardia.
—No he traicionado a nadie —respondió Vélez con voz firme, aunque sabía que sus palabras caerían en oídos sordos.
—¿Ah, sí? ¿Y entonces por qué estás aquí? —el guardia soltó una carcajada cruel—. Los que no tienen nada que ocultar no terminan en estas celdas.
—Estoy aquí porque temen a la verdad —contestó Vélez, mientras apretaba sus manos en un intento de mantener la calma.
El guardia se inclinó hacia él:
—Aquí no te servirá tu sotana. Eres solo otro preso más... otro traidor a la patria.
El guardia se alejó, dejando al sacerdote en la oscuridad. El eco de sus pasos se fue apagando y Vélez cerró los ojos tratando de encontrar consuelo en la oración.
Pasaron varias horas en las que estuvo completamente solo, sumido en la oscuridad y el silencio opresivo de la celda. De repente, el silencio fue roto por el sonido metálico de unas llaves girando en la cerradura. La puerta se abrió con un chirrido prolongado, entraron dos guardias, seguidos de un oficial que llevaba un expediente bajo el brazo.
—Padre —dijo el oficial con tono sarcástico—. Está libre, al menos por ahora.
—¿Libre? —preguntó Vélez, poniéndose de pie con dificultad.
—No se lo pediré dos veces. Salga ahora mismo —ordenó el oficial sin mostrar alguna emoción.
Mientras era escoltado fuera de la celda, Vélez notó las miradas de otros presos, algunos con los ojos hundidos por la desesperanza, otros llenos de rabia. Sabía que su libertad era solo una pequeña victoria en medio de una lucha mucho más grande.
Mientras el padre Vélez caminaba hacia la libertad, una sensación de determinación se fortalecía en su interior. Sabía que Nicolás Maduro buscaba callar a todo aquel que se atreviera a desafiar su régimen, utilizando detenciones y violencia como herramientas de represión. Y de cierta forma lo está logrando, pues aquellos que antes solían alzar la voz, han preferido guardar silencio ante el miedo de ser victimas de algún tipo de injusticia.
*Nota: El nombre del sacerdote ha sido modificado por razones de seguridad.